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Procuro que Menta se acurruque en mi regazo mientras un largo suspiro sale de entre mis labios. Acaricio el pelaje suave del pequeño buscando brindarle algo de tranquilidad. Está asustado, tanto, que no para de temblar entre mis brazos.
Siento que mi pecho se contrae, provocándome un dolor que me obliga a arrodillarme. Si algo le pasa a mi hermano, jamás podré perdonármelo. Adán está atrapado en este maldito pueblo por mi culpa; por mi ridículo complejo de héroe.
Estoy tan harto. A pesar de que he intentado escapar de la realidad, esta se ha encargado de venir a golpearme. Ha pasado demasiado en poco tiempo y creo que ya no soy capaz de seguir el ritmo.
Acomodo a Menta en el montón de mantas y tomo a la salamandra para situarla a su lado. Toco con delicadeza las cabezas de ambos en un gesto cariñoso y me muevo hasta la habitación en la que está el padre de Gabriel. He de revisar su estado.
—¿Qué vamos a hacer? —pregunta la madre de Gabriel—. Estos niños, siempre causando problemas.
—Con este tiempo no creo que los hayan capturado. Seguramente han llegado a salvo hasta su destino —medita Gabriel. Ha dejado su forma de gato y está acomodando su ropa—. Lo que no comprendo es por qué han tenido la imperiosa necesidad de ir al pazo abandonado.
Compruebo el estado del enorme lobo. Cambio los vendajes por unos nuevos y acomodo las tablillas para que sus huesos se mantengan en el sitio y suelden bien. Voy hasta la cocina y uso el cubo de madera que hay para verter un poco de agua fresca en un cuenco. Con mucha paciencia, procuro que el lobo beba al menos un mínimo de líquido. No entiendo por qué no ha recuperado la consciencia.
Sé que Gabriel y su madre están hablando mientras caminan a mi alrededor, pero, sinceramente, no me entero de nada. Mi mente vaga entre la culpabilidad y la preocupación. En un punto, el agotamiento se apodera de mi cuerpo.
No quiero ir al pazo Arcanova. Entre esas paredes se encuentra un recuerdo que no me pertenece ni deseo conocer. Lo que hizo mi antepasado marcó las vidas de esta gente hasta el punto de odiar ese mero apellido.
¿Qué es lo que ha sucedido para que Adán de pronto quiera ir a ese lugar? Ni siquiera ha dejado una nota explicando cuál es la situación.
Respiro con agitación. Para ser justo, yo tampoco le revelé lo que había sucedido con Brétema la primera vez que vine a Orballo.
—Caitán —runrunea Gabriel a mi lado. En algún punto, me he quedado parado en medio de la cocina con un cuenco en una mano y un montón de vendas sucias en la otra. Su voz es suave cuando se dirige a mí—. Dame eso.
Me quita las cosas de las manos y las pone sobre una desgastada mesa de madera. A mis pies han crecido zarzas, por lo que atrapa mi mano y me lleva hasta su pecho para apartarme de ellas.
—Voy a ir al pazo.
Sus ojos canela se entrecierran antes de hablar.
—¿Sabes? Creo que necesitas descansar. Necesitamos descansar. —Sostiene mis manos y juguetea con los dedos—. Hemos pasado muchos días entre la vida y la muerte. Estarán bien. Pero si tan preocupado estás puedo...
—Iré yo —indica la madre de Gabriel. Este enrojece al percatarse de que lo ha pillado sosteniendo mis manos—. De todos modos, Colmillo precisa unos cuidados que yo no puedo ofrecerle.
—Lo siento —acierto a decir con un temblor en la voz.
Ella sonríe con amabilidad, en ese gesto es muy parecida a su hijo. Se recoge el cabello cano en una trenza; tras eso, rebusca por la casa hasta que encuentra un par de dagas de piedra pulida. Son muy llamativas, con un color que mezcla el azul noche con el púrpura. Guarda una en cada bota, metidas en el forro interior. Toma una piel tratada que tiene aspecto de abrigar bastante, se la coloca por encima de los hombros y cubre su cabeza.
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Brétema (BL🌈 Completa ☘)
Romance༺~ [❁] ~༻ La oscuridad acecha en el bosque. ¿Podrá Caitán deshacer la maldición sin perder su corazón por el camino? ¿Y qué pasa con Gabriel, el misterioso hombre de ojos canela? Caitán trabaja como veterinario en un pequeño pueblo, todo en su vida...