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Marga, poco después de cumplir los dieciocho años, comenzó a trabajar en la panadería El torito junto a sus dos mejores amigas. El plan era que solo trabajarían ahí durante el verano, pero el ambiente era tan bueno y las actividades tan sencillas que se quedaron por más tiempo. Solían hacer de todo; a veces estaban tras la caja registradora, otros días envolvían pedidos de clientes habituales o preparaban café de olla. A Abril le fascinaba esto último, pues siempre la ayudaba Diego y ella estaba muy enamorada de él. Marga, por su parte, prefería envolver las galletas, pues así se le iba el tiempo más rápido. Ya habían pasado tres años desde que Alejandro desapareció junto a su madrastra y ella aún no lograba superarlo.

—¿Y bien, qué opinan?—dijo Abril entrando a la panadería con el cabello recién teñido de rubio—. ¿Me veo linda?

Te verías linda hasta calva, pensó Marga. Abril siempre fue la más bonita de las tres; tenía la nariz respingada, un cuerpo bien proporcionado y enormes ojos verdes de largas pestañas.

—Se ve demasiado falso—respondió Elvira desde el mostrador—. ¿Por qué te hiciste eso?

Lo dijo sin una sola gota de malicia.

—Bu-bueno...porque...—Abril se rascó tras una oreja—. Quiero verme distinta.

—Yo creo que te ves muy bien—dijo Marga, enternecida. Sabía muy bien por qué Abril se había cambiado el color de cabello.

—Gracias—musitó Abril—. Eh...iré al baño, no tardo.

—En diez minutos abrimos—le recordó Elvira.

La joven rubia asintió y se retiró con el rostro enrojecido.

—Si no tienes nada lindo que decir cierra la boca—dijo Marga a Elvira mientras acomodaba donas azucaradas en un mostrador.

—Se acaba de echar a perder el pelo, al rato va a parecer un estropajo viejo.

Marga se encogió de hombros.

—A mí me gusta.

—¿Ah, sí?—Elvira sonrió y pasó un dedo por la larga trenza que descansaba sobre el hombro de su amiga—. ¿Por qué no te lo tiñes también?

Marga apretó los labios.

—Escucha—le dijo, bajando la voz—. Ella se lo tiñó de rubio por Diego.

—¿Qué?

—A Diego le van las rubias, esas bonitas que salen en las películas. Me lo contó hace dos semanas mientras envolvíamos los pasteles para doña Tere.

—¿Y para qué le contaste eso a Abril?

—No pensé que fuera a hacer algo así.

—Claro que sí, tú y yo sabemos que le encanta. La verdad no entiendo qué le ve, es muy simplón.

—Es un chico lindo y sin vicios.

—Y muy aburrido—Elvira bostezó—. ¿Sabes? Abril no tenía por qué teñirse el pelo, solo bastaba con que encendiera una vela roja y...

—Nada de hechizos. No funcionan.

—¡Claro que funcionan! Lo que pasa es que no tienen fe.

Elvira, además de su trabajo en El Torito, solía leer las cartas a las mujeres del vecindario y hacer amarres o endulzamientos. No era una charlatana, pues estaba muy segura de su poder. Se veía a sí misma como una bruja asombrosa, y nadie podía hacerla creer lo contrario.

Diego llegó al poco rato para recoger los pedidos que repartía en su bicicleta.

—¿Por qué me ven tan raro?—preguntó a Elvira y a Marga, quienes lo contemplaban sin parpadear.

FelidaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora