06 | La letra pequeña.

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Lynnette

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Lynnette

Recogí todas mis cosas al día siguiente. Kenai no me hizo firmar ningún contrato y yo en cierto modo lo agradecí porque no quería volver a verlo. Sabía que existían contratos por correo electrónico, pero pensar que Kenai haría eso era como pedirle a un río que se secase.

Aun así, establecimos ciertas pautas:

     - La cocina y el baño serían zonas comunes,

     - Amber me daría una copia de la llave esa misma tarde.

     - Kenai estaría trabajando por las tardes.

Por lo demás, ese cachito de apartamento era mío.

No sabía cómo eso me hacía sentir. Cuando volví a mi casa, dispersa en mis propias cavilaciones, tan solo logré dibujar un par de trazadas mal hechas. Dejé que mis dedos volaran libres sobre el papel y el sonido del lápiz rasgando el papel calmaron mis latidos acelerados. No sé qué dibujé, pero en el caos de esas curvas, identifiqué el miedo, la ansiedad, el agobio. No se trataba de dibujar la realidad, se trataba de plasmar sobre el papel el revoltijo de emociones.

Aquellos días no hacía más que pensar en el futuro y en el pasado. Un ser ajeno al aquí y el ahora. Un ente que viajaba entre el eco doloroso del pasado y la incertidumbre palpitante del futuro.

Iris me preguntó a la mañana siguiente si me pasaba algo y no supe responderle. En su lugar, me colgué la mochila al hombro y me fui a clases. Cuando acabé, me dirigí directa a la asociación y me encontré con Margaret sentada tras su escritorio. La saludé mientras dejaba una pesada caja de pinturas en el suelo.

—Te tengo dicho que no cargues tanto peso. Cuando llegues a mi edad ya te acordarás de lo que esta abuela te decía —me reprochó.

Tomé una bocanada de aire tratando de calmar mi corazón acelerado. Las mejillas me ardían. Seguro que estaba roja. A este paso acabaría con un marcapasos a los treinta.

—No quería hacer dos viajes.

Margaret puso los ojos en blanco. No obstante, se asomó por encima del mueble y miró la bolsa con curiosidad. Sonreí.

—¿Qué es lo que llevas?

Me agaché y abrí la bolsa para ella.

—Pinturas nuevas y piruletas para los bichos —le enseñé. Margaret volvió a su asiento y la mirada dulce con la que me miró hizo que me retumbara el pecho.

—Muchas gracias por lo mucho que te preocupas —dijo con una pequeña sonrisa—. Nadie se sacrifica por ellos tanto como tú. No sabes lo feliz que está Emma cada vez que sale de aquí —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Deberías verla. Se le ilumina la cara —Tomó una respiración profunda que imité. No me gustaban esas muestras de afecto porque me hacían sentir al borde del colapso—. Es imposible decir con palabras lo mucho que agradezco que hagas esto por mi hija. No esperaba que volviera a sonreír nunca. Tú lo has conseguido.

El arte de amar entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora