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Marga pasó la tarde de su cumpleaños veinte en la biblioteca hojeando novelas de misterio. Ahí, hacía cinco años atrás, Alejandro estaba sentado en el mismo sillón que ella abstraído en una colección de relatos de Anton Chéjov. Marga tenía tan buena concentración como él, pero su belleza la distraía. En más de una ocasión veía su hermoso perfil de soslayo o sus manos delicadas sosteniendo el grueso volumen. Cómo extrañaba esos momentos, cuando la vida era más sencilla y su futuro la emocionaba.

La joven abrió un libro y miró hacia el suelo. Sabía que nada iba a suceder, pero algo en su interior se empeñaba en creer que una hoja cuidadosamente doblada iba a escapar de entre las páginas y caer en un suave vaivén. Apretó los labios, conteniendo el veneno de su amargura.

¿Dónde estarás?, dijo para sus adentros. ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ti?

Alejandro no la dejaba ni siquiera en sueños. Desde que vio aquella sombra andrógina camino a casa, empezó a soñar que ésta adquiría los rasgos de Alejandro y la rodeaba con sus brazos. Era algo recurrente, y aunque la preocupaba un poco, nunca habló de ello con nadie. Sentía más placer que dolor, y se decía a sí misma que solo era producto de su mente para lidiar con su pérdida.

¿Para qué quiero que desaparezca?, pensaba. Es mi único consuelo.

Marga miró alrededor; solo habían otras dos personas en los sillones frente a ella y un estudiante soñoliento buscando un libro en un alto estante. La biblioteca Rosaviva era un edificio amplio y viejo de dos pisos que estaba casi vacío la mayoría del tiempo, excepto en las épocas de exámenes. En más de una ocasión ella y sus amigas debían hacer una larga fila para los préstamos, y terminaban compartiendo un ejemplar pues sus demás compañeros casi los agotaban antes de que pudieran llegar al estante.

Alejandro siempre me cedía el suyo. Era muy considerado.

La chica se puso de pie y fue a la sección de terror y misterio para regresar el libro que tomó. Ya no le apetecía estar ahí, pero tampoco tenía ganas de volver a casa. Siguió merodeando por los estantes hasta que alguien la tomó del hombro. Se dio media vuelta tras un respingo para encontrarse con los verdes de Abril.

—Sabía que estarías aquí—dijo ella sonriendo.

—Hola—Marga forzó una sonrisa.

—Oye, sé que te fascina este lugar pero hoy es tu cumpleaños, deberías estar celebrando. Ven conmigo.

—Ya celebramos en la mañana.

Abril giró los ojos.

—Diego y su mamá te tienen una fiesta sorpresa en su casa. Bueno, ya no es sorpresa. No se suponía que te dijera esto, pero no hay otra forma de sacarte de aquí.

—Eso suena bien.

La rubia alzó una ceja.

—Por el tono de tu voz pareciera que te di una mala noticia. ¿Pasa algo?

—No.

—Te noté algo apagada cuando comíamos pastel con tu mamá, pero supuse que era porque estabas recién levantada. Ahora veo que no. Dime...—Abril se queda en silencio unos segundos, como buscando las palabras más adecuadas—. ¿Estás triste porque Alejandro no se encuentra aquí para celebrar?

Marga asiente.

—Lo sé, ya debería haberlo superado. Siento mucho que me veas así, es solo que...

—No tienes nada de lo qué disculparte. Yo en tu lugar también seguiría triste—Abril toma uno de los libros y lo abre por la mitad. Esboza una sonrisa triste contemplando sus páginas—. Recuerdo la primera vez que Alejandro se acercó a mí para que lo ayudara con los poemas. Me pidió que investigara qué libros ibas a leer a lo largo de la semana. Yo me sorprendí bastante porque él era un chico muy serio en las clases—cerró el libro y lo regresó al estante, para luego ver a Marga—. Yo fui la primera en enterarse de lo mucho que te amaba. Sus emociones eran muy intensas, siempre me dejaba sin palabras con lo que escribía. Yo daría lo que fuera porque Diego me amara aunque sea una parte de lo que te amó Alejandro. Un muchacho como él es imposible de olvidar, puedo imaginarme el vacío que dejó en ti.

—Cada que pienso en su desaparición me hago las mismas preguntas y tengo las mismas respuestas. Estoy segura de que él no sigue con vida porque de lo contrario ya hubiera venido a buscarme—Marga pasó sus pulgares por sus ojeras, enjugando sus incipientes lágrimas—. Quisiera ser más fuerte y aceptar eso.

—Y lo serás. No hay un tiempo definido para sanar, eso varía en cada persona—Abril posó la mano en su hombro—. Yo sé que tarde o temprano vas a estar bien.

—Gracias. Yo...no sé qué decir.

—Para eso están las amigas. Cada que te sientas mal y necesites a alguien cuenta conmigo.

Ambas bajaron al primer piso donde se encontraron con Elvira sentada en un sillón. Ella fingió bostezar cuando las vio.

—Por fin. Ya me estaba aburriendo de leer revistas científicas—dijo.

La fiesta en casa de Teresa, la madre de Diego, fue tan pequeña e íntima como la que hubo en casa de su madre. Le hicieron un pastel enorme decorado con perlas de azúcar y le obsequiaron un vestido estampado de lunares. Marga se permitió disfrutar el momento, y aunque lo estaba pasando bien por primera vez en mucho tiempo, se sintió sola. Blanca y su hija volvieron a casa en la noche llevándose el resto del pastel envuelto cariñosamente por Teresa y comieron otra rebanada. Noche, el gato, saltó al regazo de Marga y se hizo ovillo.

—Qué bonito fue este día—dijo Blanca, sentada en la mesa frente a Marga—. ¿Te gustó la fiesta?

—Sí, fue muy buena.

—Ya tienes veinte, eres toda una mujer.

—Aún me siento como de quince.

Blanca rió.

—Físicamente no has cambiado mucho. ¿Quieres más café?

—Sí, por favor.

—Mamá—dijo Marga mientras sostenía la taza en la que su madre le servía—. ¿Cómo crees que será mi futuro?

—¿Elvira te leyó las cartas?

—¡No! Ya sabes que no creo en nada de eso.

Blanca sonrió, enternecida.

—Yo estoy segura de que tendrás un buen futuro, será tal y como tú siempre lo has querido—dijo.

—¿O sea que tendré mi propia familia?

—Sí. Un esposo lindo y paciente y un niño o niña que se parezca mucho a mí.

Marga contuvo un suspiro.

—A veces dudo que eso llegue a pasar.

—¿Por qué?

—Porque siento que se me está acabando el tiempo y sigo estancada.

"¿Estancada en qué?" quiso preguntar Blanca, pero no tardó en entender a qué se refería.

—Tienes veinte nena, no cincuenta. Todavía te queda mucho por delante. Conforme pase el tiempo vas a hacer más amigos, conocerás muchachos y crecerás como persona.

La joven bebió un poco de café y sonrió a su madre.

—Eso espero.

Aquella noche, como de costumbre, la sombra apareció en cuanto Marga concilió el sueño. Estaba sentada en el sillón de una biblioteca mucho más pequeña que la de Rosaviva, y había menos luz. La sombra, sentada junto a ella, adquirió los rasgos de Alejandro poco a poco; primero los ojos, grandes y oscuros, después la nariz, las cejas planas y los labios delicados. El falso Alejandro, ya totalmente formado en rostro y cuerpo, tomó su mano en silencio. Estaba fría.

—Tú has muerto—le dijo Marga.

La sombra no respondió.

—Estás muerto y no vas a volver—dijo Marga—. Y yo aún así te esperaba. Una parte de mí te sigue esperando. Quiero que desaparezca.

Esta vez no lloró.

Un año y siete meses después, Marga abandonó Rosaviva para empezar de nuevo en la capital.

FelidaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora