𝐕𝐈𝐈

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𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐀𝐍𝐃𝐒

—¿Cómo estas?

Saúl se dejó caer con un estrépito en el sillón de su casa, su mirada vacía se perdía en el retorcido diseño del techo.

—Y vos, ¿cómo estás? —Lionel se descalzó, luchando por mantener el teléfono en su lugar.

—Bien, todo tranquilo. La señora Louis perdió a su compañero canino, pero ya lo hemos encontrado. También tuvimos un pequeño incidente con el agua en la esquina de la casa abandonada y...

—¿Y Guillermo? —Lionel lo interrumpió con un tono urgente. Álvarez frunció el ceño, reconociendo la señal de que Leo estaba bajo presión.

Saúl reflexionó por un momento. Podía contarle sobre el encuentro con Guillermo comprando víveres para una familia latina, o simplemente guardar silencio.

—Está bien, ¿por qué lo preguntas? —respondió finalmente.

—Hoy empieza su ciclo, y no sé si tiene supresores. No le gusta tenerlo si no estoy presente, y este viaje fue una sorpresa.

—No te preocupes, más tarde lo llamaré y averiguaré —dijo Saúl, intentando tranquilizarlo.

—¿Estás seguro? —La voz de Lionel temblaba.

—¿Leo? ¿Qué sucede? —preguntó Saúl, preocupado.

—No lo sé, tengo un presentimiento oscuro. Anoche no me llamó. ¿Y si está con otra persona?

El instinto agudo de Saúl se activó al instante, repasando mentalmente su encuentro en la tienda. Guillermo lucía inquieto, aunque ningún rastro de un aroma peculiar se detectaba.

—Tranquilo, Leo. Probablemente esté ocupado con los preparativos de la boda y eso. Iré a verlo para asegurarnos de que todo esté bien.

El argentino asintió al otro lado de la línea, mordiéndose ansiosamente la uña.

—Sí, gracias...

—No te preocupes. No permitiré que le pase nada. No a él.

Y la fiesta no parecía tener un límite; Memo aún seguía con el micrófono entre las manos, creyéndose el Elvis Presley de su época y siendo apoyado únicamente por su gato. Por otro lado estaba Cris, que reía ocasionalmente por los comentarios tontos del omega de rizos.

Iniciaron con estilos encendidos, Gangnam Style sonó a todo volumen por las bocinas y ambos comenzaron a desfilar vistiendo las combinaciones de ropa más bizarras jamás creadas. Desfilaron por todo el apartamento al son de la música con calcetines y chancletas, o rayas y cuadros.

Para Francisco, la risa de Cristiano (a quien ya consideraba su amigo) era música para sus oídos, agraciada y suave, casi como miel sobre hojuelas. Le recordó a Lionel, como si ambos compartieran la misma esencia que lo hacían sentir querido y protegido.

Luego la música bajo un poco y al fondo se escuchaba la melodía de Nunca es Suficiente, ordenaron pizza y todo lo que se les antojara para terminar en una lucha de comida entre ellos. Es entonces que el dueño de la casa abrió su reserva privada y comenzó a beber como si de agua se tratase.

Ambos estaban felices por la compañía mutua, Ronaldo no recordaba cuando había sido la última vez que se divirtió así con alguien. Y Ochoa... bueno, el apenas y podía mantenerse de pie debido a su estado de embriaguez.

Pero no todo lo bueno dura para siempre, así que llego el momento en que todo se fue alivianado. De ahí que Cry llego a sus oídos, atrapándolo con ese sonido tan suave que caracterizaba al grupo, se sentía en calma, casi como si flotara sobre el agua con absolutamente nada a su alrededor. Las horas pasaron, la música ya no sonaba con tanta intensidad, finalmente el personal de seguridad del edificio terminó por ir a tocarles la puerta para pedirles que se aplacaran a las reglas del edificio.

Guille le dio un gran trago a su botella de tequila y se la ofreció a Ronaldo, quien negó.

—No no Francisco, sabes que no puedo.

—No seas aburrido —se quejó Memo—. Toma un trago, lindo.

Horas más tarde, se quedaría pensando en porque lo llamó con ese apodo que solo usaba con Leo.

—No —dijo Cris, apartando la botella—. Ya es tarde. Es hora de dormir.

Cansado ya de todo ayudo a Ochoa a pararse de la mesa en las que estaba a punto de quedarse dormido. Ya de camino a su habitación, se encontró con la mala suerte de cargar al omega borracho a más no poder, ya que este se empezó a mover inquieto y a demandar que lo dejase.

—Te dije que estoy bien.

—Te dejare cuando lleguemos a tu cuarto. Estas tan borracho que ni siquiera puedes caminar bien.

—¿De qué hablas? —musitó Ochoa, arrastrando sus propias palabras —. No estoy borracho.

—Claro —respondió Ronaldo, retándolo con la mirada—. Y yo soy la reina de Inglaterra.

—Querrás decir rey —corrigió Ochoa, con mejor acento que cuando estaba sobrio.

—Eres un idiota —sonrió Ronaldo.

Unos pocos segundos después de eso llegaron a su habitación. El castaño se subió a su cama con algo de esfuerzo y Ronaldo lo ayudó a taparse con las sábanas, luego apago la luz, pero antes de que pudiera irse un firme agarre lo detuvo. Guillermo lo atrajo hacia el y observó como la muñeca de donde lo había sujetado estaba levemente marcada. Hizo una mueca.

—No te vayas...— Aveiro levantó una ceja —¿Te das cuenta de la hora? —dijo, con inquietud al notar lo avanzado de la noche—. Es un riesgo salir ahora.

El contrario lo miró indeciso, estaba claro que era un suicidio salir a esa hora aunque fuera un vecindario tranquilo, y Guille aún se veía bastante perdido, cualquiera que los haya escuchado sabría de su estado y aprovecharía para hacerle daño. Cambio su expresión por una de tranquilidad.

—Bueno...

Tardó un rato en acercarse, antes le preguntó algo que no escucho bien y solo dijo que si. Con pasos tranquilos se sentó en la cama sin hacer presión ni por medio segundo. Ochoa no se movía ni medio centímetro, se recostó y ambos se dieron la espalda.

Había pasado alrededor de hora y media cuando el mexicano se despertó exaltado, otra vez la misma pesadilla de siempre. Aún no podía encontrarle explicación a esos fragmentos azulados que se proyectaban como sueños y recuerdos, donde una nube lo privaba de su libertad y castidad. Miro la luna en el cielo a través de su ventana sin ninguna emoción, envidiándola de cierta forma. Podía oír el placido sonido de la nada a su alrededor.

Sin quitar su pose de costado, observo hacia la luz que se colaba por su ventanal. Cerró los ojos e intentó dormirse nuevamente, más el dolor en el pecho no se lo permitió. Suspiró y apretó los ojos con fiereza.

—¿Estas despierto? —susurro.

Nada, ni un ruido o un pequeño movimiento, de no ser porque podía sentir la presencia a su lado, Ochoa hubiera jurado que el pelinegro estaba muerto.

—Entiendo...

Nuevamente el silencio reino en la habitación. El omega de cabellos rizados suspiró vencido.

—Sí —dijo la voz de Cristiano, apenas audible—. Guille...

Un revuelo en el estómago se hizo cuando lo oyó llamarlo así. Emitió un ruido de "¿uhm?" contestando a su llamado.

—¿Nos seguimos viendo para hablar de Lionel o... queremos vernos?

La pregunta ocasionó que el sueño se le fuera. Desde el día anterior no habían mencionado el nombre de Leo ni abordaron los problemas en la relación.

Sin embargo, Ochoa no tenía la respuesta, o más bien sí la tenía, pero le aterraba admitirla. Su mente le decía que le era indiferente, pero su corazón latente susurraba lo contrario.

—Sí... —susurró para sí mismo.

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