31. Adán

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Alcanzo fácilmente la orilla del pequeño islote y me impulso para salir del agua. La brisa sopla agitado las hojas del árbol que se encuentra arraigado a esta tierra; el sol se filtra e incide sobre la estela de piedra que hay entre dos enormes raíces.

No hay ni rastro del hombre que se encontraba aquí.

Me acerco hasta la losa, pisando la mullida hierba con los pies descalzos. Hay unas letras borrosas cinceladas con destreza. Poso una rodilla sobre el suelo y paso los dedos por las hendiduras de las letras con parsimonia.

Lymna

No hay nada más, ni una fecha, ni nada que me indique qué es esta piedra. Alzo la vista para encontrarme con el hombre que había atisbado en la cabaña y en el claro. Se inclina hacia mí, sus manos heladas rozan mi mentón para obligarme a centrar mi mirada en la suya. Se parece a la de Caitán si no fuera por la frialdad que emana.

Siento como si mi energía estuviese siendo drenada a pasos agigantados.

—Tu alma es la única que siempre está dispuesta a bailar —musita.

Este hombre está muerto, pero es capaz de tocarme. Demasiado peligroso. Intento apartarme, sin éxito. Las piernas no me responden. ¿Qué cojones está pasando?

Planta sus labios sobre los míos de improvisto, mi corazón en algún momento deja de latir. No es que sea una exageración llevada por la emoción, se contrae y después ya no bombea más sangre.

—Hay algo que necesito que veas. —Acierto a escuchar antes de que mi campo visual se emborrone.

Cierro con fuerza los ojos y cuando los vuelvo a abrir, los colores son demasiado brillantes. El mundo parece haberse metido en un jodido filtro de Instagram. Me incorporo con esfuerzo, pensando en cómo voy a romperle la cara a ese tío; sin embargo, la visión de mi cuerpo espatarrado de cualquier manera me deja paralizado.

—¡Hijo de puta! —Grito y preparo mi puño para pegarle, si es que eso es posible estando muerto.

Porque estoy muerto, ¿no? Mi espíritu se ha salido por completo de mi cuerpo y no estoy durmiendo, así que solo puedo asumir lo peor.

El hombre reaparece a mi lado, negando la cabeza como si tratase con un estúpido.

—Tranquilízate —dice—. Si no te alejas demasiado de tu cuerpo, puedes volver.

Asesto un golpe, él lo esquiva con una agilidad pasmosa.

—Haz el favor de comportarte de una manera más civilizada, ¿acaso no quieres descubrir la verdadera identidad de la oscuridad? —Una pequeña sonrisa baila en su rostro.

—No soy tan gilipollas como para confiar en ti —espeto, dispuesto a volver directamente a mi cuerpo. Aunque la verdad es que no tengo ni la menor idea de cómo hacerlo.

El tío suelta un suspiro largo y acto seguido impacta una de sus manos contra mi pecho. Salgo despedido hacia atrás, mi alma atraviesa el agua sin hacer ningún sonido y me hundo en el lago.

Me quedo flotando bajo las aguas de la laguna, cada vez más enfadado. La superficie se ve lejana. ¿Ahora qué?

Miro hacia abajo y mi boca se abre con la sorpresa. Un enorme edificio permanece dormido en las profundidades, los rayos del sol le dan un aspecto irreal bajo mi mirada espectral. Hay unas escaleras bajan desde la isla y que llegan hasta un hermoso empedrado.

—Suelta el aire despacio y piensa en bajar. —Explica el capullo. Desciende con naturalidad hasta posar sus pies con gracia en el suelo.

Expulso todo el aire contenido, enfocando mi mente en golpear a ese subnormal. Sacudo la cabeza intentando centrarme en bajar.

Consigo poner los pies en el suelo, aunque no siento que esté ahí.

—Devuélveme a mi cuerpo —impero, procurando caminar sin parecer un pato.

Niega con la cabeza y sigue andando. Con un sonido de resignación, continuado de unos cuantos insultos, decido seguirlo.

Algunas piedras del edificio se han salido de su lugar, como si hubiese recibido un impacto en su tiempo. El color es entre azul y gris perlado. Las plantas acuáticas se han hecho dueñas de gran parte. Una enorme puerta con forma ovalada ofrece la entrada. Hay varias columnas similares a las que adornan el umbral del pueblo, con el mismo tipo de ornamentos naturales. También puedo apreciar una especie de pequeña fuente, aunque no estoy seguro de que sea eso.

Me apresuro a seguir al fantasma hasta el interior. Desde aquí puedo apreciar como el techo está completamente destrozado, dejando así pasar la luz hasta una enorme estatua de una bella mujer.

Creo que ya la he visto antes.

Su creador la ha cincelado con esmero, dando a entender que aquella mujer tenía el cabello largo hasta casi los pies. Ondulado y con diversos pececillos tallados que entran y salen de entre sus hebras. La túnica se pega a su cuerpo y sobre las manos tiene unas flores como las que rodeaban a Caitán. A sus pies hay una especie de altar con los restos de un cuenco que hace mucho que dejó de utilizarse.

El rostro está roto.

—Esta es Brétema —explica—. O lo fue, más bien. Lymna. La dama del lago. La diosa del agua.

Era una diosa. A pesar de que puedo ver fantasmas, no soy nada creyente. Para mí todo eso de las religiones no es más que una forma de mantener a la gente controlada.

Sin duda, Brétema los tiene bien dominados.

—¿Cómo ha terminado convirtiéndose en esa mierda? —pregunto con la curiosidad comenzando a comer el interior de mi mente—. ¿Quién eres tú?

Y de pronto mi corazón comienza a latir de nuevo. Un dolor intenso me atraviesa y llevo la mano instintivamente hasta mi pecho.

El hombre mira hacia la estatua.

—Soy Lucien Arcanova.

Quiero volver a repetir mi pregunta, pero el dolor se hace tan penetrante que todo lo que puedo hacer es tratar de respirar.

—... me puedes hacer esto! —¿Lux? El zorro tiene el don de interrumpir los mejores momentos—. ¡Adán, por favor!

Alguien está presionando mi pecho con fuerza, buscando la manera de mantener mi corazón a flote. Me insufla aire y vuelve a repetirlo.

La sonrisa fría de Lucien Arcanova es lo último que veo antes de volver a la vida.

Boqueando y con un dolor horrible abro de nuevo los ojos. Lux está sobre mí; su aspecto es el de estar pasando el peor momento de su vida. Las gotas de agua que se escurren de sus rizos caen sobre mi mejilla derecha.

—¡Adán! —grita al percatarse de que he abierto los ojos. Me aplasta con su cuerpo en un abrazo, provocando que pierda el aliento de nuevo—. ¡Estabas muerto! ¡Tu corazón se había parado!

Tiembla sobre mí. Le doy un par de palmadas en la espalda mientras intento poner en orden todos mis pensamientos.

—¿Tú crees que existen los dioses?

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Brétema (BL🌈 Completa ☘)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora