Capítulo XX

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La situación parecía no tener final.

Desde que se alertó a todo el reino sobre la llegada de los demonios, el ejército real se preparó para combatir y defender a la ciudad capital que rápidamente se convirtió en el epicentro donde se concentraron todas esas criaturas para empezar con la matanza y destrucción de todo aquello que se atravesaba en su camino.

Para muchos soldados, en especial los más jóvenes, era una experiencia inesperada, que estaba a un nivel fuera de lo usual y que, de hecho, escapaba de lo convencional. Siempre pensaron en que, si alguna vez vivían una batalla, lo harían frente a algún enemigo humano como sucedía comúnmente, pero esa realidad que llegó como un huracán les hizo replantearse todas sus creencias, convenciéndolos de que, a esas alturas de la vida, todo era posible.

Por supuesto que hubo temor y dudas. Era normal ante un panorama surrealista, pero los más veteranos, expertos en toda clase de situaciones, los motivaron recordándoles que su deber era velar por la seguridad de las personas, independientemente de la forma que tuvieran las amenazas.

Su carácter y temple se pusieron a prueba, y al sentirse finalmente preparados en todos los sentidos (tanto físico como psicológico), marcharon hacia la ciudad para hacerles frente a los demonios que, a pesar de su tosca e intimidante apariencia, no mermaron en lo absoluto el espíritu combativo que los acompañaba.

El choque entre escudos, espadas y garras resonó en cada esquina de la metrópoli mientras los civiles trataban, de alguna forma, resguardarse de los ataques. Con la llegada de refuerzos provenientes de Shiganshina, parecía que la situación pronto sería controlada, pero empezaron a aparecer más y más demonios y, por si fuera poco, los que llegaron antes estaban aumentando su fuerza al igual que su tamaño de forma repentina.

No pasó mucho para que estos dominaran el escenario, poniendo al ejército contra las cuerdas. Las bajas en este último comenzaron a notarse, y aunque los que seguían en pie no daban su brazo a torcer, pronto sintieron los efectos del cansancio que, sumados a la desesperación por no poder detener a los invasores que seguían llegando, los estaban acabando a nivel mental.

Los gritos del comandante y capitanes elevaban en algo la voluntad, pero al verse tan acorralados y con varios de sus compañeros caídos y asesinados frente a sus ojos, pensaron que era imposible ganar, por lo que algunos optaron por bajar las hojas y rendirse...

Hasta que cierto hecho reavivó sus esperanzas.

Abruptamente, los demonios detuvieron sus ataques y desviaron su vista hacia algún punto del palacio real. La nube negra que se había cernido sobre este comenzaba a despejarse, y paulatinamente las criaturas se debilitaron, reduciendo su tamaño al tiempo que luchaban solas, como si les faltara el aire. Aprovechando esto, los soldados utilizaron su último aliento para volver a la batalla y las atacaron, acabando con ellas y persiguiendo a algunas que lograron escapar en medio de los destrozos.

Al ver a la ciudad libre, festejaron su victoria, pero había algo que los intrigaba, y era el porqué de ese cambio tan repentino que les permitió vencer a los demonios cuando hace poco el panorama anunciaba una derrota absoluta en su contra.

¿Qué sucedió exactamente? No lo entendían, pero la respuesta a ello se encontraba cerca, específicamente en los aposentos de la princesa.

Cuando Levi notó que la extracción de la sangre demoníaca estaba funcionando (ya podía vislumbrar rasgos humanos en Mikasa), ignoró el dolor y el mareo que le provocaba tanto esfuerzo y continuó hasta sacar la última gota. De inmediato, en el lugar donde estaba la marca, usó un conjuro para poner un sello, y la sangre contenida en los hilos fue absorbida por una gema (cuarzo rosa) que posteriormente se introdujo en agua de cerezos encantada para neutralizarla y evitar que contamine a alguien más.

ENTRE CEREZOS Y ROSAS NEGRAS (RIVAMIKA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora