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-Diana...yo – las palabras no me salían. Los vidrios de estaban empañados dibujados con líneas y huellas, solo se veían los colores de del cielo nocturno difuminados como manchas. Diana estaba fuera de la camioneta, quieta, esperando mi discurso.

-¿Me vas a dejar? ¿Me vas a abandonar? – mi cuerpo se estremeció, la forma maquinal de pronunciar me produjo un escalofrió era como si lo hubiera ensayado. La frialdad calculada de su actitud me tomaba por sorpresa, aniquilando su imagen jovial.

-Estoy confundido, debo darme un tiempo para pensar ciertas cosas.

-Esa escusa tan idiota no te va a funcionar, dime con quien me engañas. No me mientas – por el espejo retrovisor vi una tenue luz, un destello que bailaba en la noche.

-No te estoy mintiendo, necesito pensar.

-¿Y quién es la puta que te hace pensar? ¡Se hombre y dime la verdad! – sus dientes rechinaban bajo sus labios, nunca la había visto de esa manera; hecha una furia, mas enojada que herida.

-No hay verdad que contar, simplemente ya no te quiero – apenas terminé de hablar el rostro de Diana languideció, sus facciones se relajaron, la calle silenciosa se inundó con un sollozo que al doblar la esquina se convertía en una grito de dolor. En ese momento aprecié el daño que había provocado a una de las personas que más he querido en la vida – Diana, no quise decir eso...

Inmediatamente entró en su casa, yo me quede ahí, con la puerta abierta, la luz centelleante en el retrovisor y la calle anegada de tristeza.

Durante los días siguientes todo fue una pantalla en gris, las clases transcurrían, no comprendía nada, no quería poner atención. Muchas veces intente remediar la situación, pero siempre acababa de la misma forma, Diana llorando en el teléfono o frente a mí y yo sin decir nada, una parte de mi quería que todo volviera a la normalidad, pero otro me decía que la normalidad es esto que vivo ahora, una confusión constante.

Rodrigo se mantenía al margen en este asunto, ya no comíamos ni nos regresábamos juntos debido a que también le pedí un tiempo a él. Estar alejado de todos aclararía mis emociones.

Las vacaciones de invierno se acercaban incesantes. Para abundar en las penas, en varias materias reprobé de forma espectacular, los exámenes que me regresaban no alcanzaban ni el tres de calificación.

En uno de mis tantos descansos para pensar Rodrigo se sentó a mi lado.

-Los exámenes finales están pesados, que bueno que me diste esas clases de álgebra – lo mire incrédulo, después de todo lo que hemos pasado así inicia la conversación: con trivialidades.

-No actúes como que no ha pasado nada.

-No actuó como si no pasara nada, ha pasado tanto que esta es la única forma de actuar.

-¿Con indiferencia?

-Tratando de continuar

-Quisiera ser como tú, ahora mismo no puedo con mi vida.

-Tranquilízate, a veces solo hay que dejar que las cosas fluyan – puso su brazo alrededor de mí – Y para lo anterior es preciso que te recuerde que mañana es nuestra cita

-Mis ánimos no están para citas

-Puede que no, pero lo necesitas para salir del valle de lágrimas, además soy muy estricto con mis compromisos.

De una manera u otra, sé que intentaba animarme, cosa que apreciaba mucho. Lamentarme toda la vida por lo que pasó o pasará no me traerá nada bueno. Nuestra pequeña charla se esfumó en el aire. En el resto del día volvimos a la rutina, comer juntos e irnos juntos, extrañaba que el monopolizara la música en el carro.

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Helena se movía nerviosa de un lado a otro, su cabello desordenado y la ropa extraviada no le ayudaban en la situación. Iría junto con David y Leonardo a visitar a sus hermanos.

El hecho de que su hijo fuera homosexual no le afectaba en lo más mínimo, el amor incondicional por David no iba a menguar por nada del mundo. Sin embargo, se obligó a ver a Leonardo con otros ojos, con ojos melancólicos, sabía que sus padres no eran las personas libres de prejuicios dispuestas a aceptar a un hijo gay. Una extraña mezcla de sentimientos la poseía, entre la alegría de que su hijo encontrara una persona especial y la preocupación de cómo reaccionarían los padres de Leonardo al descubrirlos.

A pesar de ser muy protectora, no inquirió a David ni a Leonardo sobre lo que fuera que tuviesen, esperaría paciente y expectante a que tuvieran la suficiente confianza para decirlo por cuenta propia.

Sus hermanos, tan histriónicos como ella, acogían a Leonardo como uno más de esa familia extravagante.

-Niños, ¿ya están listos?

-Mamá, estamos listos desde hace una hora – mataban el tiempo viendo televisión y dándose besos furtivos.

-Perfecto.

**

-Tío, haz un truco de magia

Diego, uno de los tantos hermanos de Helena, se ganaba la vida dando espectáculos de magia e ilusionismo en grandes cadenas de hoteles y centros de ocio. El ambiente en la casa era una algarabía poderosa, Helena, ya un poco borracha, cantaba a todo pulmón arias hermosas.

-Mira, detrás de sus orejas hay muchas monedas, hay una manada de leones blancos que busca flores purpureas para pintarse el vientre, hay un montón de hojas secas incendiándose – decía Diego. Los muchachos, maravillados, ponían mucha atención.

De sus mangas sacaba pañuelos, de un sombrero sacó un par de abejas que regalaron miel a Leonardo y polen a David. Les adivinó el futuro y predijo que un día sus brazos serían tan largos como para tocarse ellos mismos el corazón y cambiarse de lugar los sueños.

-Diego, ¿puedes decirnos si estaremos juntos? – Leonardo le habló con ansia. Sus ojos brillaban.

-Eso no lo puedo adivinar, soy apenas un simple mago

-Vamos a estar juntos siempre – intervino David estrujando a Leonardo entre sus brazos.

-¿Cómo lo sabes? – preguntó Diego.

-Porque yo si soy adivino.

En el salón, Helena cantaba

En la orillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora