-¡Leonardo! Ven aquí un momento.
La televisión sonaba a todo volumen. Su programa favorito se transmitía cada semana y no iba a perdérselo por nada del mundo. Escuchó a su madre, pero no pensaba moverse de su asiento.
-Leonardo, te estoy gritando como loca desde la cocina. ¡Hazme caso! Necesito que compres huevo, leche y un poco de queso para terminar de cocinar. - la mujer se plantó frente al quicio de la puerta, su voluntad era férrea.
-Pero mamá, es mi programa favorito, no me lo quiero perder.
-Lo vez en la repetición. Anda, se buen niño. - le entregó un billete y salió del cuarto. Leonardo no pudo ni oponerse, siempre terminaba obedeciendo, no es que fuera controlado por su madre sino que era buen hijo. Desde la cocina llegaba un fuerte olor a vainilla, fresas y harina.
Resignado, apagó la televisión y se puso unos tenis. La ventana de su cuarto daba directamente a la calle, a ese estrecho lugar de ventoleras, espuma y dátiles. A Leonardo le gustaba sentir el calor del sol hirviendo su piel, le gustaban las mariposas que perdían el camino a Canadá y se quedaban a vivir en los saledizos de los vecinos.
Al salir de la casa con el dinero y la harina por todo el cuerpo encontró a David cobijado por la sombra de un árbol, escondido en las sombras de las hojas y las manchas de luz.
-David, acompáñame a la tienda – David guardó en su bolsillo algo que no debía ser visto, no ahora - ¿Qué escondes?
-Nada, vamos a la tienda.
Antes de cruzar la calle, David casi por instinto, tomo de la mano a Leonardo mientras con la otra se asía al balón. Corrieron por la avenida, esquivando autos imaginarios y pisando gatos y colibríes. El camino a la tienda, precedido por una enorme pendiente, se tornaba lento y pesado. De vez en cuando un fantasma, un monstruo que ni ellos ni nadie podía advertir, se ceñía sobre ellos, creando un aura silenciosa e incómoda.
Dentro de la pequeña tienda no se miraron ni se hablaron como comúnmente lo hacían. Impelidos por el miedo y la vergüenza, en público ocultaban cualquier muestra de algo más que fuera amistad. Se ocultaban de sus propios sentimientos, de la lumbre que les quemaba la espalda, de cangrejos y estrellas de mar pegadas a sus pies.
Regresaron por la enorme pendiente. Estaban pensativos, atentos a los ojos de avispa del monstruo. A David le pareció que ya era suficiente y antes de entrar a la casa de Leonardo, acarició suavemente el dorso de su mano.
-Hola, David. Gracias por ir con Leonardo, en un momento la comida esta lista – David era un visitante tan frecuente en la casa de Leonardo que su madre ya ni preguntaba si quería quedarse a comer.
Subieron al cuarto, la televisión aun encendida los recibió.
-Te hice esto en clase de arte – David sacó de su bolsillo una flor de papel, finamente coloreada en diferentes tonos de amarillo para los pétalos y un intenso verde para el tallo. Leonardo la tomó entre sus manos con mucho cuidado de no maltratarla.
-Gracias. Es muy bonita.
-Te la hice porque te quiero.
-Yo también te quiero.
Juntaron sus labios en un tierno y dulce beso, cargado de inocencia, de inquietud, de amor. El monstruo, con sus pies de monstruo y sus dedos de monstruo, huyó y se desintegró en el cielo lato.
______
-Buenos días, jóvenes ¿En qué nos quedamos la clase pasada?
Debería ser un crimen, uno ominoso, tomar clase de cálculo a la última hora. Es la clase que más dura y la más importante en toda la licenciatura. Pero, qué se le va a hacer. Cuando llené mi solicitud para la universidad no pensé en estas consecuencias. ¡¿VERDAD?!
-Tú las traes – el aburrimiento me obligó a lanzar una bolita de papel a Leonardo.
-Para que nos van a regañar – a pesar de que apenas hace dos meses nos hicimos amigos, aguantaba bastante bien mis tonterías.
-Te dije que tú las traes – ni yo mismo me explico por qué le solté un brutal zape.
-¡Que ya! – se volteo a picarme con la punta de su lápiz en la pierna.
-Mierda, eso dolió – no me di cuenta cuando lo grite y menos cuando el profesor nos observó molesto desde la tarima.
-Si no quieren estar en la clase se pueden salir - ¿no se pudo inventar una frase más original? Viejillo amargado – Si vuelven a hablar se salen del salón. Continuemos con la definición de límite de una sucesión.
-Trivial – dije en un tono de impertinencia. Leonardo enfrente de mí solo rio, tímido.
-¡Se salen los dos!
Nuestras caras joviales cambiaron intempestivamente a una mezcla de pena y enojo.
No podíamos o no quisimos discutir con el profesor que se notaba a punto de explotar de ira. El salón explotó en silencio, perturbado solo por el sonido de los dos tontos de turno guardando sus cosas para salir. Lamentablemente para nosotros, para el profesor y para las miradas inquisitivas de los compañeros tardamos unos dos minutos en recoger nuestros lápices. Tal vez lo hicimos a propósito.
-¿Es cosa mía o el profe nos odia? – ya fuera del salón la pena se desvanece como el sudor.
-Creo que es cosa tuya – me dirigió una sonrisa cómplice.
-Viéndolo bien nos hizo un favor, su clase es una porquería.
-Bueno, nos hizo un favor pero no de forma amable ¿Qué hacemos ahora?
-Pues, poner una queja con el coordinador de la licenciatura ¿no? Los maestros que sacan alumnos no deben ser tolerados.
-No me refiero a eso, tarado. Ahora que tenemos tiempo libre deberíamos ir a comer.
-¡Ah! Eso. Es viernes y el día está muy bonito, vamos a alocarnos.
Mi idea de un loqueron se materializó en una tranquila comida en las jardineras de la facultad y una caminata por todo el campus que desembocó en el museo de arte de la universidad. Cuando no lo proponemos nadie detiene nuestras locuras.
-¿Qué exposiciones hay? – Leonardo se detuvo frente al museo comiendo un chocolate que yo le compré
-Es sobre Joan Miro.
Como somos estudiantes entramos gratis al museo. Las pinturas de Miro son increíbles e inexplicables, frente a nuestros ojos se derramaban pinturas que a pesar de apreciarlas durante mucho tiempo no tienen ningún sentido o, de forma sorpresiva, adquieren el mayor significado del mundo.
Prestamos particular atención a una pintura "El carnaval del arlequín", las figuras ondulantes de la pintura nos atraparon y no nos soltaron en un buen rato.
-No entiendo lo que veo, pero es muy bonita – solté por fin.
-Insondable, diría yo – hablábamos sin dejar de mirar.
No me gusta permanecer callado mucho tiempo frente a él, siento que cuando no habló o no lo molesto me gusta cada vez más, tiene un imán en todo su cuerpo que lenta, pero constantemente, hacen girar mis ojos y mis sentimientos hacia él. Mis propios pensamientos me rebasan se desbordan y me llevan a un río caudaloso turbulento y convulso, me sujeto a una roca, pero quiero que la corriente me lleve. Es como si un torbellino estuviera dentro de mí.
Al salir del museo Leonardo lucia muy feliz y yo tenía un nudo en la garganta.
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En la orilla
RomanceRodrigo y Leonardo dos almas encontradas por el destino, esconden profundos y oscuros secretos que los atormentan en el presente. El afán de Rodrigo por amar a Leonardo se encuentra con muchos obstáculos que seguramente los destruyan en el camino. ...