Capítulo 10

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—¡No tienes ni idea!

Demetri se separó de la mesa con un movimiento rápido y amenazante. A Jane se le pusieron los pelos de punta. Era enorme, imponente, y estaba furioso. No pudo evitar alejarse de él. Se topó con una butaca de cuero y, ante su sorpresa, acabó sentada. Demetri se inclinó sobre ella y por un segundo pensó que iba a pegarle. Apoyó las manos en los brazos de la butaca y la acorraló.

—Muy bien.

Ella notó su aliento ardiente sobre la piel quemada por el sol. Llevaba un top sin tirantes y una falda de algodón color crema que se le había subido mucho al caer en la butaca.

—Te lo diré por última vez —siguió él—. Me he acostado con Ariadne, no lo niego, pero nunca me acosté con Ianthe.

Jane sintió una punzada de dolor al oírle decir que Ariadne y él eran amantes, pero consiguió mantener la calma.

—Alguien lo hizo.

—No fui yo.

—Entonces, ¿por qué dijo que fuiste tú? —preguntó Jane con voz entrecortada.

—Te digo lo que ya te dije: pregúntaselo a ella. A lo mejor ahora te dice la verdad.

Jane tragó saliva y lo miró fijamente a la cara.

—Lo que no acabo de entender es cómo puedes relacionarte con ella si mintió.

—No puedo, pero mi madre...

—Vaya —Jane sacudió la cabeza—. Tendría que haberme imaginado que tu madre entraba en todo esto.

—Aprecia a Ianthe —afirmó Demetri entre dientes—. La considera de la familia.

—No como a mí.

—De acuerdo —el suspiró—. Ya sé que fue muy difícil para ti, pero todo habría mejorado.

—¿Antes o después de que te acostaras con Ianthe?

—Te he dicho...

—De acuerdo... —Jane se encogió de hombros—. Sigo sin entender que te importa lo que yo piense ahora.

—Me importa —replicó él con cierta tensión.

—¿Porqué?

—¿Tú qué crees?

—¿Porque nadie puede contradecir al gran Demetri Souvakis o porque te gusta torturarme?

—¿Es lo que hago?

Jane lo miró y captó una extraña humildad en su expresión.

—Lo sabes muy bien —Jane se estremeció.

—¿Cómo?

Jane extendió las manos para señalar los brazos de Demetri.

—¿Hace falta que te lo diga?

Una sombra cruzó los ojos de Demetri, pero tuvo que reconocerse que tenía razón.

—Muy bien, tienes razón —Demetri no se movió—. Quizá deberías preguntarte el motivo.

—¿El motivo de que te guste torturarme?

—No he dicho que me guste —levantó una mano vacilante y tomó la barbilla de Jane para que lo mirara—. Sigues volviéndome loco y lo sabes.

Jane volvió a estremecerse. Se le puso la carne de gallina. Una oleada de calor le subió por toda la cara. Demetri, que Dios se apiadara de él, no pudo evitar hincar una rodilla en el suelo delante de ella y besarla en la boca.

Soy tu Dueña ©®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora