Alejandro apretó con suavidad la mano de Marga cuando bajaron del autobús.
—Tranquila, todo estará bien—dijo—. Ellos van a adorarte.
La chica le dio un amago de sonrisa.
—¿Tú crees?
—Sí. Mí padre es un poco serio y mi madrastra muy extraña, pero estoy seguro de que la pasaremos bien.
Marga asintió, suavizando su expresión. Solo debía ser atenta y mantener una buena charla, ¿qué tan difícil era eso?
La pareja se dirigió a la casa Dumas, una de las más grandes y ostentosas del vecindario. Alejandro tocó el timbre notablemente emocionado y la puerta no tardó en abrirse.
¿Ella...ella es la madrastra de Alejandro?, pensó Marga al ver a la mujer que los recibió. Tendría a lo mucho treinta años y su rostro parecía de porcelana. La joven no pudo evitar sentir envidia de su sedoso cabello negro y sus expresivos ojos color ámbar. Jamás había visto a alguien con ojos como esos.
—Así que tú eres Margarita—dijo ella, su voz era dulce e hipnótica—. Un gusto conocerte. Mi nombre es Carmina.
—El gusto es mío.
Ambos pasaron y Carmina los acompañó a la mesa. Marga, con disimulo, contempló alrededor; estar ahí era como transportarse a los años veinte. Le fascinó el papel tapiz art decó y los detalles dorados en los muebles.
—Qué linda casa—susurró a Alejandro, quien le sonrió.
Tomaron asiento y al poco rato apareció Don Pascual, el padre de Alejandro. Marga se esforzó en no mirarlo demasiado, mas no podía evitarlo; sus ojos castaños y la forma de su nariz eran iguales a las de su hijo. Poseía una belleza sobria y madura, y lo único que los diferenciaba era la expresión gentil que Alejandro siempre tenía en el rostro.
Carmina se dispuso a servir té y galletas. Marga se perdió en sus movimientos; eran gráciles como los de una bailarina de ballet, y su sonrisa le transmitía mucha paz. ¿Por qué Alejandro decía que era extraña? La chica la encontraba bastante normal.
—Bienvenida, Margarita—dijo Pascual, sentado al otro extremo de la mesa—. Alejandro nos habló mucho de ti. Han estado saliendo por dos meses, ¿verdad?
—Así es, señor.
Pascual bebe un poco de té.
—Mmm, ya veo. Él es un muchacho que aprecia mucho su soledad, ¿sabes? No me la creí cuando nos dijo que tiene una novia.
Alejandro se ruborizó.
—¿Y qué nos puedes contar de ti, querida?—preguntó Carmina.
Marga habló de los libros que leía y de cómo se sintió al saber que los poemas en medio de sus páginas eran para ella. Los padres de Alejandro la hicieron sentirse cómoda al instante, como si fuera parte de la familia. El joven contó cómo se inspiraba para crear sus obras, empezando por la primera vez que vio a Marga en el salón de clases. Él solía escribir sobre la naturaleza o musas imaginarias, pero su perspectiva cambió en cuanto se enamoró por primera vez.
Marga bebía cada una de sus palabras, enternecida. Qué afortunada era de tener a alguien como él. El té se acabó y Carmina se puso de pie para ir a preparar más, pero Alejandro la detuvo y le dijo que él se haría cargo.
—¿No es un encanto?—dijo Carmina a Marga, viéndolo irse a la cocina.
—Sí, todos en la clase lo admiran.
Carmina apoyó la mejilla en la palma de su mano y contuvo un suspiro.
—Míralo, tan lindo y lleno de energía. A veces quisiera que se quedara así para siempre.
Alejandro volvió con la tetera llena y sirvió a cada uno. Marga notó que tomó cierta distancia de Carmina al tomar su taza.
Algo pasó entre ellos, pensó la chica. ¿Pero qué?
—¿Estás bien?—preguntó Marga a su amado cuando él volvió a sentarse junto a ella.
—Sí, ¿por qué lo preguntas?—respondió él en voz baja.
Marga miró de soslayo a Carmina, quien ponía crema batida a una galleta.
—Oh, eso. Te lo contaré mañana, ¿de acuerdo?
Alejandro lo dijo sin un solo asomo de preocupación en la voz.
Tal vez se molestaron por algo, nada grave.
Marga recuperó el buen humor y escuchó con atención a Carmina, quien contó la historia de cómo conoció a Pascual y que aunque solo habían estado juntos por medio año, sentían que se conocían de toda la vida.
Las horas se fueron volando y, cuando menos se dio cuenta, ya era hora de que Marga volviera a casa. Pascual la llevó en su auto y en el trayecto hablaron sobre el futuro prometedor que Alejandro tenía como poeta y matemático. Marga ansiaba por ir a la casa Dumas de nuevo.
Al día siguiente, al salir de clases, Marga y Alejandro fueron al Dioniso para leer lo que habían tomado de biblioteca.
—Eh...Ale...—musitó Marga.
—¿Qué pasa?
—¿Podemos hablar de Carmina?
Alejandro se mostró incómodo con la pregunta, pero asintió.
—Quisiera saber si ella te ha hecho algo para que seas tan distante—dijo Marga, muy seria.
—Hay algo en ella que me da mala espina, no sabría cómo explicártelo. Es extraña.
—¿Qué cosas extrañas ha hecho?
—A veces, cuando hablamos, no me mira a los ojos, sino al pecho o cuello. Y han pasado varias noches en las que me vigila mientras duermo. La primera vez que me di cuenta seguí fingiendo para ver qué pasaba. Ella seguía ahí. Cuando se lo conté a mi padre él me aseguró que Carmina estaba con él toda la noche. Me acusó de inventar cosas para perjudicarla.
—¿Estás seguro de que sí estaba ahí?
Alejandro tomó su mano por encima de la mesa.
—Te lo juro.
Marga apretó los labios, sin saber qué decirle.
Tres meses después, Carmina y Alejandro se desvanecieron, dejando atrás el cadáver sangriento de Pascual.
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Felidae
Vampire1965. Marga, una triste mujer divorciada, regresa a su ciudad de origen tras una serie de eventos desafortunados. Su nueva vida tranquila no dura mucho: un hombre de su pasado, más bello y seductor que nunca, empieza a visitarla cada noche para bebe...