11 | Hogar.

1.5K 106 34
                                    

¡ESTE CAPÍTULO ES ORO PURO! Por Dios, no puedo con tanto <3<3<3

Os dejo leer porque después vais a necesitar mas capítulos, así que disfrutadlo mientras podáis <3

***


Capítulo 11 | Hogar.

Lynnette

Cuando algo me incomoda o me agobia tiendo a enfadarme. No conozco otra forma de gestionarlo. Siento tanta impotencia en el pecho que pronto se convierte en un nivel de represión descomunal. No quiero decir la verdad. No quiero abrirme en canal por miedo a que me explote en la cara. Por eso, aprieto los labios y las lágrimas de rabia escapan sin avisar. Lágrimas de odio hacia mí misma por ser tan cobarde como para no atreverme a decir lo que pienso. De decepción, porque soy la fiel defensora de buscar tu propia voz y al mínimo obstáculo finjo estar afónica. De envidia, por esas personas, como Kenai, que a pesar del posible rechazo son lo suficiente valientes como para saltar al vacío pues saben que, de una forma u otra, habrá una colchoneta al final del abismo.

En mi abismo solo hay oscuridad y piedras escarpadas. Tirarse significa morir. Y yo hace tiempo que ya salté.

—¡Iris! ¡Voy a salir! —grité.

Iris se asomó desde el cuarto de baño con un cepillo de dientes en la boca.

—¿Adónde? —farfulló.

—Al estudio. El señor Benson nos ha pedido unos bocetos y me los he dejado en el apartamento de Kenai —Fruncí el ceño—. ¿Por qué te estás lavando los dientes? Quedan dos horas para cenar.

—He comido frutos secos.

Alcé una ceja.

—¿Y?

Iris me miró como si la loca fuese yo.

—No pienso tener la boca llena de microbios durante dos horas —se justificó lanzando misiles de pasta de dientes conforme hablaba.

—Pero no te importa llenar nuestro apartamento de ellos —Hice una mueca de asco.

Ella se encogió de hombros sin importarle lo más mínimo. Sonreí negando con la cabeza y me volteé para irme.

—¡Quieta ahí, jovencita! —chilló cuando estaba con la mano en el pomo de la puerta.

Mierda.

—¿Ahora eres mi madre? —Mis labios temblaron buscando mantener una sonrisa despreocupada que no sentía. Me volteé.

Se había enjuagado y limpiado la boca y caminaba hacia mí con andar decidido. Me habría resultado una figura autoritaria de no ser por el pijama de alpacas que llevaba y el cepillo de dientes lleno de espuma con el que me señalaba, acusadora.

—Alguien tendrá que serlo ya que tú no le cuentas nada —Se cruzó de brazos—. ¿Desde cuándo pasas día y noche en casa de Kenai?

—Desde que él sí me deja ir por las noches —repliqué rápido. Me había aprendido la respuesta por si sucedía en alguna ocasión. No quise darle más vueltas de las necesarias.

Kendall había sido un buen casero (hasta que me echó), pero no me dejaba entrar por las noches porque saltaba la alarma. Había tratado en mil ocasiones de que me diera la clave para desactivarla y se había negado en rotundo. Era un maldito desconfiado.

Iris mudó de expresión. Siempre me había sorprendido cómo esos ojos rasgados y esa carita redonda eran capaces de demostrar tanto. Iris era un libro abierto. A ella no le importaba si le arrancaban las hojas o quemaban sus páginas con café ardiendo. Ella consideraba los fracasos como el nuevo capítulo de un libro que poco a poco se dirige hacia su epílogo.

El arte de amar entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora