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El café Dioniso huele a especias de calabaza y canela. Marga, haciendo fila frente al mostrador, se maravilla al ver las mesas altas y los hermosos cuadros de arte renacentista que tatúan las paredes.

Todo sigue igual.

Siempre es otoño en el Dioniso, piensa, recordando tiempos mejores. La nostalgia no la deprime, más bien le da placer, y aunque sabe que es patético aferrarse a ella, es todo lo que tiene ahora.

Mira su reloj de pulsera. Faltan diez minutos para su encuentro con Diego. Por fin es su turno y la barista le toma su orden. El chocolate caliente está listo en cuestión de minutos y Marga sale a la terraza para sentarse en su mesa favorita. Para su mala suerte ya está ocupada por un hombre que hojea una revista. Este alza la vista al oír el sonido de sus tacones y Marga siente un vuelco en el estómago al ver que se trata de Diego. Su rostro ha madurado bastante, pero aún es lampiño y sus ojos conservan su inocencia de adolescente.

—¿Margari?—pregunta él con los ojos muy abiertos.

—¿Qué tal?—Marga se sienta frente a él—. El Dioniso sigue siendo precioso. Me siento tan agusto como la primera vez que vine.

—Sí, sigue siendo la mejor parte del vecindario—Diego da un sorbo a su café negro—. Entonces, ¿viniste para quedarte?

—Así es. Muchas gracias por ayudarme, no sé qué haría sin ti, la verdad yo...

La mujer guarda silencio ante la mirada de Diego. Sus ojos brillan, tienen el mismo brillo que su madre cuando la recibió ayer.

—Lo siento—dice Marga.

—¿Eh?

—No te llamé en años y cuando lo hice fue para pedirte trabajo. ¿Qué clase de amiga soy? Y tú respondiste de inmediato sin reprocharme nada. Siempre has sido tan dulce conmigo, Diego. Lamento haber...

Diego toma su mano con suavidad por encima de la mesa. Tiene una sonrisa gentil.

—Estabas pasando por un mal momento y necesitabas de mi ayuda. Estoy feliz de hacerlo.

Marga aprieta levemente la mano de su amigo, dejando que sus lágrimas escapen. Se las enjuga con la otra mano, sonriendo. El vínculo no se ha roto a pesar de la distancia y de los años.

—Eres un sol—musita con la voz quebrada.

Diego, ruborizado, se acomoda los rizos castaños tras las orejas.

—Me alegra que estés de vuelta—ladea la cabeza, estudiando su rostro—. Qué lindo peinado, por cierto.

—Oh, esto—Marga se acaricia las puntas hacia afuera—. Mi madre lo hizo. No porque tenga el cabello corto significa que dejará de peinarme.

—Pareces una damita francesa. ¿Cómo te fue en el viaje?

Marga le da los mismos detalles que a su madre. Al contemplarlo mientras relata, no puede evitar imaginarlo diecisiete años más joven, portando el uniforme de la secundaria Juan Polidori. Siente como si jamás se hubiera ido, como si la última vez que se vieron fue ayer y no hace más de una década.

—¿Y qué hay de ti?—pregunta ella—. Mi mamá me contó que tienes una hija.

—Sí, Abrilita. Va a cumplir seis años en septiembre. Se parece mucho a su mamá.

—Lamento mucho no haber venido al funeral de Abril.

Diego se encoge de hombros.

—Doña Blanca no me dijo qué problemas estabas teniendo entonces, pero me aseguró que eran severos y no estabas en condiciones de venir. No te sientas mal por eso.

Marga dio un sorbo a su chocolate.

—Estaba...estaba muy deprimida porque...

—No tienes que decírmelo si no quieres.

—Eres uno de mis mejores amigos Diego, tengo la confianza para decírtelo. Fue en esa época que me enteré de que no puedo tener hijos. Eso me devastó.

—Siento mucho oír eso.

—Está bien, ya lo he superado. Me entristezco a veces, pero se me pasa rápido. Al menos después de esto ya nada me lastima. Con decirte que no sentí nada cuando me separé de Miguel.

—¿Ya no lo amabas?

—"Amar" es una palabra muy fuerte, creo que desde hacía tiempo yo solo le tenía cariño. Pobre hombre, se merecía ser libre. Esos dos años fueron muy duros para él, tuvo que lidiar con mi languidez y llantos constantes.

—¿Él te pidió el divorcio?

—No. Me dijo que a pesar de todo aún me amaba pero que si yo quería separarme él iba a aceptarlo. La semana después que nos divorciamos la ciudad me parecía más pequeña y me asfixiaba, quería irme de ahí cuanto antes.

Hay detalles que Marga omite, como que Miguel le fue infiel. Le parece algo insignificante, y de hecho hasta entendió el por qué lo hizo. Necesitaba un cuerpo dispuesto y a alguien que lo escuchara, no a la muñeca rota que tenía en la casa. Marga, aunque se sentara a cenar con él y vieran televisión juntos, no estaba ahí.

—Ahora estoy mejor, de verdad. El aire de Rosaviva es justo lo que necesitaba—Marga sonríe—. Estoy ansiosa por empezar a trabajar, y también quiero ir a visitar a Elvira. ¿Sigue viviendo donde mismo?

—Sí. Todavía es la niña chiflada de siempre.

—Solo es un poco excéntrica.

—A mí todavía me da algo de miedo.

Marga ríe.

—Ha de extrañar mucho a Abril, eran inseparables.

—Todavía no supera su muerte, está segura de que fue el cambiaformas, y la verdad yo también.

Marga entrecierra los ojos, perpleja. El cambiaformas era una leyenda urbana muy vieja que los profesores de literatura solían contarles cada víspera de noche de brujas. El cambiaformas es un ente maligno que roba a sus víctimas hasta la última gota de sangre, no sin antes hechizarlas y adquirir la forma del ser que más aman.

—Diego, ese es solo un mito.

—Yo pensaba lo mismo hasta que vi el cuerpo de Abril. Lo encontraron en medio del parque Aldama. Estaba seca, casi hecha polvo, pero sonreía. Una sonrisa tranquila, como si morir le hubiera dado paz. Estuvo muy rara los días previos a cuando la encontraron, débil pero feliz. Me aseguró que no necesitaba ir al médico, solo estaba cansada. Yo le creí porque Abrilita le quitaba muchas horas de sueño, pero lo que en verdad pasaba era que el cambiaformas le estaba quitando sangre. Creo que al final le dio mucha hambre y decidió beber lo que quedaba de una vez.

Marga no sabe qué decir. Diego está muy serio. Él era el primero en decir que la leyenda del cambiaformas era una chorrada cuando Elvira lo mencionaba en alguna conversación.

—Sé que suena difícil de creer—dice él tras una leve risa—. Pero esa es la respuesta que más sentido tiene para mí. Al menos me alivia saber que Abril no sufrió.

Una vez terminan sus bebidas, Marga y Diego recorren la plaza comercial tomados del brazo. La mujer lo mira de soslayo, luce muy contento a pesar de que hacía unos minutos tocaron temas bastante delicados. ¿Y si lo que dijo mamá es cierto?, piensa Marga, ¿y si me amó? ¿Y si me sigue amando?

Ahora más que nunca desearía poder controlar lo que siente. Quisiera desarrollar un amor profundo hacia Diego, uno tan grande que no cupiera en su pecho. Sería feliz al lado de un hombre tan bueno como él, y criaría a Abrilita como si fuera su propia hija. Formarían una familia feliz, aquella que Marga siempre soñó.

No le costaría nada intentarlo.

Pero sigo siendo miserable, piensa, Diego y su hija merecen a alguien mejor.

—Oye, Margari—dice Diego mirando distraídamente la vitrina de una joyería.

—Dime.

—¿Quieres que vayamos a visitar a Elvira?

FelidaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora