Aquella tarde en el café Luma era muy lluviosa.
A Hernán le gustaba la lluvia. El sonido del agua cayendo lo tranquilizaba y siempre tenía sueños muy placenteros. Los olvidaba rápido y deseaba anotarlos o contárselos a alguien, pero sabía que eso lo metería en graves problemas. Debía conformarse con apreciarlos el tiempo que vivieran en su mente.
—¿Hernán? ¿Estás bien?—le preguntó Frida, su esposa—. No has tomado ni un sorbo.
Él parpadeó varias veces. El sonido del agua cayendo y las luces tenues del lugar lo habían puesto en trance. Le dio una sonrisa a Frida y bebió de su café ya tibio. Había sido una tarde muy ajetreada. En veinte días era navidad y la pareja estuvo recorriendo el centro comercial en búsqueda de la muñeca que tanto quería Melissa, la hija de ambos. La encontraron en una juguetería pequeña. Tuvieron mucha suerte, pues solo quedaban dos. Él volvió a sonreír al recordar lo contenta que se puso su mujer cuando la vio al final de la tienda.
—¿Estás bien?—reiteró Frida, tomando una galleta del plato en medio de la mesa—. Te ves muy cansado.
—Estoy bien, solo que ya no tengo tanta energía como antes. No puedo creer que en dos años cumplo cuarenta.
Ella rió.
—Yo ya tengo cuarenta y aún me siento de veinticinco—dijo.
Frida comió la galleta. Hernán tomó una e hizo lo mismo.
Eres vieja, pensó. Eres muy vieja, pero te aprecio. Jamás te he amado y jamás te amaré, pero siento un gran cariño por ti.
Él pidió otra taza de café y pasó el rato hablando de cómo le iba en la escuela y de un estudiante problemático que había reprobado su exámen de regularización. Hernán sabía que el tema de los tipos de enlaces químicos podía llegar a ser muy confuso para algunos estudiantes, pero se consideraba buen docente y tras una semana de lecciones sabatinas los alumnos mejoraban. Pero este no, y ya no había nada que pudiera hacer por él, así que tendría que repetir el curso.
—Espero recurse con otro profesor—dijo Hernán—. No quiero volver a verlo en mi clase.
La puerta del café se abrió haciendo sonar la campanita que había en la entrada. Hernán volteó y se encontró con una mujer joven y un adolescente. Ambos traían paraguas y ropa negra. ¿Habían venido de un funeral? Ambos se dirigieron a la mesa frente a la del profesor y su mujer. Frida le preguntó a su marido si estaba contento por darle clases a su hija en el próximo ciclo escolar y él asintió sin dejar de ver al par de extraños. Había algo raro en ellos. La mujer se levantó de la mesa para ir a ordenar y el joven se quedó ahí, pasándose los dedos por la coleta que tenía sobre un hombro. Era larga, demasiado larga para un hombre. Y tan negra como su abrigo.
Frida se dispuso a hablarle de lo mucho que le preocupaba que Melissa siguiera jugando con muñecas a los catorce años, y él la escuchó a medias, asintiendo de vez en cuando. El chico de cabello largo le parecía muy familiar. ¿Dónde lo había visto antes? Alguien como él no podía pasar desapercibido en sus recuerdos.
Qué piel tan pálida, pensó.
Lo que más llamaba la atención de su rostro eran los ojos ambarinos. Eran grandes y de pestañas muy espesas. Ese rasgo y el cabello largo le daban un aire de elfo andrógino. Su acompañante regresó con dos tazas humeantes y ambos se enfrascaron en una conversación que Herán no alcanzaba a oír. La mujer dijo algo que sorprendió a su interlocutor y entonces, al ver sus ojos tan abiertos, el maestro supo a quién le recordaba.
Era idéntico a Alejandro, un alumno que tuvo hacía dieciséis años, cuando aún daba clases en Rosaviva. Era una ciudad pequeña y deprimente en la que se aburría demasiado. Se fue de ahí dos años después y encontró un empleo mucho mejor en la capital.
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Felidae
Vampire1965. Marga, una triste mujer divorciada, regresa a su ciudad de origen tras una serie de eventos desafortunados. Su nueva vida tranquila no dura mucho: un hombre de su pasado, más bello y seductor que nunca, empieza a visitarla cada noche para bebe...