Epílogo

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Nueve años después


El sol resplandecía en medio de los colores propios de la primavera. La vegetación, en todas sus manifestaciones, yacía en todo su esplendor presidida por la magia y la armonía cromática de las flores, y las aves migratorias volviendo a sus nidos daban un aire de renovación, pintando el panorama de auténtica paz y tranquilidad y representando el concepto exacto de renacimiento de la naturaleza.

Sí, era la temporada perfecta para apreciar cada detalle del entorno lleno de luz y disfrutar del agradable clima al aire libre.

—¡Atrápanos si puedes, papi!

Pero también era la época ideal para pasar tiempo de calidad en familia.

Sentada en una de las bancas del majestuoso jardín de su hogar, Mikasa miraba divertida cómo sus mellizos corrían y reían mientras su esposo los perseguía, jugando al lobo en el bosque. Junto a él había salido muy temprano al centro de la ciudad a resolver unos asuntos, pero cuando estuvieron de regreso los pequeños saltaron a saludarlos y les dijeron que querían jugar, saliendo entonces al área natural principal aprovechando el precioso día y divirtiéndose sin descanso con esa energía que tanto caracterizaba a los de su edad y que la alegraba sobremanera como cuando supo que venían en camino.

Recordaba muy bien ese momento. Faltaba poco para cumplir el aniversario de bodas número cuatro cuando notó algo diferente. Era una sensación extraña y un sentimiento particular que vinieron de la mano con algunos cambios en su rutina y comportamiento, y aunque en primera instancia tuvo sus sospechas, no fue sino hasta varios días después que el médico la revisó y confirmó que sí: estaba embarazada.

La noticia llenó de alegría a sus padres y suegra (que no veían la hora de ser abuelos), a sus amigos y, por supuesto, a Levi, quien luego de salir del shock la abrazó y la levantó mientras la hacía girar en el aire, agradeciéndole por la oportunidad de ser padre aun cuando sabía que sería el mayor reto de su vida.

De ahí en adelante, no hubo momento en que no la consintiera. Incluso fue muy paciente con sus cambios drásticos de humor e hizo de todo para cumplir sus peculiares antojos, y aunque en varias ocasiones su lado sensible la hacía sentir culpable por despertarlo en las madrugadas, él la tranquilizaba diciéndole que todo estaba bien y que lo hacía con toda la buena voluntad del mundo porque era su deber como esposo atenderla, independientemente de que sus peticiones fueran algo extrañas a veces.

Mes a mes fueron testigos de cómo su pancita crecía hasta que las repentinas contracciones les anunciaron que había llegado la hora. Levi, nervioso y sin saber muy bien cómo proceder, la dejó en su cama y voló a ver al médico y sus ayudantes, llevándolos al lugar y volviendo junto a ella para ver juntos el nacimiento de su bebé.

Sin embargo, se llevaron una gran sorpresa cuando, luego de un largo y doloroso proceso, descubrieron que en realidad eran dos: un niño y una niña.

Por un breve instante, el azabache sintió desmayarse, sin poder creerlo, pero cuando los enfermeros le pasaron a su nena y la tomó entre sus brazos, la conexión fue inmediata, llenándose sus ojos de lágrimas mientras la misma reacción tenía Mikasa con el pequeño.

Sin lugar a duda, fue uno de los mejores días en la vida de ambos, y ahora estaban ahí luego de cinco años y viéndolos crecer demasiado rápido.

La ojigris suspiró. El tiempo sí que pasaba volando cuando se lo proponía.

—¡Mamá es nuestra hada mágica protectora! —salió de sus cavilaciones cuando se percató que Naori corría en su dirección al igual que su hermano Liam.

ENTRE CEREZOS Y ROSAS NEGRAS (RIVAMIKA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora