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Sabes muy dulce —me decía. — Dulce como las Glorias, dulce como las Alegrías, dulce como las Cocadas. Sabes al agua miel que siempre quise probar, tu sabor es justo como pensé que era.

Su voz de metal, de flores y de leche llegaba a mis oídos muy lentamente, me parecía un rio, una marea calma y diamantina. Lo único que podía sentir en ese momento eran sus manos queriendo arrancarme la ropa. Recargaba todo su cuerpo contra el mío y nuestras erecciones chocaban deseosas y babeantes.

-Rodrigo... - dije su nombre para reconocerlo a él y a mí mismo.

Mi mente era un revoltijo, la culpa y el miedo ascendían como la espuma por mis dedos. Rodrigo me hace sentir cosas muy distintas a las que experimento con Diana. En él encuentro un protector, alguien que sé que me cuida y me necesita tanto como yo a él. Con Diana es diferente, soy yo el que la procura todo el tiempo, aun así el concepto de amor que tenemos nos alcanza perfectamente a las dos. Ya no sé a quién querer.

Recordando lo anterior me separé de Rodrigo rompiendo el momento tan sensual.

-¿Qué pasa? – sus labios estaban resecos y sus entrepierna húmeda.

-Vamos a llegar tarde a clase – me importaba un carajo llegar tarde, pero con tantas cosas en la cabeza es imposible disfrutar.

-No vas a ser responsable justo ahora ¿o sí? Además, cuando mi gran, gran amigo se despierta y no recibe lo que quiere a los dos nos duele la cabeza – esto último lo dijo tomando mi mano y llevándola hasta su entrepierna. Aunque ya he besado a un hombre antes, esto de tocar miembros ajenos es completamente nuevo, no pude evitar sorprenderme y dar un pequeño suspiro.

-¿Es la primera vez que tocas un pene? – mi mano seguía en su miembro mientras con la otra me sujetaba a su camisa, creí que me caería – Eres muy inocente, Leonardo.

-Tenemos que irnos – no podía soportar que me tratara como un niño.

Durante todo el día me tomó de la mano para ir a cualquier lado, de improviso nos deteníamos en medio de los pasillos y me besaba jalándome con suma brusquedad, reclamando mi cuerpo y de lo que él podía obtener. Yo no protestaba, no quería que parara. En ratos me sentía asqueroso por engañar a Diana y lo peor de todo era engañarla con un hombre, con mi mejor amigo.

Terminando las clases decidimos o decidió (qué más da) ir a la plaza cercana a la universidad para relajarnos un rato. Como la navidad se acercaba y con ella el consumismo desenfrenado, las tiendas rebozaban de adornos rojos de formas muy variadas. Nos sentamos a tomar un café al aire libre, a pesar del frio la necesidad de un cigarro era más fuerte que nuestra carne trémula. Rodrigo decía que un café sin un cigarro no es un café.

A un lado de nuestra mesa se encontraba una pareja heterosexual riendo y regalándose besos furtivos. Pensé en Diana, no pude evitar llorar.

-¿Qué pasa? ¿Estás bien? – la cara de Rodrigo inquiría mis lágrimas y temo que algo más.

-No, no estoy bien. ¿Te has puesto a pensar que estoy engañando a Diana? Me siento horrible.

-La monogamia está muy pasada de moda, lo entenderá.

-No es hora de que te comportes como idiota, estoy muy confundido y no me ayudas. Dime Rodrigo ¿Qué somos tú y yo? No quiero que simplemente me uses para darte placer.

-Jamás te usaría. Yo soy de ti lo que quieras que sea. He esperado dos años para decirte que te quería y ahora que lo sabes planeo que estemos juntos para siempre. Claro que todo esto si tú lo deseas. No puedo obligarte a estar conmigo – noté un intenso miedo a ser rechazado en sus palabras. Paradójicamente ese miedo lo compartíamos.

-Me quieres demasiado, para ser sincero no sé si yo pueda quererte así.

-No me importa. Solo déjame amarte – me dolía ver a mi amigo, ahora amante, suplicarme amor de esa forma, nadie merece amar en silencio – Te propongo algo – continuó – Me parece que empezamos con el pie de izquierdo esta precaria relación. Creo que debería darme el tiempo para enamorarte. Te invito a una cita, la más romántica de toda tu vida, dentro de una semana aquí mismo – no pude evitar sonrojarme y expulsar una certera sonrisa.

-Acepto la cita, pero antes tú tienes una pendiente, de esas clases de álgebra no te vas a salvar.

-Claro que sí, me encantaría ser tu alumno.

El día transcurrió de lo más normal, por momentos volvíamos a hablar como los amigos que siempre hemos sido, por otros nos poníamos en plan romántico a lanzarnos indirectas y miradas indiscretas. No pude dejar de pensar en Diana ¿Por qué te cruzaste en mi camino?

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Mientras la niebla cubría la calle y las farolas iluminaban lo poco que era de su voluntad, Raúl corría desesperado para liberarse de sus perseguidores. En la distancia las groserías ininteligibles de sus enemigos colmaban el cielo. "¿Cómo mierda me metí en esto?" pensaba. Llevaba corriendo y esquivando los obstáculos propios de la ciudad alrededor de dos horas quizá más, no importaba. Sus piernas flaqueaban a cada paso y su voluntad de librarse de la golpiza que seguramente le darían se extinguía.

Como siempre fue a hacer la entrega, lo normal de su "trabajo". Solo era entregar la mercancía y tomar la paga y retirarse, eso cuando no tratas de estafar a tus clientes. Pero cuando les entregas piedras envueltas en papel periódico la transacción se puede volver hostil. Tenía todo planeado, les daría las piedras, recibiría el dinero y saldría corriendo, sin embargo la desconfianza de su comprador lo complicó todo.

Cuando se dio cuenta del embauco amagó con dispararle la R-15 que tenía en la espalda, Raúl fue más rápido, lo empujó y se llevó el fajo de billetes. Entonces iniciaron los disparos, de forma milagrosa no salió herido y pudo correr.

Ahora se encontraba escondido detrás de unos botes de basura, con la respiración agitada y los nervios de punta. No tenía miedo a la muerte, sabía perfectamente que el tráfico de armas es un negocio peligroso que en cualquier momento te pasa factura con tu propia vida. Le tenía miedo a no volver a ver a su madre y a su hermano Rodrigo, imaginar que lo abandonaría así como su padre lo hizo le causaba gran tristeza.

De un rincón muy luminoso en su interior se encendió una energía que no sabía que poseía y siguió corriendo. No supo en que momento paro de correr o cuándo se quedó dormido en medio de la calle como un vagabundo cualquiera. Lo único que le importaba, ahora que el sol alumbraba la calle, era llegar a su casa y abrazar a su madre y hermano. "Les voy a llevar el desayuno". Paro un momento en una tienda para comprar leche y pan dulce.

El camino de vuelta casa fue corto, antes de entrar vio lo que no quería ver. Antonio estaba afuera de su casa, con su bicicleta y una gran sonrisa en el rostro.

Sus clientes aun lo buscaban.

En la orillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora