El taxi se detiene justo a mitad de la calle. Marga mira por la ventana, perpleja: esto no se parece en nada al vecindario alegre que ella conocía tan bien.
—¿Aquí es?—preguntó.
—Sí, señora.
La mujer baja del vehículo y paga al taxista, quien le da las gracias y se va a la brevedad, dejándola sola en medio de casas vacías y niebla. Marga había oído decir a Elvira que desde el asesinato de Pascual y la desaparición de Alejandro nadie se atrevía a entrar a su casa, pero en ningún momento mencionó que los vecinos también se esfumaron. Solo le basta caminar unos minutos para entender el porqué; hay cierta pesadez en el aire, algo dentro de ella le susurra que estar ahí es peligroso.
Tal vez hay más criaturas como Alejandro en este lugar.
Marga se abraza a sí misma, temblorosa. El aire gélido le perfora la piel a pesar de traer puesto su abrigo más grueso. Llega a la casa blanca de la familia Dumas y su corazón se encoge por la nostalgia; ahí fue donde pasó muchas horas junto a su amor de juventud, sonrojándose cada que él tomaba su mano por debajo de la mesa. Se queda parada en el umbral de la puerta un rato, preguntándose si en serio debería entrar. Una cosa es contemplar a Alejandro de noche, apenas iluminado por la luz de la luna y sus ojos hambrientos, y otra muy distinta es conocerlo de día, totalmente dormido. Sabe que no se parecerá ni por asomo al muchacho colegial que bebía café en el Dioniso y le dejaba poemas en los libros. Ese Alejandro murió hace mucho tiempo.
El que me espera ahí ni siquiera es humano.
La mujer siente ese mismo miedo que la invadió cuando él aún no la visitaba por las noches, cuando solo era una sombra sin género ni rostro. Alejandro la está destruyendo poco a poco, y quizá ésta sea su única oportunidad para matarlo antes de que la drene por completo. Lacrimosa, Marga abre la puerta. Se cubre la nariz y la boca con la otra mano para protegerse del polvo y entra. El interior es tan triste como lo imaginó; el precioso papel tapiz está desgastado, no hay un solo mueble y a cada paso que da levanta polvo de la alfombra. Tose varias veces y frota sus ojos. Baja las escaleras que la llevan al sótano y entonces lo mira recostado sobre varias mantas. Está boca arriba con las manos en el pecho, una encima de la otra. Una lámpara de queroseno a su izquierda alumbra su rostro triste y etéreo; es blanco y liso, como si estuviera hecho de mármol. Marga se arrodilla junto a su lecho, admirando sus facciones demasiado bellas para ser humanas. Nota que hay sangre seca en las comisuras de sus labios entreabiertos y que no respira. Es el cadáver más precioso que ha visto en su vida.
Embelesada, Marga acaricia su cabello y huele un mechón. Su aroma es el mismo de las rosas secas, intenso y fascinante. La mujer toma una de sus manos para descubrir debajo de ella una daga de aspecto delicado. La estudia por unos segundos antes de tomarla. Sabe perfectamente porqué está ahí.
La voz de Alejandro es un eco dentro de su cabeza:
—Directo al corazón, Marga. Directo al corazón...
Alejandro está corrompido, pero aún hay dejos de humanidad en él. Por eso le dio el poder de acabarlo.
Marga solloza, conmovida. Sabe que lo correcto sería matarlo y seguir con su vida, enterrar de una vez por todas el recuerdo de Alejandro. Pero ella sigue aferrada a lo que vivieron juntos, a lo que hubiera sido de su relación si él estuviera vivo.
—Nunca pude olvidarte, Felidae...
Ella besa los labios juveniles. Alejandro tiene quince años. Pasará el tiempo y Marga morirá, pero él seguirá teniendo quince años.
Te lo arrebataron todo, Alejandro...
Al separarse de él, Marga sonríe con ternura al ver que sus ojos se han abierto un poco. No son carmesí como de costumbre, sino de un ámbar muy oscuro. Con dificultad, él levanta una mano y acaricia la mejilla de Marga. Ella se pierde en su mirada, y entonces, con el corazón encogido, se percata de que siempre tuvo la razón.
—Fue ella, ¿verdad?—musita, con la voz quebrada—. Ella te convirtió.
Alejandro asiente con lentitud. Una sola lágrima brota de su ojo izquierdo. Marga la seca con sus dedos. Su llanto se intensifica, jamás había sentido un dolor como este. ¿Por qué esa mujer lo mató, por qué lo redujo a una sombra sedienta de sangre?
—Alejandro, yo te amo. No voy a herirte, no podría hacerlo.
Marga no está bajo ningún sortilegio, es ella misma. Las palabras que salen de sus labios rosa pálido son su decisión. Quiere seguir adelante, aún y sabiendo que no habrá marcha atrás.
—Marga...—susurra Alejandro. Su voz es apenas audible.
—No te fuerces—ella le acaricia el rostro con ambas manos—. Solo debemos esperar un poco. Yo estaré ahí, tal y como siempre.
Él le dedica una lánguida sonrisa. Marga se la regresa entre lágrimas, anhelando que la noche los envuelva de nuevo.

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Felidae
مصاص دماء1965. Marga, una triste mujer divorciada, regresa a su ciudad de origen tras una serie de eventos desafortunados. Su nueva vida tranquila no dura mucho: un hombre de su pasado, más bello y seductor que nunca, empieza a visitarla cada noche para bebe...