Le tocó a Jane apartar la mirada. Estaba temblando y esperó con toda su alma que él no lo notara. Naturalmente, había sido una impresión muy fuerte. Desde que se separaron, había vivido con la certeza de que Demetri le pediría la libertad antes o después. Había estado segura de que su madre lo convencería, si no lo hacía otra persona. Además, ella también lo quiso en aquellos momentos. Sin embargo, con el paso del tiempo, había llegado a creer que nunca ocurriría.
—¿Te pasa algo?
Estaba acercándose a ella. Tenía que hacer algo antes de que él sintiera lástima. No podría soportarlo.
—Voy a vestirme —dijo ella sin respirar para que no se le escapara un sollozo.
—Janie...
Así la llamaba cuando hacían el amor.
—Dame un minuto.
Jane se encerró en su dormitorio, pero una vez sola, no pudo contener la oleada de sentimientos. Unas lágrimas abrasadoras le cayeron por las mejillas y fue al cuarto de baño. Agarró un montón de pañuelos de papel y se sentó en la tapa del retrete con la cara entre las manos. —Querida...
No sabía cuánto tiempo llevaba allí encerrada cuando oyó la voz de él. Levantó la cabeza bruscamente con gesto de incredulidad. Demetri estaba en la puerta. Nunca se había sentido tan humillada.
—¡Fuera! —gritó mientras se levantaba—. ¿Cómo te atreves a entrar? No puedes meterte en mi intimidad de esta manera.
Demetri se limitó a suspirar y a apoyar el hombro en el marco de la puerta.
—Me atrevo porque te aprecio —contestó él con un afecto desconcertante—. Janie... ¿Cómo iba a saber yo que reaccionarías así? Pensé que te alegrarías de librarte de mí.
—Y me alegro —Jane sollozó.
—Eso parece...
—No te ufanes, Demetri. Acabo de dar media vuelta al mundo y estoy agotada —hizo un esfuerzo para esbozar algo parecido a una sonrisa—. No niego que me haya impresionado, pero no estoy llorando por estar descorazonada, ni mucho menos.
—Entonces... —Demetri no parecía muy convencido—. ¿Siempre te derrumbas cuando vuelves de un viaje? ¿Quieres decir eso?
—No te hagas el tonto —replicó Jane en un intento de recuperar la compostura—. ¿Qué quieres que diga? ¿Qué estoy destrozada? ¿Qué estoy desolada? ¿Qué estoy deshecha porque el arrogante majadero con el que me casé va a caer sobre otra pobre mujer? —soltó una carcajada áspera—. Puedes esperar sentado.
Demetri, involuntariamente, se enfadó por esas palabras. Había ido allí con sus mejores intenciones y ella le respondía de esa manera. Era muy típico de ella: primero disparaba y luego se arrepentía. Aunque esa vez, algo le dijo que no iba a arrepentirse.
—Eres una desagradecida. ¿No lo sabías? —le soltó mientras cerraba los puños.
—Acabas de decírmelo.
Jane se secó las mejillas, tiró el pañuelo al retrete y vació la cisterna.
—Quizá deberías morderte la lengua. Según mi abogado, en estas circunstancias, no tengo que ofrecerte nada.
—No quiero tu dinero. ¡Nunca lo he querido! —exclamó ella con desprecio—. Lárgate. Quiero vestirme.
Demetri la miró fijamente. Estaba seguro de que no tenía tanta confianza en sí misma como quería aparentar. Esos increíbles ojos verdes todavía brillaban con lágrimas y su boca, esa boca que había besado tantas veces, no podía disimular el temblor.
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Soy tu Dueña ©®
Roman d'amourSu matrimonio había terminado, pero... ¿qué pasaba con el bebé? El matrimonio entre Jane y el guapísimo magnate griego Demetri Souvakis había llegado a su fin hacia ya cinco años. Destrozada y traicionada, Jane lo había abandonado y había empezado...