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Tocaron desesperadamente la puerta. La lluvia no daba ningún signo de ceder ni de acobardarse, los relámpagos que rompían el cielo ceniciento se escuchaban cada vez más cerca de ellos. El viento les acariciaba la nuca y David sentía la tierra removerse en sus zapatos. Leonardo empezaba a sentir mucha comezón en el brazo por el lodo y las hojas que se le pegaron al pasar por un árbol. David y Leonardo estaban empapados y el agua les escurría por el remate de la ropa.

-¡Niños! ­­— La sirvienta de la gran casa del abuelo de Leonardo les abrió. — ¡Señor Maytonera! — gritó la mujer.

El señor Maytonera apareció por el corredor que daba a la puerta, los niños lo observaron, silenciosos y esperando un regaño. En cambio, igual de silencioso y casi indiferente el abuelo se dirigió primero por unas toallas y después se las entregó a la sirvienta. La mujer jaló a los niños dentro y les ordenó que no se movieran.

El padre de Leonardo y su abuelo se encontraba en la sala viendo un partido de fútbol, tenían la costumbre de verlo bebiendo cantidades industriales de alcohol. Ambos estaban un poco mareados.

Leonardo intentó limpiarse el lodo, pero solo logró embarrárselo aún más. Descubrió que la comezón era producida por diminutas hormigas rojas que corrían por todo su brazo. Ambos se quedaron esperando unos diez minutos a la fámula, pero ella no daba signos de regresar. David veía por la ventana las nubes irisadas, Leonardo contaba las hormigas y les ponía nombre a cada una.

-Vengan, vamos a celebrar – dijo el padre de Leonardo que ya estaba desprendido de todos sus sentidos.

Los abrazó y los empujó hacia la sala la televisión soltaba una cantinela eufórica y el señor Maytonera se servía un poco más de Don Julio. En su embriagues el padre de Leonardo golpeó accidentalmente el ojo de su hijo con una botella de cerveza. Leonardo se sumió en el sillón y después comenzó a llorar.

-¡No seas maricón! No te pegué tan fuerte - las palabras se le caían de la boca. Leonardo siguió llorando, el golpe ya no le dolía tanto a comparación de los gritos de su padre. David, junto a él, sentía un genuino terror, maldita la hora en que se dejó convencer para ir a aquella casa.

-Que no llores, ¡mariquita! – el padre levantó la mano, estaba dispuesto a golpearlo de verdad y con toda la fuerza necesaria

-¡Para! - el abuelo dirigió una mirada de furia a su hijo, el Don Julio que se había servido le quemaba el estómago. — Vayan a su cuarto, niños.

Leonardo se levantó y sujetó la camisa de David, llevándolo consigo escaleras arriba. El abuelo y el padre se miraron unos segundos, no había mucho que decir. El padre decidió romper la tensión preguntando si quería más botanas. "Sabritones", contestó el señor Maytonera.

En el cuarto, Leonardo lagrimeaba intensamente. David cuidadosamente le volteo la cara y con un pañuelo desechable que encontró en la habitación limpió sus pestañas. Leonardo dejó de sollozar cuando sintió la mano de David suavemente hacer presión en sus pestañas. Se mantuvieron en silencio mientras se miraban. ¿Cómo reaccionas al maltrato cuando eres un niño?

—Está lloviendo muy fuerte, me ensucie todito — dijo David.

Se sentaron en la cama, uno al lado del otro. No les importo el lodo, el agua que todavía les escurría, las hojas y las hormigas. Se tomaron de la mano nuevamente y ahora soltaban risitas nerviosas.

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-¿Alguna vez te han leído la mano? - me dijo Antonio.

-No, ¿pero eso que tiene que ver con lo que te he dicho? - respondí.

-A mí nunca me han leído la mano - siguió, ignorando mi pregunta. - Dicen que cada línea, cada pliegue de la piel, tiene un significado específico.

Las tasas de café lentamente se fueron enfriando. Nos encontrábamos en una pequeña cafetería frente a su trabajo. Le había dicho que necesitaba un consejo, un consejo sobre algo que él conocía muy bien.

-Antonio, no me estas ayudando - dije mientras encendía un cigarro.

-Rodrigo, yo no puedo leer la mano, pero si se leer la cara ¿me entiendes?

-¿Ah sí? ¿Y qué vez en mi cara?

-Es difícil, hay muchas líneas en ella, la línea de la vida se inicia en tu oreja y se sumerge por tus pómulos, la línea del amor se niega a ser leída. Veo muchas otras rayas inconexas, la línea de cuando discutiste con tu madre porque querías salir de fiesta, la línea del enojo que sentiste cuando te robaron tu bicicleta.

También veo círculos y grietas, la grieta de cuando te caíste de un árbol a los 9 años y te lastimaste la muñeca, el círculo de cuando diste el primer beso. Lo más interesante es el garabato de cuando conociste a Leonardo, curiosamente se encuentra en el camino de la línea de la fortuna, o debería decir de la suerte.

Rodrigo, con tu hermano he vivido una historia de amor accidentada, pero siempre feliz. Me hubiera gustado que algunas cosas hubieran sucedido de manera diferente, aun así me felicito a mí mismo por amarle como lo hago.

Mi mayor consejo seria que fueras por lo que quieres, ve por él, ve por Leonardo. Si te rechaza, volveré a leerte la cara para saber si el garabato sigue ahí.

-¿Crees que yo le guste? - el cigarro se había consumido en el cenicero.

-Eso ni él lo sabe.

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¡A UN CAPÍTULO DEL FINAL!

En la orillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora