Capítulo 8. Volver.

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Salimos todos del ascensor y caminamos hasta mi puerta. Eluney se mantiene a mi lado y eso me tranquiliza un poco, con ella ahí siento que puedo poner mi mejor sonrisa y mentir, pretender que no me incomoda tener a personas invadiendo mi hogar. Los quiero, son mi familia, pero no deja de sentirse extraño ver a todos ahí sosteniendo globos y confite que arrojan cuando abro la puerta.

Mamá, papá y Mariana son los primeros en correr a abrazarme, luego les sigue Diana, quien tiene un pequeño pastel entre sus manos y grita:

— ¡Bienvenido, Valentín!

Entre los invitados logro ver a los padres de Gabi y otros tíos, los que me dan un abrazo o optan por un apretón en mi hombro. Señor Miau, está allí, más que sano y salvo con unos kilos más, pero aun igual de hermoso que la última vez que lo vi, lo acaricio y beso. Después, más abrazos y felicitaciones se suman, y me hace cuestionarme los hechos, la inseguridad vibrando en mi mente y corazón, ¿Habrán venido por qué mamá los obligo? ¿Qué tan contentos están de verme? ¿Pensarán que el accidente es solo otro intento de llamar la atención?...

— Detente. No lo hagas.

Mi mente se silencia y me giro a ver a Eluney, quien se mantiene a mi lado.

— Solo disfruta del momento. El tiempo no se detendrá y será piadoso con aquel que vive cuestionando todo.

Dice contemplando a todos reunidos en la sala de estar riendo y hablando entre ellos para luego desviar sus ojos de color ámbar hacia mí. Y yo no puedo evitar pensar... va más allá de cuestionarse todo, va mucho más allá de considerar a los demás honestos o sínicos, es parte de mi mala naturaleza, pero sé que sus intenciones no son justificar a los demás, sino que alentarme a disfrutar del momento al existir la posibilidad de que está sea la última oportunidad de compartir con todos ellos.

Y tiene razón, algo en mi corazón me lo dice. Me concentro en ella. Ahí a mi lado, parece que somos iguales.

Estoy por comentar algo al azar, pero un trozo de pastel cae frente a mi rostro. Asustado y quitando parte de la comida contemplo a quien nos ha interrumpido.

Diana.

Parece divertirse por mi reacción, la única entre los invitados que han presenciado su mal gesto. Me limpio parte de la crema y me percato de las manchas de manjar que ahora tengo sobre la camiseta.

— ¿Hay algún modo en que no pueda ser capaz de odiarte? —dice con una sonrisa que no quiero corresponder.

Además ¿A qué viene esa pregunta? Hasta ahora he sido lo más prudente que he podido en lo que respecta a esta reunión familiar. Pero apenas se ríe sé que es una forma de burlarse y que tal vez las cervezas que ha bebido han comenzado a surtir efecto.

— No, no la hay.

Respondo ahora sonriéndole y evitando iniciar una discusión.

— Sí, la hay Diana. El tarado ya quiere subirse a una motocicleta.

Expone Leo, sentado en el sofá, junto a Mariana comiendo pastel.

— ¿Qué? —por cómo ha sonado su voz, sé que no esperaba eso. Dos tonos más arriba de lo normal, es una señal de la cual me debo preocupar.

— Oye, puedo explicarlo. Me gusta sentir la adrenalina.

Me vuelve a lanzar un poco de pastel a la camiseta que traigo puesta. Estoy comenzando a considerar no estar nunca más cerca de ella, cuando tenga algo entre las manos.

— Sentir adrenalina ni que nada. Yo te voy a dar la oportunidad de sentirla sin necesidad de tener algo entre las piernas.

— Lo último, la verdad es que tiene una connotación... —su expresión me detiene de bromear, No quiero discutir y mirar a Eluney, me recuerda que el tiempo es oro y no puedo desperdiciarlo en peleas innecesarias— olvídalo. Creo que es momento de que te detengas con las cervezas y vayas a tomar asiento con Mariana y Leo. Yo voy a cambiarme la camiseta.

Siempre...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora