Capítulo 8

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Antes su sorpresa, Jane durmió asombrosamente bien. Después todo lo que había ocurrido, había pensado que se quedaría despierta durante horas dándole vueltas a los acontecimientos del día y la noche. Sin embargo, perdió la conciencia en cuanto apoyó la cabeza en la almohada. No era una conciencia tranquila. Lo que había hecho, lo que había permitido que hiciera Demetri, era imperdonable. Se merecía pasarse la noche reprendiéndose por su necedad. Aunque también cayó en la cuenta de que, si se había dormido tan fácilmente, habría sido en parte por el embarazo. Se puso de espaldas y observó el sol que entraba por las ranuras que había entre las cortinas. En Londres, inquieta por todo lo que se le avecinaba, los sueños estaban repletos de imágenes angustiosas, pero la noche anterior había estado tan agotada, que no pudo mantener los ojos abiertos.

Se encontraba descansada, como no se había sentido desde hacía mucho tiempo. En realidad, desde que Demetri reapareció en su vida.

Sin embargo, tenía que levantarse para afrontar todo lo que le esperaba, y no se refería a las náuseas de todos los días. ¿Qué habría pensado Leo cuando su hijo abrió la puerta y salió de la habitación sin dar ninguna explicación? Fue hacia la escalera como si no estuviera dispuesto a contestar ninguna pregunta sobre su presencia allí. Era fácil de imaginarse lo que habría pensado al encontrar a su hijo con la mujer de la que estaba divorciándose. Al fin y al cabo, había recibido los primeros documentos el día anterior a salir hacia Kalithi. Que él no los hubiera firmado no les restaba ninguna veracidad.

Apartó las sábanas y comprobó que había dormido sin la enorme camiseta que se ponía siempre. Sin embargo, se había sentido humillada al haberse quedado sola para afrontar la evidente perplejidad de Leo y no era de extrañar que estuviera desorientada cuando él se fue. El padre de Demetri miró a su hijo como si no entendiera la situación. Luego, miró a Jane, observó que sólo llevaba la bata y su rostro arrugado adoptó una expresión de entenderlo todo.

Jane estuvo a punto de explotar. Sabía muy bien que tenía los labios inflamados y las mejillas congestionadas. Leo no era tonto. Tuvo que adivinar exactamente lo que había interrumpido. Por eso rehusó la invitación de ella para que entrara.

—No te preocupes, Jane —se había excusado mientras miraba al descansillo como si esperara que su hijo reapareciera—. Si no necesitas nada, te deseo buenas noches. Que duermas bien, cariño.

Evidentemente, había decidido que no era el momento de tener una conversación trivial. Antes de despedirse, Jane tuvo ganas de decirle que eso que había presenciado no era lo que él pensaba, pero, realmente, tampoco tenía muchas ganas de saber lo que pensaba sobre su comportamiento, por no decir nada del de su hijo.

Una doncella le llevó el desayuno mientras se duchaba. Cuando salió del cuarto de baño, se encontró una bandeja con zumo, bollos y café en la mesilla. Esperó que la chica no hubiera oído más de la cuenta, pero si lo había oído, tampoco pasaba nada. La gente vomitaba por los motivos más diversos. El olor a café era repelente, pero se comió un trozo de un bollo. Estaba muy bueno y recordó haber leído que la comida podía aliviar las náuseas matutinas. Se comió dos bollos y se bebió el zumo. Incluso acabó tomándose media taza de café y se encontró bastante bien.

Se puso una camiseta rosa sin mangas y unos pantalones cortos a juego. El color le favorecía y se sujetó el pelo con una pinza. Entonces, con cierto recelo, salió de la habitación. Eran las nueve pasadas y podría encontrarse con alguien. No estaba pensando en Demetri, se dijo mientras bajaba las escaleras, pero tampoco podía evitar preguntarse si se habría ido. Se encontró con Stefan, que estaba tocando el piano en la sala de música.

Cruzó el vestíbulo y se paró en la puerta. Aunque era imposible que él hubiera oído sus pasos, levantó la cabeza.

—¡Jane! —exclamó mientras se levantaba del taburete.

Soy tu Dueña ©®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora