Capítulo XI

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El día uno de celebración culminó, pero el espíritu festivo continuó intacto por los dos siguientes, en los cuales las artes escénicas, musicales y dancísticas dominaron los escenarios. Fue toda una experiencia escuchar las melodías de cantantes e instrumentistas famosos provenientes de reinos vecinos, presenciar las maravillas de la ópera en los teatros y sorprenderse con los novedosos bailes que emocionaron a más de uno. Por supuesto, las ferias gastronómicas también jugaron un papel importante, haciendo de todo eso un verdadero mosaico cultural que se disfrutó hasta el último momento.

Una vez las fiestas finalizaron, las personas volvieron a sus ciudades y pueblos y se retomaron las actividades habituales en medio de una tranquilidad bastante peculiar. Incluso la llegada del invierno, que era la época más complicada para los agricultores, no fue un tema de preocupación ya que las reservas de alimentos se encontraban bien abastecidas, por lo que la vida de los habitantes en cada rincón del reino se desarrolló sin percances ni escasez.

Había pasado un buen tiempo desde la última vez que algo así sucedía. Para muchos, era un buen presagio, por lo que agradecieron a los dioses y esperaban que las buenas noticias no tardaran en llegar...

Aunque primero se llevaría a cabo cierto evento que traería más de una sorpresa.

Mikasa se despertó una mañana de diciembre con tenues rayos de sol atravesando su ventana. Tras desperezarse, se sentó y contempló unos segundos el cielo parcialmente nublado, pero no pasaron más de cinco minutos cuando sus damas irrumpieron en sus aposentos, la saludaron y se apresuraron a preparar su baño en la pequeña sala contigua.

—Hoy amanecieron con mucha energía.

—Y eso que no ha visto cómo está todo allá afuera —comentó Petra.

—Ah ¿sí? —se quitó su bata e ingresó al agua mezclada con esencias—. ¿Acaso hoy se celebra algo?

—No lo sabemos con certeza —dijo Sasha—. Su Majestad solo nos ordenó que la preparáramos, aunque supongo que debe ser algo especial.

La azabache asintió y dejó que hicieran su trabajo sin preguntar nada más. Fue inevitable volver a pensar en las palabras de la castaña, pero sabía que las respuestas a sus interrogantes no las encontraría allí, por lo que no le quedó más que aguardar con paciencia.

Salió de la tina media hora después y se envolvió nuevamente en su bata. Mientras caminaba de regreso a su habitación, Petra le secaba con cuidado su cabello, pero cuando llegó se detuvo de golpe al ver una docena de maniquíes repartidos en todas partes, los mismos que sostenían vestidos de distintos colores y estilos.

—Pero ¿qué...?

—¡Buenos días, princesa! —la saludó una pelirroja alta de ojos claros: la costurera real—. Qué gusto es volver a verla.

—Buenos días, Lady Feridé —no vio de dónde salió—. ¿Qué la trae por aquí?

—Creo que ya debe imaginarlo. Vine a dejar a su disposición algunos de mis más hermosos diseños por petición de la reina.

—Oh —caminó entre los maniquíes—. ¿Y te dijo cuál era la razón?

—No, aunque sospecho que algo bueno debe ser.

Miró de reojo a sus damas y estas se encogieron de hombros. Baño perfumado, vestidos de alta costura... ahora más que nunca sentía curiosidad por saber qué era lo que estaban planeando sus padres para que la quisieran tan arreglada.

—Está bien —empezó a detallar cada uno de los vestidos—. ¿Debo escoger uno?

—Sí. El que más sea de su agrado.

ENTRE CEREZOS Y ROSAS NEGRAS (RIVAMIKA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora