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Ya ha pasado un mes desde que Leonardo empezó a salir con Diana, la pantalla de su celular ahora tiene una foto de los dos abrazados. Me carcome la envidia y la tristeza por igual cada que advierto lo mucho que se quieren. De un lado para otro anda con ella y siempre que encuentra tiempo libre se escapa a su facultad o viceversa.

Afortunadamente aún hay un espacio inalienable entre ambos. Nuestros gustos tan similares nos llevaron a crear un resquicio de locura y creatividad. Nos gusta salir a cazar piezas de arte incomprendidas. Una vez vimos una obra del Greco muy peculiar, el sujeto que la vendía decía que los ángeles, Jesucristo y las alegorías habían desaparecido, que la pintura era un gran revoltijo de formas aleatorias y que lo único que quedaba era la mano de Siqueiros en Lecumberri. Yo me imagine caminando hacia la celda J, con unas ajustadas bragas rosas y manchas de labial en las mejillas.

La afición por el jazz nos tiene en una constante adquisición de los álbumes más viejos remasterizados, los discos que contienen las grabaciones interminables de todas las canciones y los que cuentan con canciones extra que nunca se reprodujeron en ninguna radio. Nuestro más reciente descubrimiento es la obra de Eugenio Toussaint, "Música para beber vino"

En cuanto a los libros, siempre he preferido la poesía antes que la literatura, las obras de Pablo Neruda son como agua fresca en el desierto, un oasis de sueños y colores. Leonardo prefiere las novelas de Günter Grass y tocar un tambor y las de Orhan Pamuk y llamarse asesino.

Diana, en cambio, no comparte con él más que sus besos y caricias. Ella no comprende a Leonardo tanto como yo. No lo merece y no le pertenece.

Antes de irnos a soñar hicimos una escala técnica en la casa de Leonardo. Su madre nos abrió la puerta, de cierta forma me sentía nervioso ante el hecho de conocer a su familia.

-Mamá te presento a Rodrigo, mi amigo de la universidad del que te he hablado - ¿le ha hablado de mí?

-Hola, Rodrigo. Un gusto – me saludó con un cálido beso en la mejilla. Sus facciones finas y delgadas son cubiertas por la piel morena, similar a la de Leonardo.

-El gusto es mío.

-Me llamo Silvia. Siéntete como en tu casa.

Su casa rezumaba luz, dos enormes libreros hacían de centinela en la sala de estar, detrás había unas escaleras adornadas con una balaustrada de madera, al fondo había un pequeño pasillo daba a otra habitación.

-Vamos a mi cuarto. — Leonardo tomó una manzana roja de la mesa y la mordió. El jugo le escurrió por la comisura de los labios. Me imagine bebiendo, aplastando uvas y viviendo en una barrica.

-Leonardo, tu padre no tardará en llegar, dile que salí por lo de siempre.

-Sí, mamá – la mujer me dedicó una sonrisa y desapareció por el pasillo.

**

-Carajo, no sé dónde está el dinero – a pesar de tener uno de los cuartos más ordenados de toda la historia, Leonardo había perdido su dinero entre tanto orden.

-¿Cómo lo pudiste perder? Aquí está todo muy ordenado, demasiado diría yo.

-Me pregunto lo mismo. Ayúdame y busca en el ropero.

El enorme armario de caoba parecía esconder los secretos del universo. Busqué y rebusqué por todos lados, moviendo ropa de aquí para allá pero no encontré ningún billete o algo que se le pareciera. En cambio a mi vista salto un objeto que desentonaba con el resto; una vieja caja de zapatos cubierta de forma desigual con cinta negra.

-Voy abajo a buscar, creo que dejé el dinero en algún lado del librero - Leonardo se fugó por la puerta y mi curiosidad dio rienda suelta al metiche que llevo entre las vísceras y la piel.

Dentro de la caja había un bonche de fotografías viejas envueltas en una sucia bolsa de plástico transparente, un montón de flores de papel de diversos colores y una hoja en blanco. Desenvolví las fotografías, en una de ellas había un Leonardo mucho más joven y escuálido, me dio risa lo indefenso que se veía entonces. Junto a él otro niño miraba al lente, fui pasando las fotos y era la misma escena, el niño misterioso y Leonardo.

-¡Lo encontré! – corrió hacia la habitación agitando un par de billetes de 200 pesos. Rápidamente tapé la caja y la coloqué como estaba.

-Ya era hora. ¿Nos vamos? Que ese disco tiene que ser mío.

En el camino seguí pensando en el niño de las fotografías. ¿Quién era él? ¿Y por qué su recuerdo es guardo en el más profundo de los olvidos y en el rincón más oscuro? Parece que mi amado tiene algo que esconder, somos tan parecidos.

-Leonardo

-¿Qué pasa? – caminábamos de vuelta a la camioneta, junto con unas bolsas llenas de arte.

-¿Tienes secretos?

_____

Las nalgas las tenía frías, no había dormido con nada puesto, solo una cobija roja. Antonio llegó a su casa con un pastel de chocolate, el favorito del pequeño Rodrigo.

-Sabes bien que a estas horas no hay nadie, no debiste traerlo.

-Lo podemos dejar en el refrigerador, no le pasara nada. Además lo traje para Rodrigo y tu mamá.

-Yo sé que a ti lo único que te empalaga soy yo.

-Hoy tengo un poco, solo un poco de tiempo libre.

-Entonces aprovechemos.

Fueron directo a la cama, violentamente Raúl despojo de ropa a Antonio, no tenía prisa ese día, simplemente le excitaba tener el control de la situación. Le gustaba dominar, hacer presente la fuerza del hombre viril y decidido que era.

-Mámamela - demandó con voz grave.

Antonio se arrodilló y desabrochó el pantalón, dejando al aire la enorme erección, manjar exquisito y exótico. Con gran delicadeza lamio la cabeza rosa de aquel falo divino, con sus labios apretaba, provocando un espasmo de placer en su amante. Raúl comenzó con un intenso movimiento de cadera, literalmente le estaba follando la boca. De vez en cuando Antonio soltaba arcadas, en esos momentos Raúl sacaba su miembro de esa boca temblorosa y un hilo de baba se formaba entre la punta de su pene y los labios de Antonio. Anunciando el clímax, gruñó como lo hacen las bestias al morir. El líquido blanquecino e hirviente calló por la lengua de Antonio, este lo mantuvo ahí.

-Trágatelos todos, putita - obedeció sin dudar, sabia dulce.

-Ven y dame un beso – dijo Antonio con voz suave y calmada.

Raúl se arrodillo justo en la misma posición que él y lo besó tiernamente, comiendo involuntariamente un poco de su propio semen. Lo abrazó fuertemente.

-Tienes razón, tú eres lo único que me empalaga.


En la orillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora