07 | ¿Por qué?

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Capítulo 07 | ¿Por qué?

Lynnette

Una ruptura nunca es fácil. Cuando rompí con Kenai, el primer testigo de ello fue el dolor. Me habían arrancado el aire de los pulmones y lo pusieron en los brazos del aturdimiento a la espera de que hiciera algo con él. Recuerdo como si se tratara de una película mi vista clavada en él, esa inútil esperanza de que me dijera que todo era una mentira de mal gusto.

Pero no habló.

Nunca lo hizo.

Entonces llegó el bombardeo de preguntas, todas sin respuesta, que dio paso a una mezcla de sentimientos que se sobreponían unos encima de otros. Buscaban superarse entre ellos sin comprender que no lo soportaría. Pensé que quizás querían llevarme al límite. Que buscaban hacerme colapsar hasta que dejara de sentir. Así sería más fácil. Si no sentías, no dolía. Sin embargo, la angustia se convirtió en mi sombra, persiguiéndome incluso cuando el sol caía.

Todo me arrolló de golpe. La presión en el pecho. El sudor en las manos. Sentirse estúpida. Te preguntas desde cuándo lleva sucediendo. En qué momento dejó de sentirse a gusto a tu lado. ¿Habías sido demasiado acaparadora? ¿El problema eras tú o la relación? Kenai había sido mi primer novio. A lo mejor la inexperiencia no le gustaba. Pero esta también era su primera relación. Quizás no estábamos preparados, no era el momento indicado.

La negación se abre camino a ramalazos de desconcierto y dudas. Y esperanzas. Tantas ilusiones que no caben en un cuerpo tan menudo. Te convences de que volverá, que tan solo ha sido un bache que solucionaréis. Una relación tan hermosa no se rompe así. Él todavía me ama, todavía quiere estar conmigo.

Los días pasan y, con ellos, las lágrimas se secan, la presión en el pecho deja caer sus asfixiantes cadenas, el estómago te ruge por primera vez tras días sin probar bocado. Te das cuenta de que lo peor está por venir. Que los días serán más largos ahora que se ha ido y las noches en vela serán una condena.

Buscar el sentido de tus días se torna complicado. Como derribar una casa y esperar que se construya sola de nuevo. Pronto serás tú la que tome el primer ladrillo y lo coloque, consciente de que nadie más vendrá a ponerlos por ti. Estás sola en esto. Solo tú saldrás de la oscuridad y levantarás la barbilla ante los rayos de sol que te acarician el rostro.

El primer ladrillo es complicado. Pesa veinte toneladas y el cansancio solo lo empeora. Después se van haciendo más livianos. Quizás porque cada ladrillo pesa menos, porque tú te vuelves más fuerte o porque poco a poco contemplas los frutos de tus esfuerzos. Y entonces lo consigues. Vuelves a tener esos muros a tu alrededor, protegiéndote. Ni siquiera dejas una puerta porque estas convencida de que nadie entrará.

Solo así evitarás sentir dolor.

Llevar toda la mudanza al nuevo estudio en la casa de Kenai fue como si una grieta se hubiera abierto entre esos muros. No era muy grande. Al menos, no lo suficiente como para desestabilizar su estructura. Sin embargo, consiguió que mi yo dentro de esos muros se sobresaltara.

—¿Qué cojones tienes aquí? ¿Un muerto? —jadeó Trish. Llevaba una caja entre sus delgados brazos.

—Seguro que ha matado a Kenai y estamos transportando su cadáver.

No es mala idea, pensé.

—Dejad de quejaros, vagas. Son solo tres pisos.

—Lo dice la que solo lleva un caballete de mierda.

—Yo tengo que abrir la puerta —me defendí. Estábamos en el último piso. Kenai no me avisó de que el ascensor estaría averiado. Como consecuencia, ahora teníamos que subir tres pisos hasta el ático.

El arte de amar entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora