Llegué muy tarde a casa, alrededor de las 12 pm. Los semáforos y las infinitas luces rojas (infinitas no numerables, he de decir) alargaron el camino. A los 20 años ya uno es lo suficientemente capas de andarse con cuidado, pero nunca se tiene la edad necesaria como para que tus padres no se preocupen por ti. Mamá me mandaba constantes mensajes, preguntándome donde estaba, a qué hora pensaba llegar y que estaba muy angustiada porque no llegaba. Le contesté con fotografías del tráfico monstruoso.
Cuando arribe por fin a mi hogar, las luces de la sala estaban encendidas, algo nada raro en esa casa y en esta ciudad, siempre hemos tenido la mala o tal vez destructiva costumbre de dormir lo más tarde que el cuerpo nos permita. Al abrir la puerta sentí una mirada inquisidora aumentada por unos lentes gruesos.
-Leonardo es muy tarde, ¿dónde estabas?
Sobre la mesa de la sala miles de papeles regados me contaban la historia de un día ajetreado.
-Con Rodrigo. ¿Y estos papeles?
Su rostro se ensombreció, se quitó los lentes y tallo sus ojos. Pareciera que la oscuridad repentina de los párpados cerrados le ofrecía un consuelo, un lugar donde encontrar valor para decirme lo que sea que se traiga entre manos.
-Hijo, hay algo muy importante que tenemos que hablar.
Me senté en la mesa, un abismo de celulosa nos separaba, sus manos se encontraron con las mías.
-Tu padre y yo - aspiro lentamente. - Nos vamos a separar.
Tranquilamente me levante de la silla y fui por dos vasos de agua a la cocina, mientras los llenaba el silencio de la sala se asentaba como el polvo en los muebles viejos. Me senté de nuevo, le extendí el vaso a mi madre y bebí. Uní mis manos a las de ella.
-Mamá, no tienes que decirme esto como si fuera la noticia del año - se sorprendió mucho al oírme hablar tan calmado. – No se tiene que ser muy perspicaz para notar que la relación entre tú y papá se había marchitado. Soy un adulto, o eso creo, estoy seguro que lograré llevar su separación de la mejor manera. Además, hace mucho que los dos perdieron un brillo especial en sus miradas, separarse será lo mejor para todos.
Comenzó a llorar mientras cubría su rostro con ambas manos, las lágrimas que corrían por sus pómulos estaban hechas de plomo, contenían una carga tan grande que agujeraron el piso y una parte de mí.
-Gracias por ser como eres, hijo – me levanté del asiento y la contuve entre mis brazos.
Gracias a que ella siempre había trabajado la repartición de bienes y todas las peleas por ver quién se queda con el mejor hueso serian evitadas, se habían casado por la iglesia y más tarde por el estado. El único "bien" mancomunado que poseían era yo, o eso dijo mamá. Repartirme entre ellos iba a ser sencillo, a papá en realidad nunca le interese.
-¿Recuerdas la casa que compré cerca de donde estudias? La dejé de rentar, me mudare ahí. Podrás quedarte cuando quieras, ya no tendrás que viajar tanto para tomar clase – el futuro lucia esperanzador y sobre todo reparador. – Por fin adoptaremos al perrito que siempre quisiste y tu amigo Rodrigo podrá visitarnos con más frecuencia.
Mi cuerpo se tensó inmediatamente, oír su nombre salir de la boca de mi madre me produjo la inseguridad más pura e indómita. ¿Me aceptará? ¿Y si me rechaza qué hare?
-Sobre Rodrigo. También tengo que decirte algo. Él y yo...
-¿Son novios? – no podía creer lo que escuchaba. ¿Sabía que era homosexual? ¿Desde cuándo lo sabe? Sentí frio en la entre pierna, miré abajo para descubrir que de la impresión tiré el vaso con agua sobre mis pantalones. Lo levanté salvando un poco de agua pero nada de dignidad, lo puse sobre la mesa y la sorpresa y la humedad no me abandonaban.
-¡Leonardo, te vas a enfermar por mojarte!
-¿Sabías que yo soy gay? – grité.
-¿Gay? – no parecía, enojada, ni nerviosa, ni mucho menos confundida. A diferencia de ella yo me moría de los nervios y las manos me temblaban. – Pensé que eras bisexual, tú sabes, esa chica Diana.
-¿Por qué pensabas tal cosa?
-No te voy a responder lo típico de "Una madre siempre conoce a sus hijos" porque te mentiría. Digamos que solo lo sé y ya – sonrió, pude notar una nostalgia efímera en sus pupilas. - Además cuando tenías unos 17 años, después de usar mi computadora, el historial estaba lleno de páginas pornográficas gays. No creo que tu padre visitara esos sitios, y si lo hacía eso ya no es mi problema.
No podía con mi rostro, debía estar por explotar de la vergüenza, el intenso rojo de mi cara iluminaba de aquí hasta China.
-No estoy desilusionada o algo parecido – continuó. – Me costó mucho, muchísimo aceptar tu orientación sexual, no fue fácil. Debes entender que nací y crecí en una época muy diferente a la tuya, cuando yo tenía tu edad, hablar siquiera de sexo era un pecado mortal. Durante demasiado tiempo no quise aceptarlo, pero un psicólogo y el amor que te tengo vencieron esas barreras mentales.
Me sentí culpable, sin quererlo había mandado a mi madre al psicólogo. Pude ver redención en toda esa escena, tal vez mamá había hecho mal en no confrontarme, tal vez yo era un mal hijo por no decírselo, tal vez los dos sufrimos innecesariamente.
Ahora ya todo es agua pasada. Lo que más nos hace humanos es reconocer y eventualmente reparar los errores que cometemos, nunca es demasiado tarde para quitarte un peso de encima. Decir la verdad y desnudar tus sentimientos es aterrador, pero en algún momento de la vida es completamente oportuno hacerlo. Solo tú eres responsable de tu felicidad, aquello que no nos deja dormir en las noches o que nos come el cerebro de la angustia, son seres que nosotros mismos creamos. Invisibles pero muy poderosos.
-Te amo mamá – ahora ella me estrujó entre sus brazos.
-Cuando nos vayamos de aquí Rodrigo tiene que ayudarnos como buen yerno – dijo.
______
Nuevamente estaba llorando. La oscuridad profunda de la habitación formaba un laberinto sin salida. Pude tranquilizarme un instante, sequé mis ojos con la manga de la sudadera. No había nadie en casa, Raúl y Antonio salieron a un antro, festejaban su décimo aniversario. A veces la envidia me corroía por esos dos. Mamá no volvía hasta mañana, fue a otro estado a supervisar el envío de girasoles y tulipanes.
Cada que venían a mi memoria las imágenes de Leonardo y Diana juntos me arrastraban a un agujero sombrío. Llevo casi 2 años queriendo mucho a Leonardo, pero hasta hace poco se transformó en amor, amor verdadero y triste. Cada que lo saludaban o sonreía a otra persona, me vuelvo loco por dentro, loco de la frustración de que todo lo que haga no sea para mí.
Empecé a tener sueños extravagantes donde navegábamos por un rio de luz, cada que sumergíamos las manos miles de estrellas se pegaban a nuestros dedos. Atracábamos en un muelle a la orilla de la galaxia y un astronauta nos daba un menú: había desde gigantes rojas guisadas con chicharos, hasta nebulosas envueltas en hoja de plátano. Nos advirtió que algunos platillos eran tan luminosos que podían traslucir las emociones a tal grado que no pudieras distinguir entre ellas, confundiendo el enojo con el miedo, la angustia con la tristeza, y la felicidad con el amor.
Ordené un pan con nata de vía láctea y Leonardo los anillos de Saturno. Al final del sueño, subíamos a barcos distintos, él se dirigía al telescopio Hubble y yo a Titan. Lo último que recuerdo es una señal de radio que Leonardo mando "Búscame en la orilla del universo" decía.
No puedo seguir guardando estos sentimientos, me van a destruir de un momento a otro, le diré que lo amo, que no puedo pensar claramente si no me ve con esos ojos color miel. Al menos tengo que intentar ser algo más que amigos.
Una idea loca voló por mi cabeza ¿Cuánto costaran dos costales de pétalos de rosas?
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En la orilla
RomanceRodrigo y Leonardo dos almas encontradas por el destino, esconden profundos y oscuros secretos que los atormentan en el presente. El afán de Rodrigo por amar a Leonardo se encuentra con muchos obstáculos que seguramente los destruyan en el camino. ...