𝐈𝐕

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𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐀𝐍𝐃𝐒

El anillo de compromiso relucía en la mano de Memo cada vez que la luna lo iluminaba. El oro rosado con incrustaciones de diamantes parecía arrogarse su propia belleza.

Memo examinaba el anillo con atención, como si las respuestas a sus preguntas estuvieran grabadas en él, o esperando ser descifradas como un enigma oculto en el destello de los diamantes, al estilo de una escena de Indiana Jones.

Recordaba con precisión el día en que Lionel se lo había entregado. Fue en una cálida noche de mayo, rodeados de familiares y amigos que los felicitaron efusivamente tan pronto como la propuesta fue aceptada. Desde el momento en que se puso ese precioso anillo, se sintió completo.

¡Es tan lindo! ¡Oh Guille déjame organizar tu boda por favor! —suplicó Andrés casi de rodillas, tirando de su manga con entusiasmo.

De repente, un par de besos aterrizaron en su mejilla, rompiendo la burbuja de recuerdos que había estado construyendo durante más de una hora y media. Memo bajó la mirada con un atisbo de temor, temiendo encontrarse con un insecto o una cucaracha, pero al reconocer quién era, se relajó. Los toques recorrieron su oreja y descendieron por su cuello, donde Lionel inhaló con deleite el aroma a nueces garapiñadas que emanaba el omega.

—No sabes cuanto te deseo...

Al final, había ido directamente al trabajo de Lionel, donde lo encontró enfrascado en una animada conversación con Saúl Álvarez, su amigo de toda la vida. No había ido por su traje ni a la casa de Hirving; su único propósito era ver a su novio, buscar en sus ojos la verdad que tanto ansiaba, convencerse de que lo que había ocurrido esa tarde era simplemente producto de su fatiga o, peor aún, una pesadilla que pronto desaparecería.

—¿Estás bien? —la mano de Leo se posó con delicadeza en su hombro.

—Leo... —susurró Memo, sus palabras cargadas de temor apenas audibles—. ¿Me amas?

La respuesta de Leo inicialmente fue jovial, una sonrisa juguetona en sus labios, pero al ver la seriedad en el rostro de su omega, su expresión cambió abruptamente.

—¿Dudando de mi amor? —sus ojos oscuros se nublaron con preocupación mientras acariciaba la mejilla de Memo—. Por supuesto que te amo, Memo. Con cada fibra de mi ser.

—Perdóname —murmuró Memo, tratando de mantener la calma, aunque dentro de él un grito silencioso clamaba por ser liberado —Son solo mis nervios.

—¿Solo nervios? —la mirada penetrante de Messi le hizo estremecerse—. De acuerdo, mi amor. Permíteme calmar tus nervios, querido.

El corazón de Memo dio un vuelco cuando el alfa plantó un cálido beso en su frente, sus ojos brillando con una necesidad palpable.

Comenzando con delicadeza, Lionel besó cada uno de los cinco dedos pintados de canela, arrancando un grito de sorpresa del rizado. Su lengua trazó círculos alrededor del tobillo antes de ascender lentamente, dejando besos suaves en la piel de su rodilla. El aroma embriagador del calor de Memo llenaba sus sentidos mientras continuaba besando y lamiendo su camino hacia los muslos firmes y tonificados.

—¿Estás seguro de que me amas? —susurró Memo, su voz apenas audible entre el torbellino de sensaciones.

La habitación estaba envuelta en un silencio cargado de anticipación mientras Lionel se sonrojaba y desviaba la mirada hacia la prominente erección entre los muslos de Memo. Sin decir una palabra, lo besó apasionadamente antes de deslizarse hacia arriba, siguiendo la columna de su cuello con suaves succiones y lamidas que dejaban un rastro de calor y deseo a su paso.

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