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𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐀𝐍𝐃𝐒

En las vibrantes calles de Los Ángeles, la noche cobraba vida con una sinfonía de sonidos: el constante zumbido de los vehículos, las conversaciones animadas de los transeúntes. Para Guillermo, cada ruido era un eco de su vida en México, un país del que apenas guardaba recuerdos borrosos de sus primeros años. Aunque nacido allí, su infancia se deslizó en California, donde cada día era una nueva aventura.

Su hogar era un modesto apartamento en un vecindario de apenas cinco manzanas, donde todos se conocían y el rumor fluía más rápido que el viento. El día en que anunció su compromiso con Lionel Messi, la noticia se extendió como un reguero de pólvora, y antes de que pudieran asimilarlo, ya les habían organizado una fiesta para celebrar su compromiso.

La brisa nocturna susurraba entre los árboles, llevando consigo el aroma a tierra mojada y el murmullo de la vida suburbana. Andrés, con el corazón palpitando de emoción, avistó a lo lejos las figuras de sus amigos acercándose a su casa. Sin dudarlo un instante, se lanzó hacia ellos, rompiendo el silencio de la noche con un grito de alegría.

—¡Hey, hola! —exclamó, sus palabras colmadas de entusiasmo.

Memo se separó del cálido brazo de Lionel para recibir a su amigo con un gesto afectuoso.

—Hola —respondió, con una sonrisa que iluminaba su rostro, aunque el cansancio de los últimos días se reflejaba en sus ojos.

Desde más atrás, Lisandro asomó entre las sombras para unirse al grupo, su voz resonando con un tono jovial.

—¡Oye Leo! —llamó, atrayendo la atención del alfa. Con un gesto de reconocimiento, Lionel se acercó a él, estrechando su mano con fuerza.

—Qué bueno verlos —musitó Ochoa, dejando escapar un suspiro de alivio. —Ya me hacía falta un descanso de todo esto.

Kevin, siempre el más impulsivo del grupo, tomó la iniciativa y condujo a la banda hacia el interior de la casa. A medida que avanzaban, el aroma embriagador del alcohol y las feromonas se intensificaba, envolviéndolos en un aura de excitación.

Entre saludos a un par de personas más, se unieron al grupo. La noche avanzaba y, como si se tratara de un ritual establecido, decidieron acomodarse en círculo en una esquina íntima de la sala. Conversaciones variadas llenaron el aire, desde el inevitable tema de las bodas y los cachorros hasta acalorados debates políticos que surgían intercalados con risas y gestos de desacuerdo. Sin embargo, entre la amalgama de temas comunes, surgió uno que despertó un interés particular.

—¿Vieron las noticias esta mañana?— Rodrigo De Paul irrumpió en la conversación mientras tomaba asiento en el círculo.

—No, ¿qué sucedió?— inquirió alguien, captando la atención del grupo.

—Escuché que la policía obtuvo la confesión de un pibe hipnotizándolo.

La risa de Guillermo resonó en la habitación, desatando un silencio incómodo que fue seguido por una mirada gélida de su novio.

—Nooo, ¿de verdad crees en esas mamadas? —inquirió con incredulidad.

—¿Y por qué no?

—Oh, vamos, pensé que eras más listo.

—Pues yo creo que podría ser cierto —dijo Hirving, con una expresión tranquila en su rostro.

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