Ella desvió la mirada hacia otro lado y el silencio se hizo más tenso. Sabía que debería taparse con una toalla, pero algo, quizá fueran unas ganas perversas de provocarlo, le impidió hacerlo. Se preguntó qué esperaba él que dijera. Demetri tenía que saber que su aparición sin avisar iba contra todas las reglas. ¡Estaban a punto de divorciarse! Su prometida estaba en el piso de abajo. Era injustificable por su parte y ella era tonta por no expulsarlo inmediatamente de su habitación.
—¿Un déjà vu, Demetri? —preguntó ella, que sabía que él también sabía perfectamente a qué se refería.
Lo miró por encima del hombro y comprobó que él ponía un gesto sombrío.
—No —contestó Demetri al cabo de un rato—. Ponte algo encima, quiero hablar contigo. Te esperaré en la habitación de al lado.
—El dormitorio.
—No, la sala. ¡Date prisa!
Ella volvió a mirar su reflejo.
—A lo mejor no quiero vestirme. He subido para acostarme. Estoy cansada. Creo que deberías irte. Hablaremos mañana por la mañana.
—Mañana por la mañana no estaré aquí —replicó Demetri entre dientes—. Tengo que ir a una reunión en Atenas. Durará dos días. Volveré a finales de semana.
—Eso... ¿qué tiene que ver conmigo? —Jane, sin saber cómo, lo preguntó con sarcasmo.
—Ponte algo —Demetri descolgó una bata de seda de un gancho en la puerta—. Esto será suficiente.
Jane no se molestó en agarrar la bata, que cayó al suelo. Demetri soltó una maldición en su idioma, se acercó a ella y su reflejo apareció en el espejo mientras se agachaba para recoger la bata y luego se la colocaba por encima de los hombros.
—Póntela —instió él con un tono áspero—. O no me hago responsable de mis actos.
—¡Caray! ¡Estoy aterrada!
Jane estaba empezando a pasárselo bien aunque sabía que estaba jugando con fuego. Demetri no era de los que se tomaban una provocación a la ligera y su expresión hizo que ella contuviera el aliento.
—Jane —el tono fue levemente amenazante.
Él fue a envolverla con la bata, pero ella se apartó. La bata volvió a caer al suelo y él le rozó los pechos con la mano. La sensación fue enloquecedora, una mezcla de sensibilidad cautivadora y de deseo ardiente. Quería que él le pasara la palma de la mano por la delicada piel, quería que se inclinara y se metiera un pezón anhelante en la boca. Las miradas se encontraron en el espejo y ella notó que él sabía lo que estaba sintiendo. Eso le fastidió porque no quería que él pensara que había ido allí con la esperanza de reiniciar la relación. Se agachó, recogió la bata, se la puso y ató el cinturón con fuerza.
—Muy bien —dijo ella tajantemente—. Vamos a la sala. No puedo imaginarme qué podemos decirnos, pero estoy segura de que vas a aclarármelo.
Demetri se apartó un poco para dejarla pasar y ella tuvo que rozarlo. Llevaba un traje gris oscuro de seda, una camisa gris perla y la corbata suelta. Su aspecto era muy distinto del que tenía cuando fue a su piso en Londres, pero ella sabía que podía ser igual de imponente con jersey y vaqueros.
La sala estaba un poco oscura y Jane encendió más lámparas para mitigar la sensación de vulnerabilidad. ¿Por qué había ido Demetri a sus aposentos? ¿No podía haber esperado a la mañana siguiente para decirle lo que tuviera que decirle? Entonces se acordó de que a la mañana siguiente se iba a Atenas y, por lo menos, se ahorraría la posible humillación de que él fuera al cuarto de baño y se la encontrara vomitando.
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Soy tu Dueña ©®
RomansaSu matrimonio había terminado, pero... ¿qué pasaba con el bebé? El matrimonio entre Jane y el guapísimo magnate griego Demetri Souvakis había llegado a su fin hacia ya cinco años. Destrozada y traicionada, Jane lo había abandonado y había empezado...