La llegada de la señora Sawyer con el café le dio unos minutos a Demetri para recomponerse. Estuvo tentado de servirse otra copa, pero sabía que emborracharse, una vez más, iba a hacerle un flaco favor y dejo el vaso con un golpe seco.
Jane, entretanto, aceptó la idea de Freda y se sentó junto a la mesa donde había dejado la bandeja. Él se dio cuenta de que Jane no hizo ni amago de probar el té que le habían servido y Freda abandonó la habitación. Demetri comprendió que tenía que hacer algo para reconducir la situación y se sentó enfrente de ella.
—Supongo que Ianthe te habrá contado que ha venido con Theo y contigo.
—Sí.
Demetri pensó que eso sería otro golpe contra él. ¿Habría ido para reprocharle por enésima vez algo que no había hecho? Frunció el ceño. Encima, ella estaba absolutamente maravillosa. Tenía un brillo, una especie de calidez interior que hizo que se maldijera por haber llevado tan mal todo aquel asunto. Nunca había dejado d desearla. Incluso cuando dijo que la odiaba, supo que lo hacía por su desdichado anhelo.
Notó que tenía el pelo más largo. Un mechón se e curvaba sobre el hombro de la chaqueta de lana. Deseó que se quitara la chaqueta. Era un disparate, pero quería verle los pechos. Siempre habían delatado su estado de ánimo.
Jane notó que Demetri le había recorrido el cuerpo con la mirada y sintió que sus ojos negros le abrasaban la piel. Siempre habían tenido ese efecto en ella y esa noche más que nunca. Sabía lo que le había hecho, sabía que él no la había mentido, sabía que había sido una estúpida.
—Has dicho que Ianthe se presentó en la galería.
—Efectivamente —Jane se fue por las ramas en vez de ir al meollo de asunto—. Fue una suerte que lo hiciera. Alex estaba allí, Alex Hunter, y estaba molestándome.
—¿Molestándote? —Demetri entrecerró los ojos—. ¿Cómo?
El tono afable debería haberla puesto sobre aviso, pero ella se alegró tanto de poder hablar tranquilamente que siguió.
—Bueno… como siempre. Él… no aceptaba que yo no quiera volver a verlo. Si Ianthe no hubiera aparecido…
—¿Estas diciéndome que ese hombre te agredió? —Demetri se levantó de un saltó—. ¡Lo encontrare y lo matare! ¿Cómo se ha atrevido a ponerle la mano encima a mi mujer?
Jane se sintió intimidada a verlo sobre ella.
—¿Sigo siendo tu mujer, Demetri? —susurró Jame mientras lo miraba.
—De momento —farfullo el, intentando contener la necesidad de acariciarla—. En cualquier caso, eso es lo de menos. Ese hombre se va a enterar de que nadie agrede a alguien de mi familia y queda impune.
—No me agredió, Demetri. Sólo me asustó.
—¡Maldito! —él se pasó los dedos por el pelo—. Así que esta vez tendré que agradecerle a Ianthe su intervención, ¿no?
—Sí.
—Qué paradoja, ¿no crees?
—Es posible —Jane tragó saliva y señaló el sofá—. ¿Por qué no nos sentamos? Quiero decirte algo.
—¿Crees que puedo caerme de espaldas?
—No…
—Te lo advierto, Jane, si has venido a esparcir mas veneno de Ianthe…
—¡No! —agarró el brazo de Demetri y notó que se le tensaban los músculos—. Por favor, tienes que escucharme.
Demetri miró la mano y se preguntó cómo era posible que ese contacto vacilante pudiera producirle una descarga eléctrica por todo el cuerpo. Notó una presión en el pecho por el deseo de acariciarla, de deleitarse con ese cuerpo que se entregaba a su abrazo. Se le aceleró el pulso. ¿Cómo podría reponerse lo suficiente para asistir a una cena de trabajo en la sala de juntas de su empresa?
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Soy tu Dueña ©®
RomanceSu matrimonio había terminado, pero... ¿qué pasaba con el bebé? El matrimonio entre Jane y el guapísimo magnate griego Demetri Souvakis había llegado a su fin hacia ya cinco años. Destrozada y traicionada, Jane lo había abandonado y había empezado...