𝐕𝐈𝐈𝐈

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𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐀𝐍𝐃𝐒

Cuando Cristiano abrió los ojos, el sol ya declinaba en la tarde del sábado. Al principio, una bruma de desorientación lo envolvió, sin reconocer la cama en la que reposaba ni la habitación que lo rodeaba. Las paredes, pintadas en un apacible tono crema, los muebles de castaño y los detalles en un intenso fucsia, contrastaban abruptamente con el frío y oscuro rincón donde solía descansar.

Un par de movimientos a su lado hicieron girar la cabeza de Cristiano hacia Guillermo, quien dormía plácidamente, sin preocupación alguna. Adoptaba una posición extraña, con el brazo izquierdo bajo la cabeza y la pierna derecha enroscada entre las sábanas y una almohada.

Guillermo tenía una expresión pacífica y casi angelical. Sus rizos caían con gracia sobre su hermoso rostro tostado por el sol, revelando pequeñas pecas esparcidas en su piel morena, la cual se iluminaba con los rayos de luz que se filtraban en la habitación.

A pesar de un ligero hilo de saliva que se deslizaba de sus labios rosados, Cristiano lo encontró adorable.

En ese momento, Ronaldo comprendió por qué Lionel lo había cambiado por Guillermo.

Era la personificación del omega clásico: hermoso como una muñeca, delicado como la porcelana, con un sentido del humor alegre y ocasionalmente ingenioso, lleno de puros sentimientos. Su actitud pasiva y su personalidad amistosa lo convertían en un ser encantador.

<<Supongo que si yo también fuera un alfa, Memo sería el amor de mi vida...>>, pensó.

Francisco se revolvió en la cama al darse cuenta de que la calidez que había disfrutado durante nueve hermosas horas de sueño ya no estaba a su lado. Parpadeó antes de abrir los ojos por completo y enfocar a Cristiano a su lado.

—Hey —susurró con voz ronca.

—Hola —respondió Cristiano.

—Te quedaste a dormir —el rizado se sentó lentamente, notando que el omega frente a él llevaba puesto uno de sus conjuntos de pijama de color azul pastel. Además, la habitación estaba mucho más desordenada de lo que recordaba; algunas almohadas y ropa estaban esparcidas por el suelo, junto con botanas.

—Sí.

Guardaron un silencio sepulcral durante unos instantes mientras el mayor luchaba por recordar cómo había acabado durmiendo junto al esposo de su novio. Pero no encontró nada, como si el día anterior se hubiera desvanecido de su mente casi por completo.

—¿Tienes hambre? —se aventuró a preguntar después de unos segundos.

—No.

—¿Y tú bebé?

El portugués se acarició el vientre casi al instante de escuchar eso. Había ocasiones en las que se despertaba y olvidaba que dentro de él se estaba gestando una vida, ya que esa pequeña criatura no parecía disfrutar mucho de moverse.

—Supongo que sí.

Guillermo sonrió. La ternura que le inspiraba su amigo embarazado era innegable.

—Nunca te pregunté, ¿cuánto tienes?

—Cuatro meses —se encogió ligeramente, como si temiera una mala reacción de parte de Ochoa, pero este solo acercó su mano tímidamente.

—¿P-puedo? —indagó nervioso. Ronaldo asintió.

La cálida palma de su mano acarició su vientre. Su piel era tersa, fría, pero a la vez cálida. Pronto sintió ganas de llorar.

—¿Damos un paseo?

El cielo estaba cubierto de nubes en ese día de octubre, y las pocas hojas que aún quedaban en los árboles del parque caían poco a poco, formando montones a los pies de los transeúntes, donde los niños jugaban y se reían.

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