Capítulo IX

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Llegó la hora de continuar con la misión especial.

Después de que se despidiera de Mikasa y abandonara la biblioteca, Levi regresó a su habitación, dejó su colección de gemas en el armario y tomó una capa con capucha que colgaba en un rincón para posteriormente volver a salir, trotando escaleras abajo hasta llegar a las caballerizas. Allí lo esperaban Connie y Bertholdt y, tras intercambiar algunas palabras, tomó un caballo y salió junto a ellos de la residencia real en dirección al norte.

Habían pasado ya diez días desde que ordenó realizar la vigilancia en el pueblo de Dorum. Los soldados, mediante rotaciones periódicas, mantenían las zonas bajo constante observación y sin dejarse llevar por distracciones. Dado que los asesinatos se llevaron a cabo durante la noche según los pueblerinos, los esfuerzos se concentraron en esas horas, y si bien el jefe también proveyó de ayuda adicional, de vez en cuando el azabache se unía al sigiloso patrullaje, esperando poder dar finalmente con el responsable de aquellos crímenes injustificados que tenían a todo el pueblo en zozobra.

Esta dinámica se mantuvo inalterada hasta cumplirse tres semanas. Durante ese período, no se evidenciaron movimientos anormales, lo cual daba al ambiente un aire de aparente calma que parecía prolongarse a medida que avanzaba el tiempo. Los pueblerinos, conscientes de que la presencia de los soldados les brindaba seguridad, dejaron de preocuparse en exceso y creyeron que ya no volvería a pasar nada malo. Sin embargo, Levi aún no estaba del todo convencido, por lo que ordenó a su equipo no bajar la guardia y continuar vigilando.

En determinado momento, y al no verse resultados durante los siguientes ocho días, todos pensaron en considerar una retirada temporal para ver si así el malhechor volvía a ser de las suyas, pero antes de tomar la decisión, el ojiazul le hizo caso a su intuición por última vez...

Hasta que finalmente encontró algo.

Una noche de luna llena, recorrió silenciosamente las calles del este de Dorum acompañado de Marco y Floch. Como sucedió en días anteriores, todo estaba en extremo tranquilo, por lo que hicieron un breve patrullaje para enfocarse en otras zonas que también requerían atención.

—Nada nuevo por aquí, otra vez —dijo el pelirrojo.

—El sur tampoco ha presentado algún movimiento sospechoso —agregó Marco.

—Hemos hecho esto por tantos días que hasta ya perdí la cuenta. Para mí que el asesino se cansó de esperar a que nos vayamos y abandonó el pueblo.

—Es un argumento lógico, pero si se fue a otro lugar, debieron reportarse homicidios, cosa que no ha sucedido —dijo Levi.

—O quizá simplemente decidió dejar esa vida y convertirse en una persona de bien —continuó Floch.

—Dudo mucho que ese sea el caso. Los locos no se olvidan de sus manías con tanta facilidad —habló Marco.

—Bueno. Solo quería ser un poco optimista —se encogió de hombros.

—Mejor desplacémonos al norte. No hay nada más que podamos hacer aquí —habló el azabache, dando un último vistazo a su alrededor.

—Sí, señor.

Atravesaron un callejón y tomaron la ruta principal en dirección a su próximo destino. Todo se encontraba en silencio, escuchándose apenas sus pasos, pero antes de girar a la izquierda, el sonido de un quejido débil hizo eco, llamando la atención de Levi y haciendo que se detuviera y volteara.

—¿Escucharon eso? —preguntó en un susurro.

Los soldados no comprendieron a qué se refería, pero tras quedarse quietos lograron captar un gemido apenas perceptible, el mismo que tenía tintes de angustia.

ENTRE CEREZOS Y ROSAS NEGRAS (RIVAMIKA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora