Capítulo 22. Una estrella.

6 3 0
                                    

La tarde en casa de la abuela fue una de las mejores y cuando llego el momento de las despedidas no quise exagerar las cosas ni mucho menos preocuparlos o asustarlos, por lo que lo hice con naturalidad; un beso en la frente en el caso de la abuela y mamá. En la mejilla para Diana, Mariana y Gabriela. Abrazos para Pablo y Leonardo. Por lo que cuando estoy a fuera del auto, lejos de la casa de la abuela, en la acera, justo en la calle donde vivo y ellos están en el coche, solo me despido con una gran sonrisa y la mano alzada al tiempo que retoman el recorrido a casa.

Eluney ha guardado silencio en todo este momento y se ha quedado detrás de mí. No me extraño cuando al girarme a verla, ella ya lo esté haciendo. Sin intercambiar palabras solo caminamos hasta el estacionamiento del departamento donde está la motocicleta aparcada. Una vez ahí, de la mochila saco la documentación y las llaves, estas últimas las acaricio por unos segundos antes de ocuparlas para encenderla. Sonrió al oír el motor y más cuando la acelero.

Las personas con las que he intercambiado llamada y mensajes no tardan en llegar. Me presento y comienzo a explicarles cosas de la motocicleta, las razones por las cuales se la estoy dando para que organicen la venta y generen la recaudación. Elijan y Melisa, asienten, luego me presentan certificados de la organización que leo mientras ellos examinan la moto.

— Yo no sería capaz de hacer lo que estás haciendo —comenta Elijan, mientras se coloca detrás de ella consiguiendo que lo mire— es una belleza.

— Es el amor de mi vida —digo consiguiendo que tanto él y Melisa se diviertan— pero me voy de viaje y no podré llevarla conmigo —me excusó consiguiendo que Eluney sea la que ahora sonría por la forma que oculto nuestro secreto— así que pensé en las opciones y di con ustedes.

— Y queremos darte las gracias por confiar en nosotros. También quiero asegurarte de que el dinero que se recaude irá directamente a las organizaciones que has mencionado, tanto la que se concentra en la lucha contra el cáncer como a las personas que están en situación de calle.

Asegura Melisa, una mujer de cabello ondulado y ojos marrones que me entrega un último documento en el que debe ir mi firma. Asiento al momento que tomo el papel y leo su contenido para finalmente firmar.

— Ha sido un gusto Valentín. Muchas gracias —dice Elijan, estrechando mi mano como signo de despedida que es imitado por su compañera.

— Asegúrense de que quede en buenas manos, por favor.

Les pido una vez que el acuerdo se ha cerrado y la moto está sobre un camión sujetada por ligas. Ellos asienten y se despiden iniciando su viaje, mientras que solo los veo marcharse con un par de documentos al respecto en la mano.

— ¿Estás bien? —pregunta Eluney cuando estamos solos.

Niego con un movimiento de cabeza.

Había sido mi compañera de viajes, la que consiguió que mi corazón se reviviera cuando me sentía tan triste. Ahorre para comprarla porque la vi en la calle y me enamore del modelo. Es increíble que algo material y sin vida se haya vuelto en algo tan especial.

— ¿Vamos a caminar?

Sonrió ante su sugerencia y asiento. El sol aún no se oculta, el atardecer está en todo su esplendor y hace que las calles me parezcan mágicas, que las personas a mi alrededor luzcan más relajadas ante la idea de volver a casa. Caminamos sin una dirección, pero conociendo el de regreso, ese que tomamos cuando la noche comienza a ser protagonista y las luces de los postes iluminan las calles.

Entonces recuerdo que no he cumplido uno de sus deseos y decido que ya es suficiente de estar triste. Observo el cielo muy atento, buscando algo pequeño y brillante, con dificultad ante la contaminación lumínica tan propia de la ciudad, siendo ajeno a lo que sucede alrededor y alegrándome cuando consigo dar con una estrella.

Siempre...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora