Cinco

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—¡No grites! ¡No grites! —Madhur se me acercó, tapando mi boca y haciendo un sonido que indicaba que bajara mi voz—. Soy yo, Madhur. El chico de la pintura, la memoria. Por favor, dime que me recuerdas.

Incluso si su voz tenía una pizca de pánico, todavía alejé rápidamente su mano con la fuerza suficiente como para que se quejara. Prendí la lámpara junto a mi cama y me le quedé viendo, obviamente horrorizada por toda la situación.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, en susurros. Las paredes del edificio eran delgadas y no quería que nadie más nos escuchara. Igualmente, estaba segura que estábamos rompiendo varias leyes.

Me quedé sentada en la cama, pies adoloridos y mente confundida al máximo. Oh no, podía sentir los inicios de un dolor de cabeza. Debería empezar a pensar en jubilación si las cosas se complican más a partir de ahora.

—No estoy seguro. Es decir, te olvidaste de cerrar la puerta y dije, "este podría ser mi escape", entonces lo hice y... ¿me perdí? —lo vi mover sus manos, ojos parpadeando a todas partes en mi pequeña habitación—. Recuerdo haberme ahogado en algo, aunque no era agua, creo, o no sé y abrí los ojos y aparecí aquí.

Sí, creo que tuve mi límite de rarezas del día. Estaba cansada y para nada preparada mentalmente para hacer otra cosa que dormir, y si quería mantener mi cordura necesitaba posponer mi crisis diaria para mañana por la mañana. Nuevo día, nueva crisis, como decían por ahí. 

—¿Y eso es todo? ¿Apareciste aquí, sin más?

—¿Supongo? Mira, sé que suena extraño pero lo juro —se apuntó a si mismo, en su pecho—, pero estoy aquí, y es de las cosas más maravillosas que tengo el privilegio de sentir.

Sus palabras estaban llenas de asombro, ojos brillando en la luz.

—¿Entonces esto es lo que quieres? ¿Experimentar el mundo real?

Él movió la cabeza de arriba a abajo, como si decir que sí fuera una palabra demasiado grande para ser dicha en voz alta. 

—Es tarde y no estoy de humor para lidiar con todo esto —comencé a decir, y antes de que reaccionara de triste manera, seguí hablando—. Como me ayudaste a salir de la pintura, te dejaré dormir en el sofá, tienes prohibido husmear en mis cosas. Prometo que mañana te ayudaré a lo que sea que necesites, pero por ahora en serio debo dormir.

Desde la ventana podía ver como afuera de mi habitación estaba oscuro y lúgubre, el susurro de una ciudad viviente llena de personas y carros. La luz de mi lámpara manchaba la cara y ropa de Madhur, las telas que vestía se veían con más detalles así de cerca. Parecía irreal, más como lo que era. Arte. Memoria. Pintura. Tal vez un poco menos, tal vez un poco más.

—No sé si yo, una memoria, pueda dormir.

No estaba de humor para pensar en detalles como esos.

—No es mi problema, solo déjame en paz unas horas.

Incluso con la poca luz, podía ver esa extraña forma en que me miraba en silencio, una pequeña sonrisa en su rostro. 

—Entendible, por supuesto —asintió con rapidez, pasando una mano por su cabello negro—, no es todo los días que conoces la memoria de un atractivo y misterioso hombre.

Ahora estaba fanfarroneando, era inevitable no sonreírle a pesar de mi cansancio. Dijimos las buenas noches, Madhur se fue de mi habitación cerrando la puerta detrás de él, el sonido de sus pasos parando después de unos segundos. Quedé mirando el techo por un rato, sin poder dormir. Me levanté cuando no podía soportar la ropa que, por supuesto, no había cambiado y busqué en mi ropero algo más ligero para usar. Cambiada, di un vistazo a mi despertador y sentí ansiedad por lo tarde que era. Y la ansiedad se intensificó cuando me di cuenta que no me había cepillado los dientes.

¿Alguna vez voy a dormir por fin? Suspiré y, una vez más, me levanté de mi cama, abriendo la puerta, su chillido al moverse parecíendo ruidoso en la noche silenciosa. Había algo en la oscuridad que era como una promesa, como el mundo antes del amanecer.

Noté la silueta de Madhur en mi sofá que parecía dormida mientras caminaba de puntillas a su alrededor, el baño estando a unos cuantos pasos desde donde estaba. Escuché cómo se movía, sus manos abrazándose a sí mismo. Noté que el frío de la noche pinchaba mi propia piel, y en el transcurso de cepillarme los dientes y enjagarme la boca, decidí rebuscar en mi ropero algunas cobijas viejas que no andaba usando.

—Eso debería ser suficiente —murmuré hacia nadie en particular, y me fui a la sala para cobijarlo. 

Al terminar, regresé a mi cama y quedé más tiempo viendo el techo, hasta que me dormí a las quién-sabe-qué. Desperté de repente, el recuerdo de mi nuevo trabajo siendo como un golpe repentino a mi rostro. Me levanté, manos despeinando mi cabellera mañanera a la vez que buscaba por alguna prenda para usar y maldije por la limitada selección, nunca se me había dado bien lavar la ropa. Ni cocinar. Ni nada de las labores domésticas.

—¡Anapola, buenos días! Te hice desayuno y-

Mi mente estaba en todos lados menos en él, busqué por cada rincón por mis llaves que juraba haberlas guardado en mi bolso pero, al revisarlo, no estaban.

—Llaves, llaves, ¿dónde están?

—Oh, creo haberlas visto en-

—¡En mi saco! —exclamé al recordar, dirigiéndome a la entrada y rebuscando su prenda de ropa. Relajé mi cuerpo al tenerlas en mis manos, entonces recordé que no me había cambiado, lo cual era frustrante.

Madhur se me acomodó a mi lado.

—Te lavé la ropa porque parecía que te hacía falta.

Miré hacia donde apuntaba, y en el sillón estaba un puño de mi ropa doblada. Me sonrojé un poco al darme cuenta que no solo había lavado mis vestidos, después debería hablarle sobre límites y espacio personal. Le dije gracias al recoger lo primero que vi y yéndome a mi habitación para cambiarme. Al estar lista, Madhur me recibió entregándome un plato de comida.

—¿Y esto es?

—Palak Omelete, tiene espinaca y huevo, algunas especias que hay por la cocina. No encontré cúrcuma, pero supongo que no hay problema.

Le di un bocado.

—Está delicioso.

—Sí, sí. Siéntate que apenas terminé de limpiar la sala, no molestes mientras limpio un poco más.

Acabé de comer rápido e hice una que otra cosa más, como cepillarme los dientes y arreglarme el cabello. A la salida Madhur me entregó mi almuerzo.

—Gracias Madhur, adiós Madhur.

Era costumbre que, a estas horas, no era la única en el edificio que iba al trabajo. Aprovechando que me encontraba a uno que otro vecino, los saludaba de pasada, ellos deseándome los buenos días y yo haciéndoles lo mismo. Cruzando las puertas principales del edificio, le dije los buenos días al gato que se acomodaba por la entrada maullando a las demás personas, y al vagabundo que pedía limosna a su lado.

Caminando con mis horribles tacones hacia el museo, le di un vistazo a mi bolso a ver si tenía a la mano mi paraguas, y después al cielo que parecía querer llorar, y sentí de repente la necesidad de consolarlo de lo triste que se veía.

Museo de las memoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora