Jane no podía hacer lo que él quería. Sabía que, nada había cambiado. Efectivamente, se habían acostado y había gozado muchísimo, pero eso no cambiaría absolutamente nada en Demetri. Para el sólo era sexo. Siempre había sido una forma muy buena de conseguir lo que quería. Debía de pensar que ella era fácil de camelar. Le había bastado con llevarla a la cama para que ella casi le rogara que lo hiciera.
Había sido una estúpida, se dijo con amargura. Él había tenido que aparecer precisamente cuando estaba agotada por el viaje y, además, a punto de tener la regla. Siempre se ponía muy sensible en esa época del mes. Encima su delicadeza fue la gota que colmó el vaso.
—No pienso en nada —mintió ella mientras el agua caía en la cafetera—. ¿Y tú? ¿Qué piensas tú, Demetri?
Demetri pensó que era mejor que no lo supiera, que no supiera que estaba pensando en volver a llevarla a la cama. Además, eso sólo mostraría más debilidad de la que ya había mostrado.
—Pienso que... debería disculparme —contestó él—. No quería... que pasara.
—Bueno, ya somos dos.
Demetri sintió un puñetazo en la boca de estómago. ¿Tenía que ser tan displicente? ¿No podría haber reconocido al menos que tenía parte de culpa? Sin embargo, se dio cuenta de que no iba a hacerlo. Volvió a la ventana. La limusina seguía allí y deseó montarse en ella y desaparecer. Quería olvidar lo que había pasado, olvidar que cuando fue allí quería dejar zanjada su situación, ¡Zanjada! En cambio, sentía como si hubiera abierto una herida.
—¿Y bien?
Demetri oyó la pregunta de Jane, se dio la vuelta y la vio sentada en el brazo de un sofá con una taza de café en la mano.
—¿Debo entender que hay alguien más? —añadió ella.
Era una pregunta absurda en esas circunstancias y Demetri estuvo tentado de marcharse sin contestar. Se sintió ridículo teniendo que contestar que ése era el motivo de su visita, que quería casarse con alguien cuando estuviera libre.
Sin embargo, no tenía otra alternativa en ese asunto. Era lo que se esperaba de él como hijo mayor de su padre. Cuando Leónidas Souvakis se jubiló, le cedió el control de Souvakis International y eso acarreaba ciertas responsabilidades, no todas ellas relacionadas con la empresa.
—Mi padre está muriéndose.
Decidió no tener contemplaciones, pero no se había esperado que ella palideciera de aquella manera.
—¿Leo está muriéndose? Dios mío, ¿por qué no me lo habías dicho? No puedo creérmelo. Estaba tan en forma, tan fuerte...
—El cáncer no se para ante la fuerza —replicó Demetri lacónicamente—. Se encontró un bulto, pero no hizo nada al respecto. Dijo que estaba muy ocupado. Cuando fue a ver al médico, ya era tarde para que lo operaran.
—Dios mío —Jane dejó la taza, se agarró la cara con las dos manos y los ojos se le empañaron de lágrimas—. Pobre Leo. Es un hombre muy bueno y amable. Se portó muy bien conmigo. Siempre me acogió, al revés que tu madre.
Demetri no dijo nada. Sabía que era verdad. Su madre nunca quiso que se casara con una inglesa porque tenían principios distintos. Al final, resultó tener razón.
—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó Jane que no entendía qué tenía que ver eso con el divorcio—. ¿Quiere verme?
Demetri se quedó atónito. Si bien estaba seguro de que su padre estaría encantado de ver a su nuera, su madre nunca lo consentiría. Ella le había suplicada durante cinco años que fuera a ver a un sacerdote para que intentara conseguir la anulación del matrimonio con Jane. Estaba segura de que el padre Panaystakis haría todo lo posible para obtener alguna dispensa especial de la iglesia.
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Soy tu Dueña ©®
RomanceSu matrimonio había terminado, pero... ¿qué pasaba con el bebé? El matrimonio entre Jane y el guapísimo magnate griego Demetri Souvakis había llegado a su fin hacia ya cinco años. Destrozada y traicionada, Jane lo había abandonado y había empezado...