Por la noche soñé que bailaba con su memoria bajo la lluvia. Podía vernos bajo la sombra del mundo mientras el agua goteaba de las nubes, cayendo sobre nuestra piel. Dejamos que sus olas se llevaran nuestras preocupaciones. Y nos movemos con ella, despacio, como si todo tuviera poca importancia porque nos teníamos el uno al otro. De pronto se acercó a mi cara y susurró algo en mi oído, no lo sé descifrar.
Volvió a acercarse, esta vez a poca distancia de mis labios, y antes de que pudieran tocarlos con los míos, me desperté.
Era antes del mediodía y podía escuchar movimiento fuera de la habitación. El sonido de platos, un poco de charla y risas, una tetera sonando. Me senté en la cama entonces, parpadeando para disipar el cansancio. Madhur estaba sentado en una silla junto a una ventana, leyendo un libro que había traído. La luz del sol besaba su piel morena, pintando sus pestañas de un suave tono otoñal. No levantó la vista hacia mí, probablemente ocupado con algún pasaje que le parecía interesante. Levantándome despacio, sentí la fría madera acariciar las plantas de mis pies a la vez que las sombras de un sueño se desvanecían de mi mente.
El mundo había nacido una vez más esta mañana, y con él, el comienzo de lo nuevo ante mí. Hoy sería el último día que quedaríamos en esta casa, y antes de la noche llegaríamos a la ciudad de gris y humo. Y luego, al día siguiente, devolvería el cuadro de Madhur, con su memoria dentro. De alguna manera.
—Buenos días —saludé a pocos pasos de Madhur. Parecía sorprendido cuando me vio por primera vez, pero luego sonrió, grande, suave y cálida. Dejó el libro en la mesa de su lado y, aún sentado, tomó mis dos manos. Pensé, por un momento, que las besaría, e ignoré el sentimiento de decepción cuando no sucedió.
—Hola —dijo, observándome atentamente. Me sonrojé entonces, apartando la mirada al sentirme subconsciente del desorden de mi cabello pelirrojo, las notables pecas de mi rostro y las uñas mordidas de mis dedos—, ¿preparada para hoy?
—Siento no haber podido encontrar más información sobre ti.
—Está bien —insistió como si nada, y negué con la cabeza, el movimiento haciendo bailar un poco parte de mi cabello entre su desorden.
—Debería haber pedido más tiempo libre en el trabajo.
—¿Y arruinar la nueva exposición de arte?
—No me importa.
—Te meterías en problemas.
—Valdría la pena.
Estaba siendo dramática, y tratando de ser graciosa porque la tristeza que pintaba sus facciones eran terrible en él, incluso si sonreía. No había nada interesante que esperar en el desayuno, la misma cháchara del día anterior me bastaba para pensar en cómo acabará inevitablemente. Seré yo, sola de nuevo, y Madhur ya no estará a mi lado. Será él dentro de una pintura, con nadie a parte de sí mismo junto a pinceladas de flores.
Todo volvería a ser como se suponía, pero ¿por qué me sentía como si estuviera despidiéndome de alguien que aún no se había ido?
—Adiós, querida Anapola —dijo Juleta, abrazándome con bastante fuerza—, te echaremos de menos.
Junto a ella, Franchesca:
—Escríbenos cuando llegues a casa sana y salva, si puedes, y recuerda que eres bienvenida en cualquier momento, nuestras puertas están siempre abiertas.
Y así entré en el tren con la memoria de un hombre en mi costado. Los verdes campos pasaban junto a la ventanilla de mi camarote de tren y mis ojos no se atrevían a olvidarlos. Quería grabar todo lo que veía en los bordes de mi mente, y quizá así, cuando esté en mi cama intentando dormir en noches de insomnio, pueda encontrar un hogar del que podría formar parte.
Parpadeé al oír pasar las páginas de un libro y miré el recuerdo que tenía delante. Madhur estaba leyendo, y eso me hizo sentir mejor. Porque a veces no era él mismo, y a veces no era nada en absoluto. Llegamos a la ciudad antes del anochecer, cuando faltaban pocas horas de luz solar. A medida que caminábamos por los edificios y a través de la gente, se distinguía algo oculto en la oscuridad que me hizo creer que había visto lo que parecía ser una pesadilla.
No obstante, cada vez que me giraba, desaparecía. Desaparecía, a pesar de sentir su presencia tras llegar a casa y tumbarme en la cama.
Al cerrar los ojos, caí en un sueño que me dejó la sensación de que me faltaba algo, o alguien. Sí, definitivamente un alguien.
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Museo de las memorias
Short StoryUna mujer es contratada para ser la archivista de un museo peculiar.