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𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐀𝐍𝐃𝐒

—¿Y bien?

Ronaldo estaba de pie al otro lado del umbral, con los brazos cruzados y golpeando impacientemente el suelo con el pie.

—Oh, hola —el rizado sonrió, justo a quien había estado esperando ver.

—¿Solo un hola? —Ronaldo se apresuró a seguir a Francisco cuando éste regresó al apartamento con la cabeza en alto—. Necesito una respuesta ya, Ochoa. Te he dado mucho tiempo para pensarlo.

Ignorando por completo las súplicas del otro omega, Memo se sirvió un vaso de agua con altanería. Era parte de su estrategia: primero demostraría su superioridad moral y luego lo aplastaría como a una cucaracha en una casa latina.

—Escucha, sé que puede ser difícil, pero no puedes seguir con Leo... —comenzó Ronaldo, jugueteando ansiosamente con sus uñas decoradas. Memo las observó: eran cortas, cuadradas, pintadas con un bonito rosa metálico, excepto la del dedo índice, que era plateada.

¡Claro! Tenía que hacerse las uñas antes de la boda. Serían de un hermoso color blanco con detalles plateados o dorados. Bajó la mirada para observar las suyas propias, y comenzó a imaginar los hermosos diseños que podría lucir en su día especial.

—Ochoa.

Escuchó la voz distante.

—¡Guillermo! —el chasquido de dedos de Cristiano resonó en sus oídos hasta llegar a su cerebro, aturdiéndolo.

—¡Ay, espera! —gritó mientras se cubría los oídos.

—¡No me estás escuchando! ¿Tienes idea del daño que nos causarás si te casas con Messi? —Memo se encogió de hombros levemente—. Bien. Si mi bebé crece sin una figura paterna presente, será tu culpa.

—Oye, oye, no —negó rápidamente con las manos al frente. No permitiría que le echaran la culpa de una familia disfuncional—. A mí no me vas a venir a chantajear con eso. Y en primer lugar, ¿cómo sé que lo que estás esperando es de Leo, eh? ¿Siquiera es real?

La cara de Ronaldo se enrojeció de ira. Podían insultarlo a él, a Leo, a su familia, a su patria y a su Dios, pero jamás a su criatura. ¿Quién se creía ese omega para, en primer lugar, meterse con su esposo y luego atacar a su bebé? Esto no se iba a quedar así.

—Eres un idiota. No me extrañaría que Lionel se estuviera casando contigo solo por lástima —comentó arrogante, viéndose las uñas.

Ahora fue el rostro del mexicano el que se puso rojo de coraje. Infló las mejillas y se acomodó la ropa, listo para contraatacar. Al diablo el plan.

—Sí, pues... no puedo tomar en serio a nadie que hable macaco.

—¡Portugués!

—¡Es lo mismo! —Ochoa rio levemente.

—¿Ah, si? Pues yo no puedo hablar con un pobre tercermundista roba trabajos — la sonrisa se le borró dé la cara al instante —. ¿Te lastimaste mucho cuando saltaste el muro?

—¡Yo no me he saltado nada! —se defendió, no toleraría que lo llamaran ilegal—. ¡Aquí el que seguro se saltó algo fuiste tú! Las clases de cómo usar bien un condón o lo que sea que les enseñan a los pacientes mentales.

—Oh sí, como es, has de saberlo tú muy bien, mojigato —Ochoa abrió los ojos ante el apodo—. ¡Eso debieron habértelo enseñado bien en la escuela de roba-alfas!

—¿Sabes qué? ¡No es mi culpa que estés enamorado de mí o algo así! —la expresión de sorpresa no tardó en hacerse presente en el rostro del portugués.

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