La noche nos abrazó con frialdad, como de costumbre. Nos alojamos en una de las habitaciones donde pudimos comprobar que no era apta para albergar visitas, lo cual era llamativo porque la mayoría de sus libros estaban arrinconados en una de las esquinas, unos encima de otros. Montones de color marrón, azul y rojo. La alfombra, además, parecía limpia pero demasiado gastada, y las ventanas estaban entreabiertas, dejando entrar el aire fresco del campo.
En ese momento no presté atención a Madhur, sino que me concentré en tumbarme en la chirriante cama y relajar la cabeza en la rígida almohada, quedándome dormida inmediatamente.
A la mañana siguiente, ocurrió lo que había temido: Él, la memoria, estaba a punto de desmoronarse.
—Estás apenas aquí —le dije en bajo, mi ojos demasiado abiertos. Estaba sentada en la cama, brazos cruzados y cabello desordenado.
Madhur se encogió de hombros, desinteresado. Como si no fuera la gran cosa, como si no fuera importante.
—Pero estoy y es lo que importa, ¿no es así?
Eso no debería sorprenderme. No debería sentir que el mundo era injusto, que era un juego cruel. No debería sentir este vacío en mi pecho, esta pesadez en mi mente al ver que se convertía en algo distinto de lo que era.
Madhur estaba desmoronándose, y no podía hacer otra cosa que verlo caer.
—Hay que aprovechar el día —me comentó, acercándose y sentándose a mi lado. Su peso invisible ladeando el colchón, haciéndolo rechinar.
—Estás desapareciendo —dije lo único que rondaba por mi cabeza. Era una afirmación, a pesar de sonar a pregunta. Quizá porque si lo cuestionaba no obtendría respuesta, o quizá era lo único que podía decir sin que se me quebrara la voz.
Desayuné con las dos mujeres. En la mesa había pan, fruta, huevo, mermelada y tocino. Comimos en poco silencio, mientras Julieta me preguntaba sobre mi vida. Su mirada gris era simplemente atenta, asintiendo a cada palabra que decía. Le conté lo que pude sin revelarme por completo. Fue bastante fácil contarle que nací de madre francesa y padre español, y que pasé unos años en Alemania hasta que nos trasladamos al país de mi familia paterna. Que estudié en una de las universidades de Barcelona, donde me licencié en archivística y conseguí un trabajo en un museo. Que estoy haciendo una investigación y necesito la ayuda de Julieta.
No le conté cómo me escapé de mi familia, cómo me hice amiga de una memoria y lo asustada que me encontraba por perder en tan poco tiempo a alguien a quien aprecio mucho.
En cuanto terminé de responder a sus preguntas, recibí un silencio. A su lado, Franchesca la miró y sonrió un poco, tocando su mano y apretándola suavemente.
—Bueno —habló Julieta, alejando la mano de la mujer y levantándose de la mesa—, hace mucho tiempo que no me tomo el tiempo de hablar sobre la India. Dices que necesitas que mire algunos dibujos, ¿verdad?
Me levanto torpemente, haciendo que la mesa se agite un poco. Asiento con furia mientras el cabello me caía en los ojos.
—Sí, sí. Dibujos y algo de ayuda para analizar un poema en hindi, si puedes.
Recogimos la mesa y, a la vez que Franchesca se dedicaba a sus tareas agrícolas, Julieta y yo fuimos a su despacho, que se parecía a la habitación en la que yo había dormido, sólo que tenía una silla y una mesa y otras cosas. Abrimos la única ventana, dejando que el suave aire entrara a su antojo. El calor del día se instaló a nuestro alrededor, y su luz se extendía como las ramas de un árbol.
Nos acomodamos en unos asientos y ella empezó a hablar.
![](https://img.wattpad.com/cover/258345642-288-k438550.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Museo de las memorias
Short StoryUna mujer es contratada para ser la archivista de un museo peculiar.