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—¿Qué tanto haces por las noches?—pregunta Sonia a Marga mientras corta varias tiras de listón del mismo tamaño.

Marga finge que no la escucha y sigue atando las bolsas de galletas de avena. Últimamente los moños que hace le quedan muy bonitos.

—Oye, te estoy hablando—Sonia le entrega varias tiras—. Vamos, cuéntame.

—¿Por qué crees que hago algo en las noches?

—Porque luces cansada, pero estás feliz. Toda esta semana has estado sonriendo y eso es muy raro. Dime, ¿te vas de juerga? ¿O estás viendo a alguien?

Marga la mira a los ojos y esboza una sonrisa llena de diversión. ¿Qué cara pondría si le dijera la verdad? ¿La tomaría por loca? ¿O se aterraría al saber que la leyenda del Cambiaformas es cierta?

Alejandro es el asesino, piensa.

¿Quién será la siguiente cuando haya terminado conmigo?

Marga acomoda cinco bolsas de galletas en una caja de cartón.

¿Y si todas esas muertes son obra de otra criatura como él? ¿Quién le quitó su humanidad?

—Me he ido de juerga unas cuantas veces—dice—. Nada muy salvaje, solo a los bares de la ciudad vecina. Hay hombres muy interesantes por ahí.

Sonia abre los ojos a toda su expresión. Su lindo rostro juvenil le recuerda un poco a Elvira.

—¡Lo sabía!—la chica reanuda su actividad—. Quién te viera, con lo calladita que eres.

Marga vuelve a sonreír. Quiere seguir empacando galletas, pero empieza a sentirse un poco mareada. Se apoya en la mesa para evitar caerse y cierra los ojos, apretandolos levemente. Tantas noches de placer ya le están pasando factura, y ella se pregunta cuántos días le quedan antes de que todos a su alrededor noten que está muriendo. Diego entra al poco rato para pedirle a Marga que lo ayude con el café. Ambos amigos se dirigen a la cocina y comienzan a preparar el café con la tranquilidad habitual. Marga suspira cuando el aire se endulza con la canela y azúcar.

—Eh...Margari...—dice Diego agregando el piloncillo a la olla—. Sé que sonaré entrometido, pero...

Aprieta los labios y se dispone a trocear la canela antes de agregarla.

—¿Qué pasa?

—Escuché un poco de tu conversación con Sonia. ¿En serio te vas de juerga? No es que te juzgue ni nada, solo me sorprende. Con razón luces diferente.

—¿Me ves muy distinta?

—Un poco más cansada de lo habitual, pero solo eso. Me alegra mucho que te diviertas.

Marga se ruboriza.

—Gracias. Han pasado muchos años desde la última vez que me sentí tan...tan viva.

—Procura no irte tan seguido. Debes dormir mínimo ocho horas.

—Claro. Gracias por preocuparte, en serio.

Debería decirle la verdad, piensa ella, mas esa idea se desvanece en cuanto recuerda los penetrantes ojos de Alejandro. Sus mordidas. Su tacto helado.

¿Para qué decirle lo que te está pasando? De todos modos ya tomé una decisión.

Marga se va directo a casa una vez termina su jornada. Pensó en quedarse toda la tarde en el Dioniso, pero temía encontrarse con Elvira o alguna otra conocida. Posee la suficiente energía para su trabajo, no para socializar. Además está segura de que su amiga solo le hablaría de Isidra, y Marga no está de humor. Al llegar es recibida por Cuervo, quien salta del sillón y se dirige hacia ella maullando. Marga lo toma en brazos y, al ir a la cocina, nota que su madre todavía no ha llegado.

—Qué raro—musita—. Ya es un poco tarde.

Deja a Cuervo sobre una de las sillas, se lava las manos y busca algo para comer en el refrigerador. Todavía queda un poco de estofado de pollo del día anterior. Ya que lo calienta, se sienta para comerlo, pero no tiene ganas. El hambre le aguijonea el estómago mas la simple idea de llevarse una cucharada a la boca le repugna. Nunca había experimentado algo como esto.

Me quebraré en cualquier momento, piensa, y esboza una leve sonrisa. Se lleva una mano al cuello, justo donde Alejandro prefiere morderla. La marca siempre desaparece, pero ella desearía que no fuera así. Solo le bastaría acariciarla para recordar con más claridad todas las veces que él la poseyó.

Me haces esperar demasiado, Alejandro.

Marga mira por una de las ventanas, ya está oscureciendo.

¿Cuándo acabarás con mi vida?

El estofado se enfría. Marga saborea su languidez y no se levanta de la mesa hasta que mira los hambrientos ojos rojos detrás de la ventana. Alejandro sonríe y acaricia el cristal, feliz de verla una vez más. La mujer sube los escalones de dos en dos, y al llegar a su habitación él ya está ahí, en total oscuridad. El carmesí de su mirada le ilumina las facciones y da reflejos a los largos mechones que enmarcan su rostro. Marga se lanza a sus brazos y lo besa como si no lo hubiera visto en semanas. Alejandro recuesta a su amante en la cama y Marga suspira al sentir el peso de su cuerpo. El joven eterno desabrocha su abrigo y baja la parte delantera de su blusa de algodón. Marga se retuerce de placer cuando Alejandro la muerde en el pecho. Él le acaricia los brazos mientras se alimenta, y cuando por fin está saciado, acerca su rostro al de ella. Sus labios gotean vida y los ojos, antes ardientes, ahora están lacrimosos.

—¿Estás segura de continuar con esto?—susurra él con la voz quebrada.

—Sí.

Marga posa ambas manos en sus mejillas, enternecida. De pronto todo a su alrededor desaparece, solo existen ellos y la nada. Marga se pregunta si ya está muriendo, pero entonces, al parpadear varias veces, su vista se enfoca y se encuentra en la sala de la casa de Alejandro, tal y como la última vez que la visitó.

—Búscame, Marga—dice la voz de Alejandro. Es un eco que proviene del interior de su cabeza—. Mañana, a primera hora del día, búscame. Solo así soy vulnerable.

—¿Por qué tengo que buscarte? ¿Por qué no puedo seguir viéndote de noche?

—No piensas con claridad, estás a mi merced. Necesitas verme tal y como soy ahora, así podrás tomar una decisión.

—¿Y si me invade el miedo?

—Entonces acaba conmigo.

Marga regresa a la realidad de golpe, encontrándose desnuda y frágil. Gime ante el roce de su cuerpo con el de Alejandro. Es la primera vez que él se entrega sin una sola prenda, dando el máximo de piel sin librarla de él. El joven se mueve despacio, jadeante. Rodea a Marga con sus brazos y hunde el rostro en su pecho. Marga siente el cosquilleo de sus cabellos y no puede evitar acariciarlos.

Yo no podría acabar contigo aunque quisiera, piensa, dejándolo marcar el ritmo.

—Es tu decisión—musita él—. Cuando me veas sabrás qué hacer.

—Alejandro...

Él le da un beso breve a los labios.

—Directo al corazón, Marga—susurra a su oído—. Directo al corazón...

FelidaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora