Capítulo 4. Naturalidad.

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Fue difícil oír los detalles de lo sucedido por parte de mi madre y el doctor, al persistir la idea en mi cabeza de que todavía era un viernes 12 de septiembre del 2017, a pesar de que el calendario del celular marca un 8 de febrero del 2018. También lo es escuchar que el otro conductor, aquel que me golpeo, llevaba en la sangre alcohol al momento del accidente y ahora está en la cárcel.

—... es normal que te sientas desorientado Valentín, y parezca poco creíble lo que te estamos contados.

Trata de apaciguar la realidad el doctor, un hombre de unos cincuenta años y al que al parecer nunca le han cuestionado sus palabras, por lo que yo no lo hago, pese a que una parte de mí quiere gritar que nada es normal.

— ¿Cuánto tiempo deberá estar aquí?

Pregunta mi madre dejando de jugar con mi mano entre las suyas, al tiempo que contempla al hombre.

— Lo tendremos en observación dos días más... —responde al tiempo que concentra sus ojos en mí— por cierto, la enfermera que te encontró esta mañana me comento que...

— No es nada.

Me precipito solo por la presencia de mi madre, pero él parece no entenderlo.

— Que vieras a alguien que no estaba en la habitación, no deja de ser relevante. Las alucinaciones visuales pueden ser debido a algún daño o secuela del accidente, para esto te realizaremos unos exámenes.

Cuando siento que ella me mira totalmente confundida y preocupada, maldigo al viejo y a la poca suspicacia que tienen los doctores de hablar de ciertos temas, ¿no puede venir y decirle a alguien con un poco de empatía que está presentando alucinaciones, el que la está teniendo? No estamos hablando del maldito clima.

— No creo que sea necesario hacer exámenes, a lo mejor aún estaba dormido o la anestesia...

— Hágalo, doctor.

— No, no lo hará —interrumpo— Mamá... creo que soy lo suficiente mayor como para decidir lo que quiero y no quiero hacer.

— No, el psiquiatra...

— Eso fue hace años, mamá.

— Eso es lo que crees tú, pero para mí, aún se siente como si fuera el día de ayer.

— Bueno, Pamela, ese es tu problema por no querer superar las cosas y querer adherirte a los malos momentos, culpándote cuando claramente no tienes ni la más mínima idea de lo que me pasa a mí y eso resulta irónico.

Detente.

Me quedo callado cuando la voz de Eluney se ha escuchado muy clara en mi cabeza, como un pensamiento, solo que no lo es, porque yo no lo he formulado y de forma automática miro hacia la ventana para encontrarla allí con las manos ocultas detrás de su espalda.

Creo que deberías disculparte.

Habla otra vez, pero no veo que mueva su boca, por lo que supongo que me lo ha dicho por alguna comunicación telepática muy de película y extraño. Veo como sus ojos se desvían hasta mi madre y yo la sigo encontrando a la mujer que me ha traído al mundo destrozada por mis palabras.

Maldita sea.

— Yo...

— Los dejaré un momento a solas —comenta el doctor justo en un mal momento y luciendo muy incómodo.

— Gracias.

Digo conteniendo mis deseos de gritarle.

Él no tiene la culpa de que aún desconozcas el término autocontrol —dice Eluney viendo de reojo como el doctor abandona la sala, para percatarse que estoy por replicar, a lo que agrega— no te dirijas a mí si lo que quieres es preocupar a tu madre más de lo que ya lo está.

Siempre...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora