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Marga dejó el ejemplar de Emma en el estante y tomó otra novela, La narración de Arthur Gordon Pym. Después del pesado examen de Historia Universal lo único que quería era sentarse en uno de los sofás en biblioteca y leer hasta que fuera hora de cerrar. Al volver a su sofá favorito miró que Diego se encontraba copiando varias recetas de un libro de postres.

—¿Sabes que puedes llevártelo a casa si quieres?—le preguntó Marga, divertida, sentándose a su lado.

—Sí, lo sé, pero este libro es muy antiguo y dudo poder cuidar de él si me lo llevo—el joven miró el libro que Marga eligió—. Vaya, ¿ahora no estás de humor para algo femenino y romántico?

La chica negó con la cabeza.

—Me gusta variar en mis lecturas para no estancarme.

Marga se dispuso a empezar el libro. Solo le bastaron las primeras tres páginas para embarcarse en una aventura tal y como el protagonista. Diego siguió copiando recetas, mirando a su amiga de soslayo de vez en cuando. Le parecía una chica bonita, pero lo era aún más mientras estaba leyendo; sonreía o apretaba los labios según lo que ocurría en la novela, y sus ojos brillaban como un par de perlas.

Al llegar a la página diez, Marga miró un papel doblado en medio.

¿Otro poema de Felidae?, pensó, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa curiosa. Lo desdobló con cuidado y leyó:

Pétalos de Margarita

En cada momento que ansioso veo

contemplo en ti un lazo atrapante,

olvido fácil lo que yo más creo

y nace en mí una duda constante.

En cada palabra aprecio un latir

y gano de tí una manía perfecta,

siempre hay algo para no sentir,

aunque solo observo tu silueta.

En tu existencia he encontrado

esos trozos de fría viveza,

pues si hay algo que me has brindado

ha sido solo tu cruel belleza.

Fueron tus hilos de noche deshechos

y esa piel de luz perdida,

que ante todos los ojos satisfechos

firmaste tu tenue despedida.

-Felidae

—¿Qué es eso?—le preguntó Diego al verla con los ojos muy abiertos. La chica había palidecido en cuestión de segundos para después ruborizarse hasta la raíz de los cabellos.

Es para mí, dijo Marga para sus adentros. ¿O no? Este poema tiene mi nombre, ¡claro que es para mí! ¡Y el otro también!

—Diego, creo que esto es para mí—dijo sin voltear a verlo.

El muchacho seguía perplejo.

—¿Me dejas ver?

Marga le pasó el papel y él lo leyó en voz baja.

—¿Quién es Felidae?—preguntó Diego.

—No lo sé, podría ser un chico de la clase. ¿Me estará gastando una broma?

FelidaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora