Saúl Álvarez no era una mala persona. Solo había tenido mala suerte.
En cuanto Guillermo salió corriendo del apartamento se sintió nuevamente solo, como en aquella tarde de septiembre cuando se dio cuenta de que había matado al omega que amaba.
Lo vio deshacerse en sus brazos, cuando la vida se le fue entre gemidos de dolor, hasta que no pudo gritar más.
Encendió un cigarrillo y sentó en una de las sillas del comedor frente a la gran ventana del lugar. Internamente extrañaba esos días con Messi cuando no había ningún omega de por medio, y solo eran ellos dos.
Un aura gélida se planteó a sus espaldas, no oía ni olía nada. Estaba claro quien era.
—Te estaba esperando— dijo sin voltear la mirada, no le era necesario —¿Vienes a matarme?
La reserva de ruido siguiente le dio a entender que no era así.
—Entiendo...— se llevó el cigarro a la boca y aspiro —¿Quieres que hablemos?
La presencia se acercó hasta llegar a su campo visual. Estaba tal como lo había visto por última vez.
Guillermo se detuvo finalmente avanzados ya unos kilómetros. Miro a todos los lados posibles con notable paranoia, escuchando a su propio corazón retumbar en sus oídos, sintiéndose tan desesperado que de pronto volvió a correr.
Cuando menos lo noto estaba parado frente a la casa de Lionel Andrés. Era una casa estilo clásico americano de un solo piso, muchos de sus mejores momentos los había vivido ahí adentro, entre las cálidas paredes blancas y su novio. Podía ver las patrullas afuera y a los forenses entrar y salir con cajas llenas de sus pertenencias.
Se acercó lentamente haciendo un esfuerzo sobrehumano para no morir ahí mismo. El dolor en las pantorrillas lo estaba matando al igual que la propia impresión.
—Hey...— musitó apenas audible conforme se aproximaba —Hey.
Cruzó débilmente la cinta amarilla que rodeaba la casa y enfrentó a uno de los forenses que iban saliendo.
—No no, give me that (No no, dame eso)— intentó arrebatarle una bolsa que contenía un álbum de mundial, sabía que Leo apreciaba más esas cosas que su propia vida.
