La poesía escrita en las hojas de Madhur procedía de un fragmento de Rabindranath Tagore titulado Palmera. Asimismo, en las otras hojas encontramos otros textos de diferentes poemas del mismo autor, y Julieta y yo nos alegramos de haber descifrado parte de su contenido. Por desgracia, la mayoria de los dibujos que decoraban aquellos papeles eran sólo eso: dibujos.
No encontramos más a parte de poesía, y entre la lectura del millón de libros de la biblioteca y la toma de té, Julieta observó que la memoria era probablemente el de un hombre de India que sabía leer, dibujar y escribir, y que tenía suficiente dinero para ser pintado. También que probablemente la pintura fue hecha en la época en que la India estaba bajo control británico. Aunque todos estos detalles eran de gran importancia para saber quién había sido Madhur, no quitaban el hecho de que desde donde estábamos hasta el país asiático había demasiada distancia, y que tenía poco o ningún sentido buscar la persona que lo creó.
Madhur insistía en que aquello no era un problema para él, que con saber de sí mismo era suficiente. Pero podía ver lo mucho que le molestaba no saber con seguridad. No saber quién era antes de convertirse en una mera memoria que se desvanecía lentamente, de a poco y cada minuto. Podía ver en él cómo la nostalgia se depositaba en sus hombros, en sus ojos, en su sonrisa. Los tres permanecíamos dentro del despacho, dejando pasar el tiempo a la espera de que el sol se posara en las montañas.
Julieta percibió mi preocupación por más que traté de ocultar el ceño fruncido en mi rostro pecoso.
—Tomemos un descanso —dijo, dejando el libro en sus manos en el escritorio. Era uno de tantos otros que hacían abiertos, llenos de notas y manchas de té y galletas que merendamos en el transcurso.
Y aunque intenté decir que no, ser firme e insistir en seguir trabajando, no pareció importarle. Nos sentamos en su porche y bebimos té y hablamos. Hablamos porque era un día muy pesado, dijo mientras sorbía su taza y sonreía y reía, risueña.
—Diría lo mismo si no hubiera tantos insectos —comenté en broma, un tanto inquieta y bastante pendiente del limitado tiempo que cargaba. Madhur se encontraba mejor, más presente.
Sabía que tarde o temprano la situación iba a cambiar.
—Es normal ver insectos aquí, sabes —asintió ella. Su cabello se encontraba recogido en un moño desastroso, sus lentes redondos colgaban de su nariz puntiaguda.
—Sí, pero ¿no lo encuentras molesto? —cuestioné porque sí, porque no quería pensar en mis preocupaciones, en el futuro inmediato. Porque era la única forma en que podía distraer mi mente, al menos un poco—. De todos modos, ¿por qué decidieron retirarse aquí? Es tan diferente a la ciudad.
—El mundo académico es muy competitivo, y mi Franchesca y yo nos cansamos con el pasa del tiempo. Recuerdo que fue su idea, y al principio estaba confundida sobre por qué demonios diría eso.
—¿Y aceptaste? ¿Así sin más?
Julieta parpadeó varias veces, un cálido rojo pintándose en sus mejillas. Dio sorbo a tu té, tardándose unos segundos en responderme.
—Me tomó un mes más o menos para aceptar que, sí, sería mejor para nosotras. Y sí, podríamos ir al campo y obtener algunos animales y hacer mermelada juntas y venderla en los pueblos cercanos.
—Nunca lo había pensado de esa manera, si lo pones así...
Quedamos en silencio, mirando como el viento jugaba con las hojas de los árboles. Quedé pensando hasta que, ya después, Julieta me hizo darme cuenta de la hora.
—Me falta ir al pueblo a recojer un libro —murmuró mientras se acomodaba sus lentes. Sus palabras hicieron que mi estómago diera vueltas, pues significa que me iba a encontrar sin alguien con quién distraer mi mente.
—¿De qué es, por cierto? —insistí en preguntar, era la única forma en que se me ocurría para prolongar el tiempo.
Me dijo y asentí, como si en verdad entendiera lo que sea que me estaba contando. No podía prestar atención, mi corazón palpitaba con fuerza. Debía hacer algo para no lidiar con Madhur, pues hacerlo me haría dar cuenta de lo poco capaz que he sido.
Debería haber seguido en la oficina de Julieta, buscando cualquier cosa para ayudar. Pero no, me encontraba sentada en un porche, tomando té y hablando sobre trivialidades. Madhur no estaba conmigo en este momento, sino en la parte trasera de la casa, observando el jardín a la vez que intentaba esconderse de mí. Él no sabía que podía ver detrás de su falsa despreocupación. No sabía que notaba las manchas negras en las puntas de sus dedos, mismas que se extendían de a poco, cual ramas de un árbol a punto de romperse.
—Iré yo, si deseas. Solo dime dónde es y cómo llegar.
Julieta consideró lo que le dije, y al final aceptó sin mucho trabajo. Al momento de decirme las direcciones, Madhur apareció, esta vez más animado.
—Te voy a acompañar —habló de repente, cimentándose a mi lado al empezar mi caminata hacia el pueblo más cercano. No dije nada, solo sonreí.
El camino fue tranquilo, nuestra plática amena y el silencio casi inexistente. Y antes del atardecer, llegamos a la entrada del pueblo. Saqué el pedazo de papel del que venía las instrucciones y Madhur me acompañó hasta un pequeño establecimiento. Al salir del mismo, ya con el libro en mano, comenzó a llover. Era algo suave, apenas una brisa que no llegaba a más. Me detuve en la espesura, quedándome lo suficientemente quieta para que las pequeñas gotas de lluvia finalmente pudieran encontrar un hogar en mi cabello. Algunas se acumularon en mis pestañas y ropa, y otras tantas decidieron rebotar en la tierra.
Junto a mi, Madhur comentó:
—A las personas les gusta bailar bajo la lluvia.
—¿A qué viene eso, Madhur?
Él se encogió se hombros. Despreocupado. Sin ninguna pizca de interés. Era un comentario cualquiera, pero de alguna forma no se sentía así.
—He leído sobre ello, he recordado hacerlo.
No dije nada al momento de caminar, al menos no hasta después de pasar por una tienda donde vendían ropa y haber comprado un paraguas.
—Acércate —dije, y Madhur no protestó al tomar de su mano. Era algo sin sentido, pues suponía que la lluvia no afectaba a una memoria, pero quería alguna excusa para tenerlo a poca distancia.
La lluvia caía, y nosotros nos resguardábamos de su frío.

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Museo de las memorias
Short StoryUna mujer es contratada para ser la archivista de un museo peculiar.