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Marga contempla la mano enjoyada de Elvira rodeando la copa de sangría de cereza.

—¿Cómo te ha ido en el Torito?—pregunta la bruja—. ¿Ha funcionado el collar?

Marga siente el impulso de tocarse el cuello, justo donde Alejandro la mordió la noche anterior.

—Me ha ido bien. Y no, ningún hombre se me ha acercado con esas intenciones.

Elvira se encoge de hombros.

—El efecto varía de mujer a mujer—da un pequeño sorbo a su bebida—. No va a tardar contigo, estoy segura. Más con la carita y estilo que tienes.

Marga siente el rostro caliente cuando Elvira la contempla de arriba abajo con admiración. Antes de volver a Rosaviva pensó en deshacerse de todos los vestidos y trajes sastre caros que le compró Miguel, mas no lo hizo. Ahora agradece para sus adentros, pues está segura de que Alejandro la contempla de lejos.

Ha de pensar que soy muy sofisticada, dice en su mente.

Es viernes por la noche, así que La Malquerida—el bar más popular de la ciudad—está abarrotado. Marga deseaba quedarse en casa a descansar y seguir leyendo la novela para el club, pero Elvira la convenció de venir diciéndole que ahora la música en vivo es buena. Y es verdad: a pesar de estar rodeada de tanta gente, Marga se siente relajada al escuchar el bolero romántico de fondo mezclado con los sollozos de algunos borrachos y conversaciones ajenas. Pasa el rato riendo con las anécdotas de Elvira sobre sus clientas hasta que son interrumpidas por una mujer rubia. Marga no recuerda su nombre, pero sí su rostro. Es miembro del club de lectura.

—¿Qué tal, Sandra?—dice Elvira saludando a la mujer con un beso en cada mejilla—. Creía que ya no tenías tiempo para irte de juerga.

—Pues ya ves, una busca la manera. Dejé al niño con mi hermana, me debía un favor—se dirige a Marga—. Hola Margarita, qué gusto verte de nuevo.

—Lo mismo digo. ¿Cómo te va con él libro? Yo apenas voy en la página cincuenta.

Sandra abre los ojos a toda su expresión.

—¿No...no se han enterado?

—¿De qué?—pregunta Elvira ladeando la cabeza.

—Isidra está desaparecida desde antier. Su familia no ha parado de buscarla y creo que hoy fueron a la policía.

Marga finge sorprenderse. Sabe que el cadáver de la pobre Isidra se encuentra tirado en algún lugar sin una sola gota de sangre, mas eso ya no la aterra. Ni siquiera siendo consciente de que ese será su mismo destino.

—¿Tendrá algo que ver su amante?—dice Elvira, para después voltear a ver a Marga—. Ahora que recuerdo tú me dijiste que había algo raro en ella.

—Tal vez. Pero nunca supimos quién era ese hombre—dice Sandra—. Espero que aparezca pronto.

Las tres mujeres guardan silencio por un rato. Sandra está por decir otra cosa, pero un hombre a lo lejos—probablemente su marido—la llama desde una mesa. La mujer se disculpa con una sonrisa incómoda y se va.

—Los chismes aquí corren como un río, se me hace raro no haber sabido de este—dice Elvira, con los ojos lacrimosos—. Debí hablar con ella después de que me dijiste que no la notabas del todo bien. Hemos convivido por tantos años, ¿Cómo no me di cuenta?

Marga toma su mano por encima de la mesa.

—Tal vez solo se escapó con ese hombre. Apuesto a que va a estar bien.

Elvira apenas y sonríe. Ambas hace lo posible por seguir pasándola bien, pero en menos de media hora se dan por vencidas y deciden volver a casa. Marga, con el corazón encogido y el centro de su cuerpo palpitando con anticipación, sube a su cuarto de puntillas para no despertar a su madre. Se quita la ropa apresuradamente para luego ponerse el camisón de seda. Ya vestida y descalza, sube su falda para quitarse las bragas. Todo su cuerpo tiembla.

FelidaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora