Estaba embarazada. Jane tomó aliento y se guardó el tubo en el bolso. Era el tercer resultado positivo en dos semanas y aunque intentaba convencerse de que esas pruebas podían fallar, hasta ella misma dudó que fallaran tres veces seguidas.
Intentó contener las lágrimas y sollozó. ¿Cómo había podido pasar? Estaba segura de que cuando Demetri y ella hicieron el... se acostaron, no estaba ovulando. Siempre había sido muy regular. Aunque tenía que reconocer que cuando vivieron juntos nunca dejó nada al azar.
Al principio, los dos decidieron que los hijos podían esperar un año o dos. Como Jane quería trabajar, Demetri le puso una galería en el pueblo de Kalithi. Eso le permitió seguir en contacto con Olga, quien se mostró encantada de poder intercambiar antigüedades y pinturas con la que fue su discípula.
Todo fue muy bien y, como Jane era la dueña de la galería, pudo acompañar a Demetri a sus viajes de trabajo cuando quiso. Le pareció una vida deliciosa y nunca había sido tan feliz.
Hasta que Ianthe dijo que estaba embarazada. Todo el castillo de naipes se desmoronó. Jane no pudo perdonar la traición de Demetri y sólo le consoló pensar que no tenían hijos que pudieran sufrir la ruptura del matrimonio.
Suspiró. Si era sincera, tenía que reconocer que cuando Demetri la beso, no pensó en tomar precauciones. El contacto de su lengua le había borrada cualquier otra idea de la cabeza. Lo deseo tanto como él a ella. Le fue muy fácil convencerse de que él no estaba utilizándola en beneficio propio.
Dos semanas después, cuando no había tenido todavía el periodo, se planteó la posibilidad. Incluso entonces, le costó aceptar que aquel revolcón insensato hubiera podido tener esa consecuencia. Habían pasado cinco semanas desde que Demetri la visitó en su piso y ya había recibido la notificación de que él se había puesto en contacto con sus abogados para tratar sobre el divorcio. ¿Qué iba a hacer?
La aparición de su jefa la obligó a aparcar el problema por el momento. Olga Ivanovitch tenía casi setenta años, pero entró en el despacho de Jane con la vitalidad de una joven. Su padre, un ruso judío que emigró a Inglaterra desde Alemania, había fundado la galería, pero fue Olga quien consiguió que prosperara.
Solía llevar faldas largas y camisolas amplias y a Jane le parecía una hippy algo mayor, pero había sido su mentora y la había acogido cuando sólo podía ofrecer un título en Bellas Artes y un entusiasmo que Olga encontró parecido al suyo.
Olga se apartó la melena pelirroja.
—¿Ha venido? —le preguntó impacientemente.
—Sí —contestó Jane.
Ella sabía que se refería a un famoso coleccionista que había mostrado interés en unos bronces que había conseguido en
Tailandia.
—¿Y bien? —Olga no podía disimular el nerviosismo.
—Los ha comprado —contestó Jane—. Quiere que los embalemos y se las mandemos a su casa de Suffolk.
—¡Maravilloso! —exclamó Olga—. Y una considerable comisión para ti. Voy a tener que mandarte otra vez de viaje. Tienes el don de encontrar tesoros en los sitios más insospechados.
Jane esbozó una leve sonrisa, pero se sentía consternada y no podía dejar de pensar en el tubo que tenía en el bolso. Se puso una mano en el vientre. ¿Era posible que tuviera un hijo de Demetri en sus entrañas? ¿Cuánto tardaría en notarse? ¿Cuánto tardaría Olga en darse cuenta?
Olga, como si hubiera notado el ensimismamiento de su empleada, apoyó la cadera en la mesa de Jane.
—Estás pálida —comentó con el ceño fruncido—. ¿Duermes bien o ese joven te tiene despierta durante la noche...?
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Soy tu Dueña ©®
RomansaSu matrimonio había terminado, pero... ¿qué pasaba con el bebé? El matrimonio entre Jane y el guapísimo magnate griego Demetri Souvakis había llegado a su fin hacia ya cinco años. Destrozada y traicionada, Jane lo había abandonado y había empezado...