𝐗𝐈

714 126 113
                                    

𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐀𝐍𝐃𝐒

Eran las siete con quince minutos de la mañana cuando se levantó de la cama, con el corazón retumbando en su pecho como un tambor desbocado.

Sus sueños habían sido extraños, grotescos y horrorosamente vívidos, imágenes que parecían estar impresas en su mente con un hierro candente. Sentía que en cualquier momento su cuerpo podría sucumbir a un ataque de nervios, una sensación de inminente colapso que lo dejaba al borde del pánico. La sed era descomunal; su boca y garganta eran desiertos áridos, y cada trago de aire parecía rasgarle el esófago, amplificando el dolor que irradiaba desde cada rincón de su cuerpo.

Intentó contactar al omega que había estado visitándolo la última semana, el mismo que había dormido a su lado, que había compartido su espacio más íntimo. Pero demasiado tarde cayó en la cuenta de que jamás habían intercambiado números telefónicos. Una desesperación helada lo recorrió, y en su mente solo quedó una opción: llamar al responsable de todo esto en primer lugar.

—¿Aló? —escuchó la voz somnolienta del otro lado de la línea, arrastrando las palabras como si emergieran del sueño encantado.

—Rodrigo, dime qué me hiciste —demandó, su voz cargada de una urgencia que rozaba la histeria.

El muchacho al otro lado parpadeó, tratando de sacudirse el sueño, antes de enderezarse en la cama, comenzando a darse cuenta de lo que estaba sucediendo.

—¿Guille? ¿Qué decís? —inquirió mientras se tallaba un ojo, su voz un poco más alerta.

—En la fiesta del domingo pasado —dijo Guille, trabándose con sus propias palabras, cada sílaba se atorara en su garganta—. ¡Dime qué carajos me hiciste!

—¡Ey, ey! Calmate un poquito primero, ¿no? —Rodrigo apartó las cobijas, ahora completamente despierto, tratando de aclarar su mente fuera de la comodidad de la cama—. Decime bien qué tenés.

—¡No lo sé! ¿Por qué creés que te estoy llamando, eh? —gritó Guille, el pánico abriéndose paso en su voz, como un animal atrapado en un rincón sin salida.

Ochoa daba vueltas por toda su habitación, una mano apretando su cabeza como si al hacer presión pudiera exprimir la ansiedad que le recorría el cuerpo.

—Guille, necesito que me expliques bien qué está pasando o, de otro modo, no te puedo ayudar.

—No he tenido ni una noche de paz desde entonces, de Paul. Ya dime qué mierda pasó. ¡¿Qué me hiciste?! —volvió a exigir, con la desesperación tintineando en su voz.

Rodrigo, al otro lado de la línea, seguía sin terminar de entender qué demonios le reclamaba el omega. Era demasiado temprano, y la poca cafeína en su sistema apenas le permitía mantener los ojos abiertos, mucho menos pensar con claridad. Intentó hacer memoria.

—Rodrigo.

—Nada. No te voy a decir porque estás de mal humor, boludo.

Oyó el sonido de algo siendo golpeado con fuerza.

—¡Maldita sea! No estoy para pendejadas, cabrón. ¡Dímelo de una puta vez!

—¡Nada, nada! Solo te abrí la mente, ¿ya?

La mente de Guillermo se quedó en blanco por un instante.

—¿Tu... qué?

—Agh —emitió Rodrigo, como si estuviera irritado por tener que explicarlo—. Sabes que siempre he dicho que vos deberías ser más tolerante con ciertos temas...

—Al grano —dijo Guille, cortante.

—Cuando te desperté, tu mente quedó abierta a todo lo que un ojo humano común no puede ver.

━━ ❝ 𝐂𝐎𝐋𝐃  𝐇𝐀𝐍𝐃𝐒 ❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora