Se despertó cuando alguien llamó a la puerta. Abrió los ojos y por un momento no supo dónde estaba, pero cuando vio los ondulantes visillos cayó en la cuenta.
Se sentó de un salto y tuvo que agarrase al borda del colchón cuando toda la habitación empezó a darle vueltas. Sintió una náusea, pero, afortunadamente, se le pasó enseguida.
—Thespinis! Boro na bo?
Jane se levantó de mala gana y fue hasta la puerta. Esperó que no fuese Maria. No tenía ganas de encontrarse con su suegra cuando iba con unos pantalones arrugados y una camiseta húmeda. Debió de sudar cuando estaba dormida y se sentía acalorada y pegajosa.
Para su alivio, se encontró con una doncella cuando abrió la puerta. Llevaba una bandeja con una jarra de zumo y un vaso. Jane se dio cuenta de que, efectivamente, tenía sed.
—Gracias.
Jane agarró la bandeja, pero la chica no se movió.
—El señor Souvakis pregunta si acompañará a la familia en el aperitivo antes de la cena —le preguntó en griego—. ¿Le parece bien a las siete y media?
Jane, que había dejado la bandeja en una mesilla y estaba sirviéndose el vaso, la miró con un parpadeo. Dio un sorbo y pasó a mirar el reloj. Eran casi las siete. Había dormido más de dos horas. La habrían considerado una grosera. Ni siquiera había ido a saludar al padre de Demetri.
—Sí, claro, muy bien —cayó en la cuerna de que la chica no encendía su idioma y se lo dijo en griego.
—Se lo comunicare al señor Souvakis.
Jane le sonrió antes de cerrar la puerta, fue al cuarto de baño con el vaso de zumo y abrió el grifo de la ducha. Se quitó la camiseta, los pantalones y la ropa interior y se metió debajo del refrescante chorro de agua.
Media hora más tarde, vio su reflejo en los espejos del armario. Afortunadamente, el vestido verde esmeralda no había sufrido mucho por el viaje en la bolsa y tenía las sandalias de tacón alto que se compró en Tailandia. Llevaba las piernas desnudas. La piel todavía conservaba algo de color y decidió que le bastaba con un poco de lápiz de ojos y de pintalabios color ámbar. No creía que a nadie fuera a importarle su aspecto. Excepto, quizá, al padre de Demetri. Todavía tenía el pelo húmedo, pero bien peinado por detrás de la orejas quedaba correcto. Además, la humedad le daba un tono algo más oscuro.
Abrió la puerta, salió al descansillo, tomó aire y se dispuso a bajar las escaleras. Ya había oscurecido y el piso de abajo estaba iluminado con docenas de faroles que colgaban del techo. Había unas hornacinas con estatuillas de oro e incluso la fuente que había en medio del vestíbulo estaba iluminada por dentro y emitía una luz fascinante. Se dijo que eso era lo que podía conseguirse cuando el dinero no era un obstáculo y aunque lo admiró con el ojo de una experta, no sintió ninguna envidia.
Una doncella estaba esperándola al pie de la escalera para acompañarla hasta sus anfitriones. Era joven y la miró de soslayo. Eso hizo que Jane se preguntara, una vez más, si era posible que alguien sospechara su secreto. Era imposible. La chica simplemente sentiría curiosidad y no tenía nada de malo.
La siguió por una galería abovedada que llevaba a la parte trasera de la villa. La galería estaba abierta por un costado y se podía oír el suave rumor del mar. Se preguntó si Leo Souvakis recibiría a los invitados en el exterior, pero antes de que llegaran al porche, la doncella entró en un enorme pabellón de cristal. El invernadero era una auténtica jungla de plantas y árboles tropicales
La doncella la anunció y Leo Souvakis apareció, apoyado en un bastón, pero con una sonrisa de bienvenida sincera en el rostro. Jane se dio cuenta de las arrugas, pero conservaba las facciones muy parecidas a las de su hijo.
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Soy tu Dueña ©®
RomanceSu matrimonio había terminado, pero... ¿qué pasaba con el bebé? El matrimonio entre Jane y el guapísimo magnate griego Demetri Souvakis había llegado a su fin hacia ya cinco años. Destrozada y traicionada, Jane lo había abandonado y había empezado...