12 | Frida Kahlo.

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¡No puedo con este capítulo! La tensión, los sentimientos al límite, Kenai, Lynn... ¡DIOS! Es demasiado. Este capítulo me supera. ¡Os leo en comentarios!

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Capítulo 12 | Frida Kahlo.

Lynnette

Frida Kahlo dijo una vez: "Si actúas como si supieras lo que estás haciendo, puedes hacer lo que quieras".

Nunca me he sentido tan desnuda con una frase. Cada vez que la leía, me exponía ante una multitud de hienas listas para devorarte sin piedad. Llegué a la conclusión, tras mucho reflexionar, de que cuando actúas así pueden ocurrir dos cosas: que las cosas salgan bien o que tu mentira se haga cada vez más grande. La segunda es lo que solía ocurrirme a mí.

Te transformas en ese ser iluso, convencido de saber lo que hace. Te tragas tu propio engaño y te manipulas a ti misma hasta convertirte en una persona que en realidad no eres. Cambias, te embadurnas de capas de falsa sabiduría. Te vistes con tantas que ya no sabes diferenciar la verdad de la mentira.

Cuando ya no quedan más prendas que ponerte, tratas de caminar. Ha sido tan fuerte tu intento por protegerte del mundo que has olvidado que debes avanzar para seguir viviendo. Ahora que tratas de poner un pie tras otros, te das cuenta de que es imposible. Un paso en falso hace que caigas. Colina abajo y sin frenos. Sigues girando hasta que, por un milagro del universo, alguien o algo decida pararte.

Lo más certero de mi vida en este momento era que yo estaba en esa última etapa. En la que te caías y rodabas, rodabas y rodabas. Lo único que quedaba era esperar a que todo pasara. A que las náuseas durasen solo un puñado de segundos y el vértigo en el estómago se disipase.

Estaba harta de sentirme así. Pero, de alguna forma, tuve la sensación de que ya no estaba sola. Que alguien vendría a detenerme y quitarme todas las prendas que me asfixiaban. La pregunta era: ¿estaba dispuesta a dejar que ocurriera?

El silencio me dio una fría bienvenida conforme entré al apartamento. Se me instaló una pesadez en el pecho al no encontrar a Kenai en el salón o escuchando su voz grave a través de las finas paredes mientras mantenía alguna reunión. Me impresionó lo mucho que me había acostumbrado a esos pequeños momentos y sacudí la cabeza para olvidarme de lo mucho que los apreciaba.

La certeza de que había una persona más en aquellas cuatro paredes me hacía sentir menos sola. En concreto, saber que Kenai estaba aliviaba la presión que muchas veces no me dejaba respirar. Llevaba sintiéndose así durante un tiempo, aunque todavía no era capaz de reconocerlo sin que me dominara el pánico.

El recuerdo de aquella noche desbordaba mi mente desde hacía días. No conseguía quitarme de la cabeza la intensidad de su mirada, la barba incipiente que me rozó las yemas de los dedos. Seguía reconcomiéndome el deseo de esos labios que había ansiado besar en un momento de debilidad. Me perseguía en sueños cómo sería reconocer su boca como mía y mezclar su sabor con el mío.

Cuando llegué al piso de arriba, el estómago se me puso del revés. El pasillo estaba oscuro a excepción de un hilo de luz que salía de la puerta entreabierta de mi estudio. El pulso se me aceleró y noté cómo las paredes se cernían por encima de mi cabeza y a ambos lados de mi cuerpo. Siempre me aseguraba de cerrar la puerta antes de marcharme. Kenai no tenía pestillo en las puertas y era la única manera en la que me sentía segura dejando algo tan personal cerca de su entorno.

El arte de amar entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora