Capítulo XXXI

38 10 0
                                    

Cayó la noche y una brisa fría los acompañó al igual que la luna en lo alto que parecía estar más cerca de lo habitual. El trote de los caballos era lo único que se escuchaba en medio del silencio absoluto de los alrededores, contrastando el apenas perceptible sonido gutural de búhos y lechuzas que anidaban cerca y siendo el distractor perfecto para mantener a todos sumidos en sus pensamientos bajo el brillo guía de los astros sobre sus cabezas.

Sin perder el rumbo, Mikasa cabalgaba por detrás del rey y el príncipe mientras era escoltada por los altos mandos del ejército. A pesar de que habían transcurrido horas, aún seguía ligeramente consternada por el encuentro con el Rey de los Demonios, y aunque sinceramente creyó que no saldría ilesa de ello tras hacer todo lo posible por escapar, los dioses no le dieron la espalda y enviaron a su ángel justo a tiempo, el mismo que peleó con todo y le demostró cuán lejos podía llegar por evitar que cayera en las peores manos.

Sí. Los acontecimientos sucedieron tan rápido y de forma tan imprevista que hicieron que su plan inicial diera un giro de 180 grados, pero eso era lo de menos ya que su principal prioridad en ese instante era que trataran a Levi lo más pronto posible.

Ella había hecho su parte, así que solo era cuestión de asegurar su llegada al palacio para que el médico real pudiera revisarlo y le diera atención prioritaria.

—¿Estás bien? ¿No tienes frío? —le preguntó en un susurro cuando el viento pareció aumentar su intensidad.

—Con la capa que me diste es suficiente. No te preocupes.

En un par de ocasiones más preguntó si todo estaba en orden y aceleró el trote luego de que se detuvieran unos instantes a descansar. La madrugada siguió avanzando sin novedades de por medio, y ya cuando faltaba poco para el amanecer vislumbró finalmente las murallas de la ciudad capital y el portón de entrada. Atravesó este último a toda velocidad, sin reparar en los rostros sorprendidos de las pocas personas que circulaban y se preparaban para salir hasta llegar a la residencia real.

El rey y los demás la alcanzaron segundos después y, luego de bajarse de su caballo, ayudó a Levi para que hiciera lo propio y dejó que el comandante abriera la puerta. Su intención era llevarlo rápido a la sala médica, pero esto quedó relegado cuando se encontró con una imagen que detuvo sus pasos abruptamente, dibujando auténtica sorpresa en su rostro.

A escasos metros, precedidos por Selim quien había advertido su llegada, se encontraban los nobles residentes, sus maestros e incluso algunos sirvientes, los cuales la detallaban de pies a cabeza con miradas indescifrables, como si trataran de cerciorarse de que, en verdad, se trataba de ella.

—Santo Cielo —musitó el mayordomo—. Nuestras súplicas fueron escuchadas. ¡Tenemos a la princesa de vuelta!

Poco a poco las expresiones cambiaron y los comentarios cargados de alivio no se hicieron esperar. Ella aún no podía creer que se hubieran reunido ahí para recibirla (honestamente no se lo esperó), pero antes de que pudiera decir algo...

—¡Hija!

Giró apenas su cabeza a un costado y vio a su madre acercarse casi corriendo para abrazarla con fuerza.

—¡Mi niña! ¡Mi bebé! ¡Mi precioso milagro! —exclamó con lágrimas rodando por sus mejillas.

—Mamá.

—Finalmente estás aquí. Estaba muy preocupada y temí lo peor al imaginarme que jamás te volvería a ver —sollozó y se separó un poco para mirarla—. ¿Qué le pasó a tu cabello? —preguntó al reparar en ese detalle.

—Sufrí un pequeño altercado, pero estoy bien —se había olvidado de eso.

La reina sonrió como pudo, libre al fin de esa incertidumbre que no la dejaba en paz y empezó a repartir besos por todo su rostro, sin importarle que otros la estuvieran viendo.

ENTRE CEREZOS Y ROSAS NEGRAS (RIVAMIKA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora