16 | Vacío.

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AAAAAAAH NUEVO CAPÍTULO. NECESITO RESOLVER LA TENSIÓN SEXUAL QUE CARGAN ESTOS DOS YA. Apartando eso a un lado, disfruten del capítulo, reinas y reyes.

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Capítulo 16 | Vacío.

Lynnette

Todavía no me había hecho a la idea de que estaba en su apartamento hasta que, tras sentarme en su sofá y mirar las paredes blancas durante unos largos cinco minutos, se acercó con un taza en sus manos.

—Ten cuidado. Está ardiendo —avisó.

Asentí y agradecí el calor que me proporcionó, aunque no supe si se trataba por su presencia o por el hecho de que me había traído una tila. Puede que por las dos. Puede que su mirada llena de preocupación también tuviese algo que ver.

El ambiente se sentía ligero a nuestro alrededor, ajeno a la pesadez que crecía en mi pecho. Nuestros cuerpos estaban separados por apenas unos centímetros, por lo que su rodilla muchas veces chocaba con la mía. Me descubrí a mí misma salvando la distancia en busca de su roce.

—¿Estabas ocupado? —pregunté cuando vi la mesa del salón cubierta de tantos papeles que no se distinguía el fondo de madera—. Puedo venir en otro momento si... —Hice el amago de levantarme, pero me tomó del brazo y volvió a clavarme en el sofá. Su mirada penetrante habría detenido legiones enteras de soldados rivales.

—No estoy ocupado —me afirmó. Clavó la mirada en mí mientras lo hacía y me pregunté si alguien más sentiría lo mismo que yo cuando sus ojos estaban sobre los míos o cuando seguía notando el roce de sus dedos en cada centímetro de mi cuerpo.

Seguían temblándome las manos cuando di el primer sorbo. Me convencí de que era por lo sucedido hace unas horas y no porque su presencia alteraba mis sentidos. Me estremecí. Las palabras de Benson se repetían en mi cabeza reclamando un protagonismo que evitaba otorgarles. Si permanecía más de dos minutos pensando en ellas, me echaría a llorar. Mi cabeza era un hilo enredado de pensamientos lleno de nudos y embrollos. Tan solo el olor de Kenai, fresco y suave, apaciguaba el caos.

Di un brinco en mi asiento cuando noté de pronto el roce de una piel que no era la mía sobre la mejilla. Ni siquiera me había dado cuenta de que había comenzado a llorar hasta que Kenai atrapó una de mis lágrimas en su pulgar. Deslizó la mano hasta mi nuca, a la que se aferró mientras acariciaba con reverencia el contorno de mi mandíbula.

Sus caricias se sintieron tan bien, como un bálsamo para una herida tierna, que me recliné sobre él hasta que sien quedó apoyada en su hombro. Tomó la taza de entre mis manos y la dejó encima de la mesa. Juntos, nos echamos hacia atrás en el sofá y de repente sus dedos me peinaban el cabello casi con... adoración. Subí los pies al sofá. Se me subió el corazón a la garganta.

—Creo que hoy se ha convertido en el segundo peor día de mi vida —hablé. Mi voz sonaba ronca por culpa de todas las veces que había reprimido el llanto.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó. Su tono bajo me erizó los vellos de la nuca y de los brazos.

Negué.

—Si hablo ahora, voy a echarme a llorar en tres segundos.

Detuvo sus caricias a lo que estuve a punto de quejarme.

—Llorar no es malo, peque —me reprendió con voz suave.

Él sabía que, para mí, desmoronarme ante alguien era un acto de confianza que sucedía en muy pocas ocasiones. Era capaz de contar con los dedos de mis manos las veces que había llorado ante alguien y una de esas manos pertenecía a la persona que tenía a mi lado. Si había alguien con quien lloraría, era con él, aunque el pensamiento me aterrorizase y me tranquilizase a partes iguales.

El arte de amar entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora