Sin embargo, sus ojos se clavaron en los de él como si tuvieran vida propia.
—¿Qué quiere, señor Souvakis? —preguntó con un leve temblor en la voz—. Si quiere un revolcón de una noche, le diré que no me acuesto con cualquiera.
—Yo tampoco —replicó él con cierta indignación—. ¿Le he pedido que se acueste conmigo? Discúlpeme, pero no recuerdo haberlo hecho.
Ella se puso roja como un tomate y él lamento haber sido tan cortante. Además, si era sincero, tenía que reconocer que había acariciado la idea de seducirla. Más que acariciarla, se había recreado con ella. Por eso le había molestado su perspicacia.
—Las señales que me ha estado enviando no me han dicho eso, señor Souvakis —replicó ella remilgadamente.
Jane volvió a su tarea y él sintió unas ganas casi incontrolables de demostrarle lo equivocada que estaba. Sin embargo, no hizo nada y al cabo de unos minutos ella encontró el famoso recibo.
—¡Sabía que lo tenía!
Demetri, que no tenía el más mínimo interés en un documento que podría recoger su ayudante, esbozó una sonrisa burlona.
—Intentaré contener la emoción —comentó él irónicamente.
—Quizá no sea importante para usted, señor Souvakis —Jane estaba más colorada todavía—, pero tengo la obligación de cerrar pertinentemente todas las transacciones. Estoy segura de que su padre no se quedaría contento sin el certificado de origen de la estatuilla.
—Y yo estoy seguro de que tiene razón, señorita Lang. Como ha dicho, a mi padre le importan esas cosas, a mí, lamentablemente, no.
—Entonces, ¿por qué se ofreció para venir a recogerla?
Demetri ya no podía resistir la necesidad de tocarla.
—Porque quería verla otra vez —le pasó los nudillos por la mejilla ardiente—. Qué suave.
—Pero usted dijo... —apartó la cara, pero no se movió—. Dijo que no quería acostarse conmigo.
—Los hombres y las mujeres pueden hacer muchas cosas aparte de acostarse —Demetri arqueó una ceja—. ¿Nunca ha tenido novio?
—Claro que he tenido novios. ¡Espero que no quiera fingir que quiere ser mi novio!
—No —hizo una mueca.
—Entonces, ¿qué pretende?
—¿Quiere que se lo explique? Me gustaría conocerla mejor. Luego, si nos damos cuenta de que somos compatibles, a lo mejor nos acostamos juntos. Quién sabe...
—¡Lo sabía! —se apartó de él y lo miró con desprecio—. Es lo único que le interesa, ¿verdad? ¿Por qué no lo reconoce?
—Porque no es verdad —contestó él con rabia—. ¿Tan mujeriego le parezco?
—No lo sé, no lo conozco, señor Souvakis.
—Efectivamente. Antes de insultarme, quizá debería intentar comprobarlo.
—¡No quiero comprobarlo! —exclamó ella puerilmente.
Demetri notó que empezaba a perder el dominio de sí mismo.
—¿Está segura? —se dejó llevar por los instintos, la agarró de la muñeca, la estrechó contra sí, le rodeó la cintura con el brazo y la miró a los ojos—. ¿Está segura?
Por un instante, ella no pudo apartar la mirada, pero luego consiguió poner una mano entre los dos y empujarle el pecho.
—¡Suélteme!
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Soy tu Dueña ©®
RomansaSu matrimonio había terminado, pero... ¿qué pasaba con el bebé? El matrimonio entre Jane y el guapísimo magnate griego Demetri Souvakis había llegado a su fin hacia ya cinco años. Destrozada y traicionada, Jane lo había abandonado y había empezado...